LIBROS
Obra  descorre velo a secretos de los Trujillo

<STRONG>LIBROS<BR></STRONG>Obra  descorre velo a secretos de los Trujillo

Además de la novedad  que representa la descripción del accidente y posterior muerte de Ramfis en España, Aída Trujillo, su hija, lamenta la pérdida de la finca veraniega de Boca Chica, expropiada injustamente a la familia por Balaguer, porque ésta no era una propiedad trujillista sino un obsequio de Manolito Baquero a los Ricart, afirma.

La autora cuenta de su difteria heredada del Generalísimo, tratada por el doctor Jorge con gran temor pues ensayaba un nuevo procedimiento. Como en otras ocasiones que ella narra, “El Jefe” lloró ante lo que parecía una pérdida inminente y el Arcángel Rafael le habló, recordándole sus poderes.

Supuestamente el dictador cumplía “una misión” con su mandato eterno y esa afirmación no sólo la hicieron videntes, sino santos. Tal vez por eso el “Perínclito” encendía velas y rezaba frente a la imagen de La Altagracia, según refiere Aída.

En “A la sombra de mi abuelo” se recrea la vida en “Villa Marina”, donde residían los Trujillo-Ricart; en las mansiones de doña Julia y  María; la Casa de Caoba y otras moradas de esta parentela a la que golpeó el destierro. También el discurrir de la escritora en el colegio del Apostolado.

Narra la interminable tristeza de su madre por las continuas ausencias de Ramfis.  El sufrimiento recrudeció cuando éste casó con “Lita”, quien, según el libro, fue la mayor beneficiaria tras la muerte de Ramfis, en detrimento de “Tantana” y sus hijos.

“Cuando se leyeron las últimas voluntades de Ramfis, Aída fue informada de que, además del piso en donde ella vivía, su padre le había dejado algo de dinero. Poco, comparado con lo que había tocado a sus hermanos. Volvió a sentirse herida por aquel favoritismo”.

Dice que años después “tomó conciencia de la influencia, en aquel testamento, que había tenido la presencia de Lita en las decisiones de Ramfis…” Al leer el documento “se dio cuenta del valor que su familia le daba al dinero. De pronto, todos estaban desunidos, todos se habían convertido en enemigos. Por la herencia que el finado había dejado, se produjeron duros e innecesarios pleitos y desavenencias familiares en donde, cada uno, tomaba el partido que más le interesaba”

Se relatan hechos que la autora  no vivió
Algunos los escuchaba sin que los mayores se percataran, apunta. Describe un diálogo entre “Tantana” y Trujillo en el que éste llora, supuestamente, el asesinato de las Mirabal. No se refiere a la ejecución de héroes del 30 de Mayo en la “Hacienda María”, en la que a se atribuye participación a su padre.

Entre las interioridades de la familia, revela que Trujillo y su esposa dormían en habitaciones separadas; que a Trujillo le inquietaba la ascendencia haitiana de doña Julia pues por eso fue motivo de rechazo en su infancia. Enumera a los lisonjeros del llamado dictador entre los que cita a Balaguer, que “lo elevó hasta la altura del mismo cielo”.

La ahijada de Franco, bautizada en Madrid en junio de 1954, reitera la angustia del desarraigo, relata su pasión por la música flamenca con la que a veces ganó el sustento, la dureza de María Martínez viuda Trujillo. Afirma que Trujillo admiraba a Juan Bosch, que el abuelo nunca sacó dinero del país y que ella de Angelita “no se fiaba ni un pelo”

Un mechón de Ramfis
Entre las muchas referencias que hace de Ramfis, Aída cuenta que éste “urdía” regresar al país y para demostrárselo puso en el tocadiscos un merengue que decía: “Que vuelva Ramfis desde Europa / para que arregle las cosas”

Al accidente y posterior muerte de su padre dedica cuatro páginas. “Incluso con sus gafas especiales para la vista cansada y las canas que adornaban sus sienes, Ramfis seguía siendo un hombre imponente y muy atractivo”, expresa al describir el día en que lo halló de velas por un inesperado apagón.

El 17 de diciembre de 1969 Víctor Sued, secretario particular del hijo de Trujillo, confirmó su corazonada. En la clínica encontró a Ramfis  con “la mandíbula cosida con grapas, porque se le había fracturado, y obligado a beber con la ayuda de una pajita.  Sin embargo, conservaba su buen humor y tenía buen aspecto”.

Duró estable más de una semana hasta que tuvo una crisis cardiaca y fue necesario ponerle un tubo para respirar, agrega. “Se le habían encharcado los pulmones y había que limpiárselos”, le explicó Sued. Pero luego lo encontró “inconsciente”, con “un aparato que permitía escuchar resonar fuertemente los latidos de su corazón… Él, su querido padre, para ella tan fuerte, tan impresionantemente indomable y lleno de vida, estaba lleno de tubos, aparatos y sueros. Sus ojos estaban ligeramente entreabiertos y la expresión de su rostro dormido, muy lejana… Nadie le había dicho que él había fallecido ya. Aquel era el día de los Santos Inocentes, 28 de diciembre de 1969, y Aída, a pesar del dolor que sentía, no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al recordar lo mucho que le gustaban a su progenitor las bromitas pesadas”, manifiesta.

Tiempo después, su hermana María Altagracia la invitó a viajar a la base de San Isidro y le cont ó:

“…Cuando aún seguía vivo, papá me pidió que cuando él muriese le cortara un mechón de pelo, y junto con una fotografía suya, la enterrase en ese lugar. No en vano era consciente de que nunca sus restos podrían descansar en nuestro país”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas