LIBROS
Presentación de obra “Trujillo:
monarca sin corona”

<P>LIBROS<BR>Presentación de obra “Trujillo:<BR>monarca sin corona”</P>

 JACINTO GIMBERNARD
Señor Presidente de la República, personalidades y valioso público que nos acompañan en este trascendental acto, en el cual se pone en circulación la más reciente obra de Euclides Gutiérrez Félix.

Es acerca de un personaje extraordinario e inagotable: Rafael Leonidas Trujillo, quien tras su muerte natural, es decir, acribillado a balazos en su deliberadamente intrascendente Chevrolet Bel Air, final sangriento que él tantas veces había dispuesto para terminar con la vida de enemigos o «desafectos», desarrollando una maquinaria que se hizo autónoma por un número de ejecutores que perseguían la complacencia de su Jefe… Repito, tras su muerte natural, pues recordemos que «el que a hierro mata, a hierro muere», aquel hombre envenenado de adulaciones, de alabanzas, de apologías, de palmadas y ovaciones reverenciantes, después que su cuerpo fue agujereado por plomo y municiones mortíferas, ha sido objeto de un amplio abanico descalificatorio: «era un vulgar ladrón y asesino».

«Simplemente un ambicioso sin escrúpulos», «No tenía ninguna cultura», «Apenas sabía escribir»… ¿Y dónde está -se pregunta uno- aquel Benefactor de la Patria, que era primer maestro, «Primer todo lo bueno y noble»?

A los elogios desmedidos e injustificados siguieron los insultos desorbitados, llegando a presentar a Trujillo como un cualquiera, ignorante y simplemente maligno, taimado e inmoral.

Si tal fuese, el pueblo dominicano hubiese sido el más estúpido y cobarde del planeta, al soportar tan perniciosa figura durante treinta años.

Según voces posteriores a la emboscada mortal en la ruta costera hacia San Cristóbal, Trujillo no valía nada. Era un maleante de indigna recordación.

Para estar a la moda y no ser tildado de trujillista, había que decir lo mismo y afirmar, pétreo rostro, que no había diferencia entre él y sus burdos hermanos, ladrones y abusadores de diversas y curiosas características: el más manso guardaba papel moneda en cajas de zapatos (según dicen), el más pedestre iba a una pulpería y, al pagar, sacaba un billete de altísima denominación para el cual nunca había cambio para devolver, hasta que un pulpero astuto, enterado del asunto, guardó una cantidad de billetes y monedas capaces de devolver un cambio correcto a quien había gastado un peso y pagado con un billete que entonces representaba astronómico valor.

Otro de los hermanos, el apodado Petán, era el señor feudal de Bonao. Apasionado con la violación de jovencitas vírgenes, dio lugar al merengue «El jarro ´tá pichao» tras un paso por Bonao, pero este lunático personaje trajo al país la televisión y un concepto nuevo de la radio. Creó el palacio radiotelevisor La Voz Dominicana e instauró disciplina en todas las áreas, disciplina que aún, en el país, lamentablemente desdeñamos.

El jefe del Departamento de Grabaciones de La Voz Dominicana, el italiano Francesco Montelli, había estudiado en la BBC de Londres y además era un magnífico violinista de quien disfruté el honor de tener como asistente cuando, por muchos años, estuvo a mi lado en la primera silla de la Sinfónica Nacional Dominicana, creada por Trujillo.

En la llamada Era de Trujillo (nombre que, por supuesto, no inventó él, sino un hábil buscador de beneficios) no había libertades. Había miedo.

Pero había orden.

Todo aquella muchedumbre de «generales, caudillos de provincia controlaba zonas y parajes y no les importaba la República Dominicana como tal, como un todo, sino por sus beneficios personales.

¿Que eran más pequeños de lo que llegó a planificar Trujillo?

Por supuesto.

Trujillo creó la «gran dimensión». La dimensión inusitada.

En el mal y en el bien. En lo bueno y en lo malo. En lo aprobable y en lo indignadamente reprobable.

Pero lo cierto es que creó un país partiendo desde el caos.

Voy más lejos. Creó una nación, un concepto de nación, obligando drásticamente al respeto de las insignias patrias: escudo, bandera, himno dominicano. Me dirán que se trataba de que él consideraba la República Dominicana como algo personal, que lo tocaba directamente, que era «su finca, su predio», sobre el cual él decidía como «Monarca sin corona», como el autor titula justamente el libro que hoy ponemos en sus manos.

Hay que aceptar, por respeto histórico, que nuestro país ha padecido de enormes carencias de control, de disciplina, de orden, de prevalencia de lo moral, pero, ¿no ha sido alguna vez así en todas las naciones? La llamada «nobleza» la forman descendientes lejanos de quienes, audaces, astutos, valientes y dispuestos a todo, se apropiaron de territorios que, aunque participando ellos en acciones bélicas personalmente, expusieron mayormente la vida de otros que se arriesgaron con la vista puestas en futuros beneficios.

Por supuesto, cierto número de hazañosos y épicos idealistas se entregaron honestamente al servicio de lo que entendieron conveniente para su patria.

A menudo, con escasas excepciones luminosas entre las cuales, mirando hacia nuestro país, fulgura la luz de nuestro Juan Pablo Duarte, honradora para cualquier país y cualquier tiempo, resulta que la mayoría de los hombres valientes y brillantes de cualquier nación y cualquier tiempo, funden tan íntimamente el amor a la patria y la ambición personal (o las quemantes decepciones debidas a las acciones de colaboradores que habían merecido confianza y que fueron tragados por la espiral descendente de una codicia sin límites, sin lógica y sin pudor), resulta -repito que los mandatarios eficaces son llevados a lo que cierto embajador italiano, en la corte de Felipe II de España, reportaba como «la infermitá della sospetta» (la enfermedad de la sospecha) cuando, en realidad, Felipe II era más crédulo de lo prudente, como lo fue su padre Carlos V al permitir que las riquezas extraordinarias de América fueran manejadas por banqueros flamencos sin aminorar las miserias del pueblo español.

Gobernar es muy difícil, si se quiere hacer bien.

Es doloroso decirlo, pero los pueblos nunca han sabido pensar. Es necesario que alguien, bien acompañado por colaboradores dotados de honradez, patriótica, los dirija e imponga conductas. (CONTINUARÁ)

Jacinto Gimbernard presentando la obra Trujillo: monarca sin corona.

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