Algunos niños, luego de cometer travesuras con malos resultados (como romper objetos de vidrio, virar recipientes con alimentos, ensuciar muebles y camas, etcétera) reciben a sus padres con llanto desesperado, lo que sus progenitores no comprenden hasta ver los desastres que han ocasionado. El propósito es provocar compasión y sensibilizar a sus parientes para que el castigo sea mínimo o pospuesto, como diciendo “ya lo dañé, no hay remedio, acéptalo y no me castigues, por favor”.
El ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, usó ese método cuando intentó disparar el precio de los peajes de 30 a 100 pesos, ordenando, por adelantado, la preparación de las casetas y sus barras de control antes de anunciar el aumento y, tal vez, sin notificarlo a su superior, el presidente Medina; pero en el caso de las plantas de carbón, parecería que al presidente le lloraron muy bien, porque autorizó el uso de US$200,000,000 (doscientos millones de dólares) para iniciar el proyecto en Baní sin ninguna garantía de financiamiento adicional exterior y ya los dólares del Gobierno se gastaron en “preparación de los terrenos”, exponiendo al Estado a la pérdida de esos recursos (casi mil millones de pesos) o a la obligada contratación de préstamos en desfavorables condiciones con la excusa de que “ya lo que se comenzó hay que terminarlo para no perder la inversión inicial” y el caramelo envenenado de que se ahorrarán 500 millones de dólares anuales.
Esa lloradera antes de la “pela” hay que detenerla; fíjense lo que parece estar ocurriendo con la compra de terrenos para las nuevas escuelas, con cuestionables manejos cuya investigación se plantea después de terminadas las edificaciones.