Me quieres? No te puedo contestar, representas el 40% de la facturación de la empresa”. Así le respondió la agente literaria más importante de un trecho del siglo XX y del quindenio del actual, a Gabriel García Márquez. Porque no se trata de cariño, tampoco de extorsión o acoso, es el negocio. Asignar relevancia al producto del denuedo solitario, a las cabriolas de la imaginación con forma de párrafo. Carmen Balcells tuvo clientes, no amigos, aunque la relación con sus representados incluyera asistencia a partos, intervención en conflictos de pareja, hombro presto para el llanto.
La catalana que cambió la relación de explotación de las editoriales con los escritores, recuerda Juan Marsé, “se metía en todo y en todo significaba en todo”. Un día la escuché hablando con mi madre de mi futuro como escritor. Vinculado desde el 1960 a “la mamá grande”, sobrenombre que Balcells detestaba, cuenta que por ella compró su primera casa.
No doy recomendaciones, doy órdenes, decía y en la orden estaba el respeto por el oficio y la ganancia. La fórmula fue exitosa, el resultado habla. Apostó a la calidad de atrevidos desconocidos, además extranjeros, como García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Onetti. Su agencia, con 300 autores, exhibe seis premios Nóbel: Asturias, Cela, Neruda, Aleixandre, García Márquez, Vargas LLosa. Estar en su catálogo más que aspiración fue obsesión.
Nació en Santa Fe de Segarra- 1930-su madre la conminó a estudiar peritaje mercantil. Llega a Barcelona con su familia, es una joven con garra y ambición. Trabaja como secretaria hasta que la cercanía laboral con el escritor rumano Vintilia Horia, dueño de una agencia literaria, la ata al mundo que será su mundo para siempre. “He sido muy extranjera en Barcelona. No era hija de notario, ni tenía un padre editor y rico, ni pertenecía a la burguesía bien relacionada. Por eso es un milagro el que con las pocas influencias que tuve de joven adquiriera tanto reconocimiento”.
Vásquez Montalbán, en una ocasión, evaluó la catadura de Balcells: pasará a la historia de la literatura universal por su empeño prometeico de robarles los autores a los editores para construirles la condición de escritores libres, en el mercado libre. Hasta Carmen Balcells, los escritores firmaban contratos vitalicios con las editoriales, percibían liquidaciones agonizantes y a veces, como premio, recibían algunos regalos en especie…”.
En el país, la inexistencia de editores comprometidos y de agentes literarios es secreto y desilusión compartida. Connivencia que aguarda oportunidad, cautela propia de esa competencia sorda e inclemente entre cangrejos que pretenden fama. En el cruce de miradas está la aceptación aunque sin claudicar. Pasa el tiempo y la ilusión pervive, también el engaño, las excusas. Se repiten historias de antologías, catálogos, ferias, traducciones y menciones en alguna conferencia.
Ya el oficio dejó de ser reivindicado en lectura de sábado, en reunión de diletantes. Los folios descansan, la creatividad se desfoga en artículos y ensayos, en blogs que nadie busca, en chats intrascendentes. La recompensa es un premio local que paga deudas y consigue primera página. La literatura dominicana no tiene representantes. Nunca los ha tenido. Nuestra grafía es náufraga. Nadie dice: escriban, ninguno redacta el ucase que permitió el boom. Muere una época que aquí nunca existió. Culmina un estilo, un trabajo realizado con seriedad y contundencia.
Quizás una madrugada, en ese momento de incertidumbre cuando la luna se apaga y el sol aún no asoma, en ese instante ocre de coqueteo entre satélite y estrella, alguien se atreva al grito. Al aullido del desencanto. Tal vez relate las peripecias para encontrar un ser parecido a Balcells. Una persona que confíe en las letras nuestras, lea, apueste y ofrezca.
Cercados por la ilusión y el miedo, en el silencio están las razones, el recelo de la espera. Mientras tanto, la distorsión del oficio persigue prebendas y nombradía fugaz. La creatividad se arrienda aguardando el milagro, pero Balcells no asoma.