¿Les digo algo?

¿Les digo algo?

En Latinoamérica y el Caribe los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres más pobres aumentando incontrolablemente la brecha que los separa, eternizando el círculo que condena a los desposeídos a mal vivir y a los afortunados al bienestar.
A esta constante los sociólogos lehan dado las más diversas interpretaciones. Sin embargo, lo cierto es que los pobres se adaptan por obligación alas inequidadesde la pobreza para sobrevivir “exitosamente” y los ricos hacen lo mismo en sus ámbitos de prosperidad.
El rico escala los peldaños de encumbrarse en el conglomerado a que pertenece en su país o en otras fronteras donde se siente a gusto. Para sus fines utiliza las formalidades del poder y las herramientas culturales que ha aprendido en su casa o en los lugares donde asiste la “gente bien”.
El pobre usa los conocimientos aprendidos en su mala vida para ubicarse con seguridad, resuelve dificultad tras dificultad con la verdad o la mentira a medias. Se reserva su verdad para cuando debe afrontar un problema grueso, su éxito depende de las habilidades aprendidas en las luchas por la sobrevivencia.
En Latinoamérica y el Caribe los ricos y los pobres coexisten en ciudades como Santo Domingo, en las que la gente vive en condiciones físicas y morales deplorables y en contraste con los estilos urbanos modernos impuestos por las transnacionales de la construcción que convencieron a los gobiernos de modernizar las capitales congigantescos puentes metálicos que les dan gran vistosidad.
Debajo de los imponentes puentes viven los pobres, su presencia denuncia que hay numerosas personas y familias sin techos, sin trabajo, sin educación, enfermas, mal olientes, abandonadas.
Pasando los puentes de estas ciudades, los ricos se desplazan velozmente por los subterráneos, los elevados y las flamantes autopistas sobrevaluadas en sus carros o por el aire en sus aviones a destinos que las poblaciones pobres ni se imaginan, pero que los opulentos buscan para saciar necesidades de los negocios perversos, los bajos instintos, la corrupción y elcrimen de cuello blanco que, paradójicamente, necesita apoyo de los sin nada.
En las ciudades modernas la vida irrumpe con una violencia generada por las desigualdades, el maltrato al que trabaja y contribuye a aumentar la riqueza de los ricos que a veces ni saben cómo se producen los recursos de su bienestar.
Se viven realidades tan opresivas para quienes las sufren que la gente suele estallar sin importarle si muere o vive porque su único deseo es liberarse de las redes de la realidad.
La impotencia y la desigualdad creciente se convierten en el caldo de cultivo de la violencia que se manifiesta en las calles, en las instituciones y en los hogares y que resulta tan difícil de comprender cuando se analizan los casos aislados.
Las sociedades latinoamericanas y caribeñas necesitan liberarse de las redes perversas en que están atrapadas. Los superhéroes y los chapulines no nos sirven, por eso es pertinente la pregunta: ¿A quién corresponde la tarea de la liberación?

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