La Semana Santa

La Semana Santa

JOSÉ LOIS MALKUN
Una de las cosas que más me impresionó durante mis largos años viviendo en Centroamérica, fue la Semana Santa o Semana Mayor. Su celebración tiene un sabor diferente al nuestro, lo que se explica por la diversidad cultural y étnica. Esto ultimo, básicamente por las poblaciones indígenas y sus descendientes.

Por ejemplo, visitar Chichicastenango en Guatemala, es una experiencia inolvidable. Pero en Semana Santa es aún más extraordinario. La ciudad se llena de colorido, de gente y de tradiciones. Y en la iglesia se confunden los ritos indígenas con los del catolicismo, lo que se constituye en una atracción única en el mundo.

En muchos pueblos de El Salvador, Nicaragua, Guatemala y al sur de México, los habitantes se preparan con meses de antelación para llenar de flores sus principales calles.

Usando flores de diferentes colores y aserrín, forman imágenes de la Virgen o de motivos religiosos. Caminar en las aceras y contemplar los trabajos manuales de esta gente es digno de ver.

El mayor espectáculo es disfrutar de las procesiones del Santo Entierro, pasando por esas calles llenas de diseños florarles, creando un ambiente de frescura y de solemnidad.

Esto puede llegar al alma de los más escépticos en materia religiosa y cuando de la fe se trata hay siempre muchas sorpresas.

La habitantes de estos pueblos, más que visitar playas o montañas o salir de su ciudad a otro lugar, hacen su agosto con los turistas que llegan de visita durante la Semana Santa.

Las ventas de productos artesanales con motivos religiosos o los tejidos a mano de alfombras y vestimentas con símbolos de la tradición indígena y particularmente de los mayas, llenan las tiendas ambulantes a cada lado de las calles.

Nunca  he visto tantas iglesias llenas y tanta gente asistiendo a los actos religiosos de Semana Santa, como los vi en estas ciudades Y debo ser sincero y honesto al decir que no recuerdo la última vez que asistí a una procesión de Semana Santa en mi país. O a un acto religioso por los mismos motivos. Sin embargo, casi siempre en esta época del año, mi destino en Centroamérica, más que playas o montañas, era visitar esos lugares inolvidables donde se celebraba a todo dar las festividades religiosas del mundo cristiano.

Durante esas visitas, siempre me tocaba asistir a una misa con mi esposa, o veía las procesiones del Santo Entierro.

También, nos hospedábamos en buenos hoteles y hacíamos muchas compras que después no sabíamos que hacer con ellas.

O sea, para serle franco, era una semana de turismo religioso y comercial aunque a mi esposa no le guste que use este término ya que es una cristiana genuina y desde que la conocí me ha tratado de encauzar por los senderos del Señor.

No es que todos los centroamericanos hagan lo mismo que hacíamos nosotros. Muchos iban a sus playas, visitaban a sus familias o hacían turismo ecológico en la Semana Mayor. Tal como sucede en nuestro país. Pero, sin lugar a dudas, a los eventos religiosos asistía muchísima más gente que la que asiste aquí y las muestras de fe y fervor por los símbolos cristianos es algo difícil de describir.

Como decía respecto a las Iglesias, era casi imposible entrar a una de ellas por la cantidad de gente que abarrotaba sus espacios sin importar la hora del día o la noche.

Esto no significa y no quiero que se interprete, como que los cristianos centroamericanos son más cristianos que los dominicanos. O tienen más fervor por Cristo que nosotros.

Simplemente es algo que debe tener su explicación en las tradiciones y diversidades étnicas. O en la economía.

Para el comercio y el turismo, la Semana Mayor representa ingresos millonarios para los habitantes de esas poblaciones y si bien sus muestras de fervor cristiano son sinceras y entusiastas, no es menos cierto que son altamente rentables.

A final de cuentas, todo parece reducirse a lo mismo. La economía capitalista que devora la fe y que se aprovecha de todo para lograr beneficios pecuniarios. Sin embargo, debo reconocer algo especial que sucede en estas comunidades durante la Semana Santa. Y es la electrificante sensación de paz y armonía interior que te conduce a una seria meditación sobre tu fe y tus temores. Es algo extraño que dura pocos segundos. Una sensación que no he sentido en otro momento de mi vida o en otro lugar del mundo, aunque he visitado alrededor del planeta, cientos de templos de todas las creencias. Vale la pena una Semana Santa turística en esos pueblos de Centroamérica.

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