Las convulsiones políticas de 1865 a 1882 (1)

Las convulsiones políticas de 1865 a 1882  (1)

A la salida de las tropas españolas en julio de 1865, después del fracaso de la Anexión con las humillantes derrotas sufridas a manos de los guerrilleros y patriotas dominicanos, estos emprendieron el tortuoso camino de las intrigas políticas, y desde entonces, el país se sumergió en lo que sería su actividad favorita de las serruchaderas de palo y los manejos que se hacían para desplazarse unos a otros del poder y disfrutar de los recursos del Estado.

Los restauradores, en su gobierno provisorio, se resistían a abandonar a Santiago para instalarse en Santo Domingo y fue con poco agrado que decidieron esa marcha cuando se eligió a José María Cabral como el Protector, dando inicio a una serie de gobiernos efímeros que jalonaron todo un periodo de 17 años, hasta la elección por dos años de Monseñor Meriño en 1880, el cual fue el primero que cumplió su mandato para luego darle paso al general Ulises Heureaux de la dinastía azul.

El periodo desde 1865 fue desastroso, ya que el país volvió a caer en manos de Buenaventura Báez, de nefastos recuerdos en la década del 50 del siglo XIX; esta vez vino de su acostumbrado exilio en una de las islas caribeñas cercanas, como fue su costumbre cuando lo llamaban para venir a ocupar el poder, con más ansias de eliminar contrarios y arrasar con las escasas finanzas del país y procurando un oneroso acuerdo con la casa Hartmont que mantuvo atada las finanzas nacionales hasta el Tratado Trujillo-Hull y mendigando la anexión a Estados Unidos con el arrendamiento de la bahía de Samaná, hasta recibió un dinero en avance a ese nefasto acuerdo que afortunadamente no cuajó por la oposición de los sectores sensatos dominicanos y norteamericanos.

Las revoluciones y los gobiernos se sucedían uno detrás de otros, y los presidentes eran aves de paso, sujetos todos a los planes y deseos del héroe nacional Gregorio Luperón, que desde su reducto de Puerto Plata imponía su voluntad y pautaba de quiénes debían gobernar o derrocar, para así establecer las rivalidades de los azules de él y los rojos de Báez.

El país se sacudió de su guerrilla política por un instante cuando en Cuba el reino español se afianzó en su dominio de la isla y derrotaron la primera asonada independentista de los patriotas cubanos, lo cual empujó para el país a una valiosa y emprendedora migración cubana para darle inicio al proceso industrial dominicano con el establecimiento de los primeros ingenios azucareros de la avanzada industrial moderna para procesar la caña de azúcar que estaba sembrada en las praderas del Este, al norte de Santo Domingo incluyendo Bayaguana y Monte Plata, Puerto Plata, Azua, Sabana Buey y Palmar de Ocoa. Varios de esos ingenios perduran como los de alrededor de San Pedro de Macorís y otros ya desaparecieron hace años como el Ocoa, Las Pajas, el Ansonia y San Isidro.

Para 1874 se concertó, después de largas conversaciones e incidentes típicos de los haitianos, el primer acuerdo de límites entre los dos países, en el cual ya los haitianos nos habían enajenado 4 mil kilómetros cuadrados de territorio dominicano, que luego, en 1936 Trujillo y Vincent validaron ese despojo al ratificarse el tratado de 1929 de Horacio Vásquez y Louis Bornó.

La década del 1870 se destacó por la proliferación de publicaciones de periódicos que circulaban con alguna periodicidad y muchos fueron de corta duración, pero otros como El Porvenir de Puerto Plata perduró hasta hace pocos años. Reflejaban esas publicaciones las inquietudes de los intelectuales que se arriesgaban a divulgar sus ideas para hacerle frente con sus ideales de bien patrio a las ambiciones de los políticos que desde entonces enseñaban sus garras y aspiraciones desmedidas, expuestas sin tapujos desde entonces.

Ulises Francisco Espaillat se vio empujado a la presidencia, después de haber sido la figura clave durante la guerra de Restauración, en que manejaba a su antojo a los líderes guerrilleros restauradores, casi todos analfabetos, manteniendo un fuerte arraigo para que sus seguidores y admiradores lo colocaron en la primera magistratura en 1876, a la cual renunció al poco tiempo por la amargura que le produjo adentrarse en el monstruo de la política, y en cierta forma, pagó la maldad que le hizo a Juan Pablo Duarte cuando lo expulsó del país, con apenas dos semanas de haber regresado de su exilio en 1864.

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