La sutil seducción de la opereta

La sutil seducción de la opereta

Debió transcurrir un siglo para que los dominicanos tuviéramos la oportunidad de disfrutar la famosa opereta del célebre compositor húngaro Imre Kálmán: “La Princesa de las Czardas”, estrenada en Viena en 1915, lo que finalmente ha sido posible, gracias a la labor que viene desarrollando a favor de la lírica en nuestro país la Sociedad Pro-Arte Latinoamericana, presidida por el tenor Edgar Pérez.
La Europa de finales del siglo XIX se ve envuelta en un nuevo género: la opereta, que por su carácter ligero se adecúa a los nuevos tiempos, los tiempos de la “Belle Epoque”. Nacida en Francia, sus operetas cancanescas son del gusto de la nueva sociedad burguesa, alcanzando un alto grado de popularidad, que trasciende las fronteras europeas. Otra versión surge en Viena, y el vals se constituye indefectiblemente, en parte fundamental de las mismas. El contexto histórico en el que aparece la opereta “La Princesa de las Czardas” o “La Princesa Gitana” es totalmente diferente, Europa estaba sumida en “La Gran Guerra”, lo que sin embargo no fue obstáculo para que lograra una gran aceptación,
Pero el arte, el verdadero arte, no importa el género, trasciende los tiempos. La exquisita música de Kálmán, inspirada en los aires romanies, en el sonido maravilloso de los violines de los cíngaros, y el ritmo avasallante de sus danzas, impregnan de color local su exquisita opereta, dándole un toque de identidad. El argumento de “La Princesa de las Czardas”, conocida también como “La Princesa Gitana”, es sencillo, trivial, -el amor triunfa sobre las diferencias de clases- y como es propio del género, se intercalan los cantos y la música, con los diálogos llenos de picardía, acercando teatralmente la opereta, a la comedia burguesa de enredos, o de evasión. El libretista Leo Stein se mantiene dentro de los cánones de una época que se resiste a desaparecer.
La puesta en escena. De este colorido y plural espectáculo, reúne un buen número de artistas calificados, bajo la responsabilidad del director escénico argentino, Carlos Palacios, quien inteligentemente ha reducido los tres actos de la opereta, a dos, con un pequeño tránsito conductor, consiguiendo trasponer la escritura dramática y musical a la escritura escénica, base fundamental de la puesta en escena, a lo que contribuye decididamente, la ambientación perfecta alcanzada con las escenografías de José Miura, y la movilidad constante que propicia la dirección artística de Antón Fustier.
Pero sin duda los protagonistas de la opereta son los cantantes, la soprano cubano-norteamericana Nathalie Ávila, de atractiva figura, encarna con elocuente desenvolvimiento escénico a Sylvia Varescu, cupletista de un “Café Concert”; dotada de una hermosa voz con apreciable registros agudos, logra en sus solos, momentos estelares, así como en los duetos junto al tenor Edgar Pérez, quien interpreta a su pretendiente –Edwin Carlos- joven de “clase alta”, cuyo padre, un príncipe, -con gustos paradójicamente similares- se opone a la relación.
El primer acto nos proporciona el ambiente del vodevil, la varieté del “Cáfe Concert”, la danza inunda la escena, y al compás de los aires folclóricos, disfrutamos de las Czardas “tabernera” torbellino apasionante de ritmo marcado por los pies tornados hacia adentro y hacia afuera. El grupo logra transmitir el espíritu poético de la danza.
Uno de los personajes más impactante por su dualidad es el de “Boni”, interpretado por Israel González, logra conquistar el público no solo por la calidad y timbre de su voz, también por su acentuado histrionismo, que lo convierte en un verdadero tenor bufo, provocando los momentos de mayor hilaridad. Una voz y una presencia cautivante es la del barítono dominicano Mario Martínez, excelente en su papel de “Feri”. Alejandro Moscoso en su breve intervención impregna de comicidad al “Notario Kiss”, así también la presencia de Miguel Lendor –Niska- se deja sentir. Juan Tomás Reyes, interpreta con carácter, al recio militar, pero nuevamente sentimos, solo escuchar su bella voz, por breves minutos.
En el segundo acto cambia el ambiente, la escenografía exquisita, nos introduce en el palacete principesco del padre. Los concurrentes de “clase alta” se distinguen por su vestimenta, otro gran aporte al espectáculo del vestuarista Iván Miura. La música es otra, la opereta se vuelve vienesa, el vals baile de salón por excelencia, toma protagonismo, y las parejas se desplazan en un girar permanente. Magnífica labor coreográfica de Armando González. El coro que ha sido parte consustancial de la obra, luce armonioso, afinado. Una figura logra sorprendernos: Karoline Becker –Condesita Stassi-. La versatilidad de esta joven es sencillamente impresionante, es gacela en movimiento sinuoso y continuo, expresiva y convincente en sus parlamentos en los que maneja el humor y la ironía, y es arrullo que nos envuelve con su voz melodiosa, hermosa, apropiada al género. Karoline no es una revelación, ya estaba revelada, pero una nueva luz ilumina su estrella.
Dos grandes figuras de la actuación enriquecen la propuesta, María Castillo y Mario Lebrón –los padres de Edwin-. El cierre es espectacular, lleno de colorido y vitalidad, la música lo une todo en un canto vital. La Orquesta Filarmónica Dominicana produce música de calidad, respondiendo a la certera dirección de Carlos Andrés Mejía. El final feliz de la opereta contagia a todos.

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