Las indigencias teóricas de la  crítica dominicana

Las indigencias teóricas de la  crítica dominicana

En la República Dominicana hay una necesidad de mostrar la crítica con discursos llenos de manipulaciones  que ocultan una radical indigencia. Cierta práctica de la crítica actual es una llamada a que esta actividad se constituya en un desenmascaramiento radical de sí misma. El crítico se aleja de su campo específico, se desentiende a menudo de la literatura. Más todavía, se alza ante la especificidad del texto, apoyado en razones de otra historia,  que en nuestro caso, legitima las intenciones desmitificadoras a las que el crítico aspira. El crítico no es un juez neutral y carente de prejuicios. Es la voz de lo otro, de aquello contra lo que el poema atenta. No promueve una determinada corriente, sino que la descalifica en nombre de un escepticismo esencial ante lo que el discurso poético promueve.

Cada nueva obra supone un desafío  a nuestra teoría, y viceversa. Con ambos, teoría y nueva obra, estamos obligados, pero ¿dónde situar el punto de equilibrio? Toda teoría debe ser suficientemente flexible como para acomodarse a la agresión de las nuevas experiencias poéticas, pero no tanto como para quedarse sin normas con que percibirlas y evaluarlas. Tiene que servir de base para el razonamiento, pero sin incurrir en los prejuicios y exclusiones de las rigidices dogmáticas.

A la voluntad de silencio y la intención de evitar cualquier tipo de explicación articulada también hoy, como en el pasado, la crítica contrapone su intención de construir un dispositivo desde el cual atrapar rasgos, perfiles, rizomas, actitudes y flujos de valores que formen una parte esencial de aquello que negamos.

Ni la poesía ni la crítica dominicana de estos últimos cuarenta años se recuperarían de la indigencia epistemológica de las formas analíticas que sugiero. Actualmente vivimos  en un panorama de miserias radicales entre el límite del objeto y su percepción.

No se trata necesariamente de un círculo vicioso, sino que puede entenderse como una interdependencia entre los dos ámbitos: el lenguaje y los constructos ficcionales. No podemos elaborar o deducir lo uno de lo otro, por decirlo así “objetivamente”. Toda interpretación implica  hacer hipótesis concretas sobre determinados aspectos de esta.

En la República Dominicana esta situación parece haber perdido su rigor y la seguridad del radicalismo sin haber sellado un nuevo pacto de colaboración con la práctica. Es el resultado de una situación intelectual en la que no hay un sistema de valores y de principios estéticos desde los que enjuiciar la actividad crítica y poética del país. La crítica, se muestra escasa y dubitativa a la hora de razonar sus propias propuestas.

En general, la  crítica dominicana no se ha nutrido de un pensamiento propio ni ha sabido fundar su propio imaginario. Ha sido, más bien, una crítica externa, impresionista o vagamente sociológica, mimética y repetitiva. Rara vez se ha estructurado sobre una verdadera visión del mundo o en torno a una noción de la literatura como estética del lenguaje.

La afluencia de declaración de intenciones va acompañada de una falta de razonamientos fundamentales.  Más que propuestas estéticas lo que encontramos son situaciones, propuestas de hecho que han buscado su consistencia en las condiciones particulares de cada acontecimiento. Ni tiene sentido hablar de razones globales ni de raíces profundas.

Una difusa heterogeneidad llena el mundo de la experiencia textual. Cada obra surge de un cruce de discursos, parciales y fragmentarios. Más que hallarnos ante un desarrollo hipotético de la crítica dominicana, parece que lo que se presenta es un punto de cruce, la interacción de fuerzas y energías procedentes de una tradición de usos estereotipados. En este dilatado panorama de miserias epistemológicas y  promiscuidades poéticas, la crítica dominicana no puede ser otra cosa más que un sistema provisional.

Lo que cuestiono no es el aspecto referencial en el marco de los acontecimientos históricos, que podrían o no justificar  la crítica dominicana, sino algo paradójicamente más revelador: la retórica reincidente de la indigencia y la falta de sensibilidad que ciega la visión de la crítica. El avance metodológico resultante de estas observaciones  hechas sobre la crítica dominicana  consiste en que el “texto” debe entenderse aquí como un concepto hermenéutico.

Esto significa que no se contempla desde la perspectiva de la gramática y la lingüística, es decir, como producto final al que apunta el análisis de su producción con el propósito de aclarar el mecanismo en cuya virtud funciona el lenguaje como tal, prescindiendo de todos los mecanismos que transmite.

Desde la perspectiva hermenéutica  —que es la perspectiva de cada lector— el texto es un mero producto intermedio, una fase en el proceso de compresión que encierra  sin duda como tal  una cierta abstracción: el aislamiento y la fijación de esta misma fase.

Pero la abstracción va en la dirección inversa a la que contempla el sujeto crítico. Éste no pretende llegar a la comprensión del tema expuesto en el texto, aclarar el funcionamiento del lenguaje al margen de lo que pueda decir el texto. Su tema no es lo que el texto comunica, sino la posibilidad de comunicarlo, los recursos semióticos para producir esa comunicación.

La manera en que este conflicto inherente determina la estructura del lenguaje literario de la crítica dominicana no puede tratarse dentro de los límites de este breve  ensayo. Interesa más preguntar aquí si es posible concebir la historia de una entidad tan polémica como la literatura dominicana, y la pobre labor  que han venido ejerciendo  sus propios hacedores y críticos. En el estado actual en que se encuentran los estudios literarios dominicanos,  esa posibilidad está muy lejos de haber quedado establecida. Por lo general se acepta que una historia positivista de la literatura, que trate la literatura como si fuere un acopio de datos empíricos, solo puede ser la historia de lo que no es la literatura. En el mejor de los casos, sería una clasificación preliminar que abre el camino al estudio literario concreto, y en el peor, un obstáculo en el camino hacia el entendimiento literario.

Sometida a un desgaste, en su ejercicio textual, la crítica dominicana aparece como irremediable. Sus palabras se transforman en eco, y acaso algún día acabarán por apagarse, instaurando un silencio tenebroso. Es como si la obra literaria se sometiera a una implacable ley de la termodinámica, y todo sonido viviente estuviera condenado a volverse  eco, rumor siniestro, y al final, gracias a un trabajo  irremediable de desgate, de erosión enunciativa que nada ni nadie puede detener, mutismo, pavoroso silencio, nada. Se trata de una nada posterior a la palabra y que en este sentido es hija de la palabra, pero que reinstala algo más terrible que ésta acaso intentaba velar, el sinsentido de una existencia que ya perdió su raigambre ontológica, y que deambula sola, alienada, cargada de extrañamiento, desgastada por el paso del tiempo, como un aliento absurdo que ha perdido su razón de ser y que pervive como un rastro siniestro de la oscuridad.

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