FILE - In this Sept. 12, 2018, file photo, President Donald Trump speaks during a Congressional Medal of Honor Society Reception in the East Room of the White House in Washington. Top Florida Republicans have been quick to say Trump is wrong about the death toll in Puerto Rico. (AP Photo/Susan Walsh, File)
La mañana del 27 de agosto, la prensa y los funcionarios de la Casa Blanca se reunieron en la Oficina Oval para el anuncio de un acuerdo comercial. Después de más de un año de negociaciones trilaterales para rehacer el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), Donald Trump finalmente amarró un acuerdo, aunque no como había prometido. Incluía solo a México, sin Canadá.
Trump ansiaba la coreografía pública de llamar al presidente Enrique Peña Nieto frente a las cámaras. Pulsó un botón para ponerlo en altavoz. “¿Enrique?” En lugar del presidente mexicano, hubo un silencio al otro lado, la prensa capturó el incómodo momento. “¿Hola?” Nadie respondía. Mientras los asistentes se afanaban en arreglar la conexión, el triunfo televisivo de Trump se había convertido en una cómica escena al estilo del programa ‘Veep’ de HBO.
Ese momento encapsuló el año frustrante de las negociaciones del TLCAN que lo precedieron: a las prisas, con poca coordinación, muy publicitadas, y a merced de un presidente veleidoso que ansiaba una “victoria”.
Aunque Trump presentó el acuerdo como uno de los más grandes jamás alcanzados (no lo es), los analistas de Wall Street reaccionaron con indiferencia.
En una nota para clientes, Goldman Sachs concluyó: “No esperamos que los términos revisados tengan efectos macroeconómicos sustanciales para Estados Unidos, si es que los tienen”.
El escepticismo nace de la duda de que el acuerdo debe ser aprobado por el Congreso, donde muchos legisladores quieren a Canadá dentro, pues era el plan original.
Los tres países intercambian cada año más de un billón de dólares de productos, en gran parte dentro del marco del TLCAN, pero Trump y el representante comercial estadounidense, Robert Lighthizer, no están convencidos de que ello beneficie a su país. Si bien en su origen el tratado era visto con escepticismo, ahora los economistas aceptan que estimuló el crecimiento en Estados Unidos, Canadá y México, pero Lighthizer y Trump no están entre quienes se han convencido de ello.
Trump inició las negociaciones amenazando con cancelar el pacto e imponer a sus socios aranceles que serían pagados, dicho sea de paso, por los consumidores estadounidenses.
Esa amenaza ayudó a que Canadá y México se aliaran. Los dos países se prepararon contra una embestida estadounidense, pese a que Canadá pidió a su ministra de Relaciones Exteriores, Chrystia Freeland, que dejara a México a su suerte.
Los equipos de negociación se reunían cada dos semanas turnándose la sede. Los responsables del TLCAN para cada país (Lighthizer, Freeland e Ildefonso Guajardo) intentaron ser amigos, pero el esfuerzo se vino abajo casi de inmediato.
Lighthizer parece sentir cierta animosidad hacia Freeland, una experiodista que lo irritó por cabildear en Capitol Hill y provocar oposición a su agenda comercial. Mientras, Guajardo recibió dos pasteles cuando las negociaciones coincidieron con su cumpleaños, Freeland ni siquiera estuvo invitada a las conversaciones cuando fue su onomástico. Durante las pláticas, los canadienses y los mexicanos generalmente tenían la facultad de regatear.
Un nuevo TLCAN todavía está a meses de distancia y puede venir con un nuevo nombre. El Congreso probablemente no tendrá la oportunidad de votar un acuerdo final hasta 2019. La señal, sin embargo, es clara: cuando se trata de negociaciones con Trump, ninguna amistad es segura.