«La Vanguardia rusa» Exposición en el Centro Pompidou de París

«La Vanguardia rusa»  Exposición en el  Centro  Pompidou de París

En 1918 Chagall fue nombrado comisario de las bellas artes y abre un instituto para todos los artistas. Chagall solicita a su amigo el Lisstizky como docente y este atrae a Malevitch, brillante teórico del Suprematismo donde ve el mundo en una pura abstracción de geometrías. La influencia de Malevitch en este grupo y su protagonismo llevan a Lisstzky a abandonarlo y Chagall se retira en Moscú. Esta vanguardia rusa nacida en Vitebsk se inició con una formidable energía entre 1918-1922 para luego convertirse en una guerrilla de escuelas. Chagall sufrió mucho de la supremacía de Malewicz porque todos los estudiantes abandonaron las clases de Chagall por las suyas. Herido por las preferencia teóricas, suprematistas y su mundo sin objeto. Toda la lírica de Chagall con la fuerza del arte en la mano donde seres humanos y animales vuelan como un sueño se esfuma frente al autoritarismo y a la frialdad de las ideas dogmáticas de Malevitz que se impone con toda su fuerza y funda con sus estudiantes el Ounovis, promoviéndolo como Arte nuevo hasta lograr en 1921 el instituto práctico de estudios artísticos encabezando el soviet de los profesores. Esta exposición pone en evidencia esa tensión, pero también expone la emulación artística de un periodo excepcional. En la primera parte tenemos la singularidad de Chagall con una expresión altamente fiel a su estilo figurativo donde podemos descubrir momentos en su corta etapa cubista. Gracias a la influencia de Lenine los artistas judíos fueron considerados rusos de pleno derecho, lo que permitió que estos tres artistas pudieran ejercer sus talentos y expresar sus divergencias con el lema común de rechazar toda injerencia tradicionalista.
Cuando estalla la guerra civil se imponen situaciones económicas que van a convertirse en una separación definitiva de estos tres vanguardistas, pues estamos en un momento en el que el pueblo ruso sufre de una extrema hambruna.
Es alrededor de este prestigioso trío que se articulan más de 250 obras prestadas por Rusia, Bielorrusia y América, constituyendo una memoria visual delegada entre 1918 y 1922 en una ciudad empapada por la esperanza de la Revolución Rusa. El conjunto nos lleva a un auténtico despliegue que a la vez significa un documental de tres figuras que marcaron la modernidad. Durante este periodo Chagall vive una dinámica creativa donde la alegoría de la felicidad se impone en el cuadro «doble retrato con un vaso de vino encima de la ciudad», el artista aparece con su mujer Bella volando entre las nubes, libres como el aire.
En esta obra respira la euforia de la libertad que empujó al artista en una fe extraordinaria en la revolución. Pero a la vez entiende que una ruptura marcará su vida artística para siempre pues él mismo escribió “los obreros entienden mi obra pero los jefes, los comunistas, menos se preguntan por qué la vaca es verde, el caballo vuela en el cielo y se preguntan qué relación tiene esto con Marx o con Lenine’’. En esta escuela creada por él, se siente un fondo de intriga hasta que al final de la guerra civil del 1921 al 1922 se confirma la tensión, pues el clima político creado por las autoridades soviéticas intenta instaurar un orden necesario en el campo económico y social, soslayando toda corriente que pueda desestabilizar al partido bolchevique.
Esta etapa de la historia del arte conoce los Prouns de El Lissitzky y todos los trabajos geométricos de Malevitzch. Todo empezó con Chagall, romántico y fugoso, pero la trayectoria se rompe con las imposiciones de Malevitch cuya escuela Supremática quiso imponerse para romper con la figuración viéndola inútil. He aquí la crisis emocional e intelectual, pues Chagall llega a la Escuela y ve una Banderola “Academia del Suprematismo de Malevisth’’. Traicionado, Chagall seva a trabajar en Moscú en el Teatro Judío para emigrar después a Europa, dejando su sueño de crear un Museo de Arte Contemporáneo y olvidar la acción pedagógica hacia los estudiantes.
Chagall quería que este museo fuese la base educativa para los escolares, habitantes de la ciudad y para poder presentar todas las fuentes artísticas desde el realismo hasta el abstraccionismo. Entonces obviamente no pudo entender las ambiciones de Malevistch y su autoritarismo en grupo UNOVIS, donde impuso un esquema ideológico donde se defendía la creación colectiva sobre la creación personal.
En esta situación, se nota la fuerza de los debates de aquellos años sobre «¿Qué es el arte revolucionario?» ¿Arte de izquierda, arte proletario? Para Malevitch el arte revolucionario es el suprematismo y lo expresa en una obra emblemática “Cuadro negro sobre fondo blanco’’ de 1915. Es un arte radical y nihilista. Para Chagall, el estilo no importa, lo único que importaba para él era el actitud del artista, llamando a la apertura del arte buscando la revolución en sí mismo. Finalmente El Lissitzky figura importante del momento tomará partido por Malevitzh.
La ciudad de Vitebsk en Bielorrusia fue un gran laboratorio artístico donde cada uno de los tres artistas interpretó la revolución política a su manera. Las ideas que ellos tres expusieron en sus obras mantienen una envergadura de gran actualidad, relacionada también con el trabajo colectivo de artistas que se mantienen anónimos. Pero ya en 1922 con el final de la guerra civil El Lissitzky emigra a Berlín, donde va a aprender y a perfeccionar su idea de los Prouns en sus cuadros e instalaciones que no aceptan una lectura predeterminada.
Queda claro que podemos entender cómo estos tres artistas rusos vanguardistas crean un conflicto de una gran complejidad ideológica, humana y estética. El destino hizo que Chagall ofreciera todo su genio a Francia y que a partir de París y de la costa azul sus nubes, sus cielos y sus personajes se mantuvieran para siempre en un estado de levitación espiritual y visual que sellará el arte contemporáneo de una poética visual comprometida con la memoria y la nostalgia de un mundo perdido, reencontrado en la obra. Personalmente de esta exhibición guardamos la firmeza de nuestra pasión por Chagall, reforzando el sentimiento de un artista contemporáneo, universal que quiso hacer de la revolución una obra artística y ética por encima de todas exigencias ideológicas del bolchevismo de aquellos años. De los tres, Chagall mantuvo el arte por encima del dogmatismo.

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