Una de las múltiples aberraciones que caracteriza la vida cotidiana de nuestros ciudadanos consiste en la fascinación por exaltar “valores” que, de tanto repetirlo, terminan siendo internalizado por sus beneficiarios. Las loas innecesarias contribuyen a la construcción de un ambiente que en el orden político, social, económico y profesional crean referentes de éxito desprovisto de calidad, pero validados por un tinglado de creencias invertidas. Así la mediocridad adquiere niveles inimaginables donde la meritocracia se coloca en el último peldaño de la escalera del verdadero triunfo.
Las sociedades que se edifican alrededor de un esquema donde la incompetencia reina están destinadas a descarrilarse. Además, un porcentaje importante de la ciudadanía tiende a consentir esos anti-valores y sus exponentes porque los asumen como reglas para el avance. Ese hábito data de años, y una insigne figura de las letras, Max Henríquez Ureña, era advertido por su padre, Don Pancho Henríquez y Carvajal sobre “el manejo grotesco del ditirambo desmedido y la lisonja impúdica”.
El que sintoniza la radio, observa los programas de televisión, lee algunos articulistas tiene que preguntarse por las redes de financiamiento capaces de estructurar una verdad oficial con altísimos niveles de coordinación y la tendencia para anular voces disidentes imposibilitadas de competir en igualdad de condiciones con “otras visiones” debido a la rentabilidad de colocar la opinión en la nómina pública, y de reversa, la asfixia y riesgo que corren los comunicadores disidentes.
Todo el andamiaje mediático destinado al halago está dañando la gestión gubernamental. No importan los resultados electorales del 2016, Danilo Medina no puede colocar el juicio que producirá la historia respecto de su gestión gubernamental en manos del club de áulicos que le miman y postergan la valoración responsable, altamente horrorizada por los niveles de la deuda con relación al PIB, los escándalos de corrupción, la crisis del sistema de salud, los niveles de desigualdad social, el terrible déficit del sector eléctrico, el drama de la inseguridad ciudadana, el altísimo porcentaje de maestros que no pasan las pruebas para impartir docencia en las escuelas, la ineficiencia de la policía nacional, la complicidad del ministerio público, los cuestionamientos en el litoral militar y su relación con el narcotráfico.
El país no puede reducirse a la opinión de gente que factura lo que habla y cobra lo que escribe. Si algo se torna indispensable en la actual coyuntura es el componente de cuestionamiento constructivo que mejora sustancialmente a los hacedores de políticas públicas, creando las condiciones de una diversidad partidaria orientada por la necesidad de superarnos institucionalmente y crear las bases de un país donde los aspectos secundarios no sirvan de excusas para que lo peor siga dirigiendo los destinos nacionales.
Cuando se abrieron las compuertas de la libertad, la sombra del tirano asustaba, pero un puñado de jóvenes como José Francisco Peña Gómez levantaba su voz de presentador oficial del legendario Ángel Miolán en las primeras manifestaciones del PRD. Francisco Carvajal Martínez, con su sobresalto argumental, recordaba a los seguidores del 14 de junio en las plazas públicas el compromiso de “los que llegaron llenos de patriotismo”. Brinio Rafael Díaz, lanzaba el grito de guerra de un sentimiento de la élite anti-trujillista con sentido de militancia partidaria concentrado en la UCN. A los tres, los conducía el sentido de compromiso y lealtad a sus respectivas causas partidarias, no había una contrata, su anhelo no era llegar para enriquecerse ni pretendían tener cuentas ocultas en Suiza.
Siento preocupación por el séquito de voceros obsequiosos que acompañan a ciertos políticos y empresarios. Le adulan, aderezan su perfil y transforman sus ineptitudes en atributos excepcionales. Muchos lo olvidan, pero antes de la fatídica noche del 23 de febrero de 1930, el brigadier Trujillo se hacía acompañar de escritores del calibre de Tomás Hernández Franco, Tulio Cestero y del poeta Ramón Emilio Jiménez. Nadie lo percibía, se estaba incubando lo que su cortesano aventajado definió como: el roble poderoso que durante más de treinta años desafió todos los rayos y salió vencedor de todas las tempestades.