La salud, entre luces y sombras

La salud, entre luces y sombras

Y la especie humana conquistó la salud. ¡Qué gran triunfo! Con los antibióticos, vencimos a los gérmenes causantes de las más atroces enfermedades; con la quimioterapia, la radioterapia y otros modernos tratamientos, al cáncer; el dominio de sofisticadas técnicas quirúrgicas nos permitió, desde unir huesos y extirpar tumores, hasta reconstruir arterias y venas para mantener la vitalidad de órganos nobles como el corazón y los riñones.

También logramos hacer realidad las transfusiones, los implantes, los trasplantes, las vacunas, la hidratación, las prótesis y la clonación. Somos capaces de frenar el curso de un infarto y de implantar semillas radioactivas en la próstata para detener el crecimiento indiscriminado de células malignas. El genoma humano, bastión que resistió por largo tiempo, hoy entrega sus secretos a los científicos.

Esas son las luces: las victorias sobre enfermedad. Tantas son las batallas ganadas en el campo de la salud, que enumerarlas llenaría tomos completos de una enciclopedia. Para muestra, baste un botón.

Si prolijas son las luces, abundantes también son las sombras. Y no nos referimos a las enfermedades que no hemos podido curar o prevenir, pues hacerlo es sólo cuestión de tiempo. No, el fracaso más estrepitoso de la especie humana en materia de salud es que millones de seres no pueden disfrutar de esos adelantos sanitarios y médicos y, agobiados por males que hace tiempo sabemos donde empiezan y como terminan, llevan una vida sin calidad, condenados a morir prematuramente.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos y las constituciones de la mayoría de los países, y el nuestro no es la excepción, consagran la salud como prerrogativa inalienable. En asambleas, foros y reuniones de importancia mundial se le declara condición sine cua non para el desarrollo social y económico de las naciones. Leyes y reglamentos describen el papel del Estado como garante del derecho que tiene la población a la salud.

Por otra parte, la salud no viene en cápsulas ni inyecciones. Como el exquisito sancocho dominicano, requiere de una combinación adecuada de ingredientes para que el caldo resultante sea de calidad: trabajo, educación, alimentación adecuada, agua potable, vivienda digna, saneamiento básico, protección del ambiente y acceso a los servicios de salud.

Pero también requiere paz, esparcimiento, respeto a la libertad de expresión, a profesar sin temor las creencias políticas y religiosas y disfrutar del amor en todas sus formas.

Asunto complejo es la salud, y parece ser que como otros aspectos decisivos de la vida, requiere de una gran voluntad para dejar de ser letra muerta y cobrar vida en cada familia saludable. Sólo así se explica que a pesar de conocerse cuales son sus requisitos y de dársele la importancia que merece, prevalezca tanta inequidad, tanta exclusión, tanta gente enferma…

La hora electoral es propicia para reflexionar sobre salud y preguntar a los candidatos participantes en la contienda: ¿Cuáles son sus planteamientos concretos para solucionar los problemas de salud que nos aquejan?, ¿cómo podrán traer a la luz de la salud a miles de dominicanas y dominicanas que viven en la sombra de la enfermedad?

Tiempo es de aguzar el sentido crítico y exigir a aquellos que con nuestros votos llevaremos al poder que superen las consignas proselitistas, las sartas de diatribas a los oponentes y las loas y ditirambos a si mismos y nos digan ¿cómo harán para garantizar el derecho que tiene la población dominicana a gozar de salud?

Que los dirigentes altos, medios o de la base, cada cual a su nivel, respondan con un cómo y no con un qué; con una estrategia concreta y no con un lo hicimos o lo haremos mejor; con un plan de acción definido y no con una recreación de la situación actual o la pasada.

¿Es que no entienden los aspirantes a administrar los bienes y patrimonios nacionales que ansiamos conocer los mecanismos a través de los cuales lograran que menos jóvenes se infecten de SIDA, que menos mujeres mueran de parto en los hospitales, que menos niños se fallezcan por neumonía y que menos hipertensos y diabéticos tengan que abandonar el tratamiento porque no pueden comprar las medicinas?

¿Cómo lograrán mejorar la atención en los centros de salud, implementar –en los plazos establecidos por la ley de seguridad social – el seguro familiar de salud o que los préstamos hechos a organismos internacionales con la finalidad de reformar el sector salud logren realmente sus objetivos?

¿Cuáles son sus estrategias para disminuir la insalubridad y criminalidad de los barrios o reducir los riesgos que tiene la población dominicana de morir en un accidente de tránsito, por intoxicación alimentaria o por descuido del personal médico?

¿Cómo frenarán la deforestación, evitarán que los ríos sequen e impedirán que la contaminación al suelo que pisamos, al agua que bebemos y al aire que respiramos ponga en peligro no sólo nuestra subsistencia, sino la de generaciones futuras?

Sin importar el color de nuestra preferencia –al fin y al cabo todos seremos gobernados por la opción que resulte ganadora; además, en la política, como en la biología, el mestizaje se impone–, situemos la salud en el lugar central del debate y cuestionemos a nuestros candidatos.

Soslayar que la salud es un producto social indisolublemente ligado a determinantes económicos, culturales e históricos que trascienden nuestro espacio geográfico, sería pecar de ingenuos. No obstante, es preciso dejar en claro que esas fuerzas de orden supranacional pueden ser contenidas, atenuadas y hasta revertidas a nuestro favor si en el ámbito local podemos contar con gobernantes comprometidos con el desarrollo del capital más importante que puede tener nación alguna: sus habitantes, pero sus habitantes sanos.

Por eso, no olvidemos que sin salud no hay tiempos buenos, porque la enfermedad empaña el disfrute de todas las cosas; sin salud, la vuelta al progreso no es posible, porque una nación de habitantes enfermos ni crece ni se desarrolla y, sin salud, ¿de donde sacamos energía para cambiar a una mejor calidad de vida?

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