La libertad de Expresión no vale nada sin la libertad de Pensamiento.
José Luis Sampedro
Soy bateyana. Nací y me crié en el batey Central del Central Romana. Entre las familias que vivían en el batey había dominicanas, inglesas o cocolas, haitianas y puertorriqueñas. Sus hijos, igual que nosotros, son dominicanos puesto que la Constitución vigente hasta el año 2010 rezaba que “es dominicano todo aquel nacido en suelo dominicano”.
¿Cómo es que ahora los hijos de esas familias, nacidos antes de que la Constitución fuese reformada, no son dominicanos porque sus padres carecían de documentos?
¿A quién o quiénes correspondía afrontar la indocumentación de los migrantes a territorio dominicano? Sin duda, a los gobiernos del país, de Haití y los de las demás islas cuyos ciudadanos venían, desde el 1930, a ganarse el sustento en los ingenios y los campos donde los empleadores necesitaban mano de obra barata ante lo que el Estado era complaciente y compromisario porque también se beneficiaba.
Los hijos de esas personas no son responsables de esa situación, por lo tanto no se les puede despojar de la nacionalidad otorgada bajo amparo de una Constitución basada en el derecho del Ius Soli.
Los Derechos del Niño(a) establecen que todo(a) niño(a) tiene derecho a una nacionalidad, siendo consecuente con ese postulado, los (as) nacidos (as) durante la anterior Constitución son dominicanos y dominicanas, además de que crecieron protegidos por el Estado dominicano, cuya filosofía y mística aparentemente eran más humanitarias, justas y democráticas que los de la nueva Carta Magna que rige el país.
Mis amigos y amigas de padres extranjeros fueron declarados en La Romana, hicieron sus estudios primarios, secundarios y universitarios, se criaron y educaron “igualitico” que nosotros y nuestros amigos hijos de dominicanos.
Hace cerca de cuatro años un honorable trabajador inglés con más de 60 años residiendo en el país, me dijo asombrado que había ido, como acostumbraba cada año en enero desde que vino a la República, a pagar “su Migración” y no le recibieron el pago del impuesto; era el preludio de la nueva concepción migratoria.
La nacionalidad no es solo el sentimiento de sentirse de un país, la constituyen valores intrínsecos al ser y actuar de la gente de una sociedad y no la determina ni la define un documento, sino el perfil humano y cultural de la persona formada en creencias y normas modeladoras de su pensar y vivir. Es absurdo intentar suprimir con una ley un entramado más poderoso que un dictamen desprovisto de justicia y humanidad.
El problema de la inmigración actual es otro y requiere totalmente otro tratamiento.