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Medalaganarío: un libro que se lee de un tirón

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Pedro Mir había destinado dos sesiones a su lectura, pero hizo todo el recorrido en una. El doctor Zaglul lo leyó de un tirón. Emilio Rodríguez Demorizi no pudo soltar el libro de sus manos hasta que llegó al final, y Manuel Machado Báez dedicó su sábado de descanso a disfrutarlo entero. Medalaganario, la novela recién publicada de Jacinto Gimbernard, (Jacinto Carlos se firma en esta obra el conocido músico y escritor) está presentando un fenómeno no muy conocido en nuestro ambiente. El lector se apasiona con la obra, disfruta con las andanzas de su personaje y se entrega a su lectura sin hacer pausa.

Es bien cierto que la figura de Bienvenido Gimbernard, protagonista de lo que más que una novela es una biografía sincera y pintoresca, era alguien muy conocido, apreciado, temido y admirado en el medio intelectual y periodístico de mediados de siglo, pero eso no explica la fascinación que la obra ejerce sobre quien se dispone a leerla. Hay un tratamiento de la figura tan auténtico, tan honesto y tan ágil y hay, además, una visión tan completa y certera del ambiente en que se desarrollaba su existencia, que lleva al lector a participar estrechamente con la acción, los sentimientos y las peripecias que recogen sus páginas.

El autor, que es a la vez hijo de la figura protagonística de su novela, explica la motivación que le llevó a escribirla y las fuentes de información de que se valió para su trabajo. Papá me contó tantos detalles de su vida, tenía un interés tan grande en no esconder sus comienzos humildes, de los cuales se enorgullecía, que puedo decir que, aunque nunca me pidió que escribiera su biografía, siempre me lo insinuaba de una u otra forma”, explica Jacinto Gimbernard.

Y agrega: “Fue él mi principal, por no decir mi única fuente de información. En el fondo yo me consideraba obligado a cumplir sus deseos. Era un sentimiento que me obsesionaba. Tenía que dejar constancia de su apego a la verdad, de su orgullo por la pobreza -la pobreza era nuestra divisa-, de que en su escala de valores no había nada más alto que su casa del barrio de San Miguel, un bohío humilde y desvencijado”.

Jacinto Gimbernard comprendió un día, hace dos años, al tropezarse con una foto de don Bienvenido a los 40 años, que el hecho de que su padre le hubiera proporcionado tantos y tan completos detalles de su vida le obligaba a recogerlos en un libro.

“Podía haber hecho una obra mucho más amplia”, señaló el autor de Medalaganario, “pero preferí limitarla a 175 páginas para no hacerla tediosa”.

Jacinto afirma que escribió la novela “en un rapto”, bajo un estado de ánimo especial, alterada su cotidiana existencia, obsesionado por reflejar lo mejor posible la personalidad de aquel hombre contradictorio y fuerte que fue Bienvenido Gimbernard. “La escribí en complicidad con mi padre”, afirma Jacinto. “Hice los cuatro primeros capítulos hace dos años, pero cuando tuve que enfrentarme con su fuerte vocabulario me detuve. Sabía que si no ponía en su boca las malas palabras que acostumbraba decir, dejaba de ser él. Y pospuse el trabajo”.

Luego, a su regreso de Francia, donde se desempeñó como embajador de  la República, volvió a pensar en escribir su obra, y así lo hizo. Fueron unos meses –cuatro- realmente difíciles.

“Me resultó muy penoso escribir. Me afectó emocionalmente y afectó a mi familia, que tuvo que soportar mi anormal estado de ánimo durante esa época. Vivía envuelto en el pasado, caminaba varias veces por las zonas que él acostumbraba frecuentar. Hasta lloré buscando la autenticidad de mi personaje, pero seguía adelante porque ya consideraba un deber lo que estaba haciendo”.

Para Jacinto resultaba algo asombroso cómo era capaz de recordar escenas, de recrearlas teniendo como base lo que conservaba en su memoria de los relatos de su padre. Surgían los detalles como por arte de magia, al ponerse en contacto directo con el escenario de los hechos, al lograr identificarse con los ambientes en que el personaje desenvolvió su vida. Nunca había tomado notas de las historias y los hechos que su padre le narraba, pero venían a su memoria tan vivos y tan humanos que no necesitaba del testimonio escrito para recogerlos en las páginas del libro que tenía en proceso.

“A veces me da pena no haber ido más lejos”, afirma Jacinto. “Tuve que dejar fuera muchos detalles que mi padre me había ofrecido”.“Terminé la obra en enero. Y al terminarla sentí un gran alivio y una enorme urgencia de que saliera al público”, agrega.

Y al explicar aspectos de la novela, dijo que, no obstante haber obedecido su elaboración a impulsos emocionales, está escrita con método.

“La pensé en 12 capítulos y así salió. Esos capítulos son, además, muy regulares, casi de la misma extensión”, comenta el autor.

No hay duda de que el temperamento violento, agresivo y fuerte de Bienvenido Gimbernard, magníficamente reflejado en Medalaganario, no haya sido heredado por su hijo. Quizás esto se debe a una reacción muy lógica frente a una serie de condiciones en que hubo de vivir, sometido a un padre autoritario y absorbente.

“Mi padre me crió con una prohibición tácita al disfrute. De niño no me permitía ir a la playa, a cumpleaños, a lugares donde los muchachos de mi edad acostumbraban ir. Quería tener el control absoluto de todo y de todos. Detestaba y huía de los convencionalismos sociales. Menospreciaba el dinero. En su actitud fieramente nacionalista, mejor dicho, dominicanista, tenía miedo a que uno perdiera y olvidara sus raíces.

Por eso sufrió cuando salí del país a realizar estudios en Alemania”. “Yo tenía que trabajar para deshacerme de la idea de mi padre de que yo no tenía derecho a nada que fuera lo que él llamaba deleite de rico”, agrega Jacinto, quien dice que su padre sentía una inconmovible “fidelidad a la pobreza de la familia”. Algo muy íntimo, en lo que no había ninguna pose, ni deseos de ser original, sino una actitud terca y auténtica.

Bienvenido Gimbernard, fundador y director de Cosmopolita, la estupenda revista cuya frecuencia obedecía al capricho de don Bienvenido, hábil caricaturista, creador del personaje Concho Primo, y un hombre contradictorio de fuertes rasgos temperamentales, no murió en el año 1971, cuando casi ciego y apartado de todo dejó de existir el día en que él mismo se había fijado, el de su cumpleaños. No murió porque está de nuevo entre nosotros en las páginas llenas de vivencias y de testimonios de la novela biográfica o de la biografía novelada escrita por su hijo con el extraño título de Medalaganario, palabra inventada por su personaje y que le retrata de cuerpo entero porque refleja una cualidad inherente a su peculiar y extraña personalidad.

El Caribe, 10 de mayo de 1980, p. 32

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