Grandes autores escribieron sobre la libertad del hombre, pero solo en los últimos siglos se ha conceptualizado sobre la libertad de acción económica. Los griegos entendían que el individuo es dependiente de su sociedad, de hecho, la sociedad, según Platón, surge de la incapacidad del hombre de ser autosuficiente, por lo que propone un Estado más bien totalitario.
Es a partir del siglo XIX que inicia el concepto de libertad económica conjuntamente con la declaración de los derechos del hombre. Autores como Rousseau, John Stuart Mill, Schumpeter, y más recientemente Karl Popper i IsaiahBerlin, la entendieron como una importante condición para el ‘florecimiento humano’ debido a que la libertad del individuo solo es viable cuando existe emancipación económica.
Es importante notar que todos los grandes pensadores conceptualizaron sobre la injusticia de desigualdades impuestas (no merecidas) y subyacía a sus conceptos libertarios un ideal de organización social solidaria basado en un hombre moral. Y es sobre esta plataforma, de inevitables raíces religiosas, pero con aspiraciones laicas, que se erige el gran salto tecnológico que resultó de la emancipación de los burgos de los feudos, la creación de gremios, la separación de la Iglesia y el Estado y el imperio de la razón y la ley para todo y para todos.
Irónicamente, el pensamiento humano pasó de la razón individualista, libertaria, a las utopías; todas de corte totalitario. El desplome económico, y moral, de sistemas llamados socialistas en cuatro continentes ilustró los conflictos internos que resultan de éstas y consolidaron la veracidad de los postulados económicos libertarios. Estos mismos postulados nos llegan ahora de la mano de discursos políticamente conservadores.
El riesgo actual consiste en recurrir al liberalismo económico para promover un libertarianismo desprovisto de brújula moral y desamparado de estructuras culturales cuyas directrices justifican el feroz apetito del capitalismo donde solo vale la ganancia monetaria y ningún costo, humano ni ambiental, importa.
Sin la plataforma filosófica que subyace a toda organización social (todos tienen en común el respeto al derecho y a los bienes ajenos, la verdad y la solidaridad por norte) – la meta de la libertad económica se vuelve una excusa para sobrepasar todo lindero entre el bien privado, inmediato, y el bien común, a largo plazo. Este carnaval libertario ha puesto en jaque a la misma estructura orgánica de las sociedades, descomponiendo las comunidades y familias en átomos consumistas.
Dijo Alemán que “la dinámica social de un desarrollo económico a la libre, como el de Nigeria en África, no favorece el bienestar social” y citaba al modelo de libertad de mercado de Eucken como “normativo e institucional, pero obviamente supone gran experiencia histórica en el manejo de conflictos y fuertes instituciones sindicales, empresariales, políticas y religiosas respetuosas todas de su autonomía y de las ajenas y dispuestas a objetivos comunes”.
Y es que, si bien la libertad económica es condición requerida para la libertad individual, el individuo libre requiere contar con algún referente moral, social y solidario que lo guíe como agente económico hacia la eficiencia, pero con justeza.
Compete a la generación actual no actuar desde el historicismo, repitiendo patrones fallidos, sino escribir una nueva versión, reconociendo el lugar del individuo íntegro, fruto de un entorno de armonía social, con instituciones fuertes y tolerantes que permita promover la fusión efectiva de los ideales de libertad económica y humana sin tropezarse uno con otro.