En una entrevista otorgada a la agencia Inter News Service (INS), el historiador y profesor universitario de Haití, Reinseinthe Paúl Joseph, que había regresado a su país para apoyar la candidatura del cantante Michel Martelly, candidato en la segunda vuelta a la presidencia de Haití, aseguró de manera tajante: que los dominicanos tienen que acostumbrarse a vivir en convivencia con los haitianos, porque quieran o no, lo que está al doblar de la esquina es la fusión de la isla.
De manera desafiante y creyéndose un oráculo, vaticinó que Leonel Fernández no había recibido a Martelly como lo hizo con la otra candidata Mirlande Manigat, porque él sabe que cuando ganemos, se le va acabar el orgullo y racismo rancio a los dominicanos en contra de los haitianos. De hecho, el señor Joseph cometió un yerro en su apreciación, ya que el presidente Leonel Fernández recibió el lunes 28 del mes transcurrido, en el Palacio Nacional, al candidato Martelly por casi una hora y que sepamos éste no le planteó el axioma Joseph.
Después del devastador terremoto que sacudió Haití en enero de 2010, las masas depauperadas se han volcado masivamente hacia territorio dominicano, sin que nuestras fuerzas armadas o la Dirección General de Migración hayan podido, no sólo regular el flujo, sino evitar la entrada masificada en nuestro territorio. No ha valido que el CESFRONT, las alcabalas improvisadas a lo largo de las rutas cercanas a la frontera, ni tampoco la repatriación forzosa de los ilegales, para ponerle un alto a la invasión pacífica y el establecimiento de bolsones de haitianos en diferentes puntos del país, algunos tan distantes como en la provincia La Altagracia. Con conocimiento de causa podemos afirmar, que existen comunidades en que los haitianos constituyen la mayoría de la población.
No se puede ocultar la confrontación que se ha suscitado entre haitianos y dominicanos, sobre todo en comunidades rurales, en donde la mano de obra haitiana ha desplazado la dominicana. En Santiago, los moradores de un barrio expulsaron a los haitianos del mismo. De su parte, ya no sólo se dedican a labores agrícolas, ahora son partícipes en el motoconcho, mercado informal de chucherías, ropa de pacas, heladeros, ventas de tarjetas telefónicas, fruteros, limpiaparabrisas en las esquinas y el caso más ignominioso: tráfico y alquiler de menores en las esquinas principales de las ciudades de mayor población en el país.
Sin embargo, ante esta avalancha humana, alentada por países que han propugnado por la fusión; como Francia, Canadá, Venezuela y los Estados Unidos de América, naciones que poseyendo grandes extensiones de terrenos baldíos se niegan a recibirlos, nuestro Congreso Nacional no se ha dignado elaborar una Ley de Migración con fines de su promulgación, en donde no sólo se regulen los ciudadanos del vecino país, sino de una caterva de extranjeros que se han aposentado en la República, por la facilidad con que se establecen sin que las autoridades pertinentes les pidan o les obliguen a regularizar su estatus de residentes en el país.
En los pocos casos en que nuestras autoridades de migración han ejercido el derecho de solicitar su residencia o visado, embajadores y representantes de países y organizaciones que responden a esos estamentos, protestan por la repatriación forzosa de esos ilegales, muchos de los cuales son delincuentes y traficantes de estupefacientes.
Hace unos tres años nosotros escribimos una entrega en la cual vaticinábamos que esa invasión pacífica de nuestro país, iba a desembocar en una fusión y que deberíamos comenzar a buscar un nuevo nombre; a no ser que respetáramos el nombre dado a la isla por el Almirante de la Mar Océana denominándola Hispaniola o La Española. De no ser aceptado ese patronímico, apelaríamos al de Isla de Santo Domingo. Lo que sí es un hecho cierto, que si el Gobierno Dominicano no promulga pronto la ley sobre inmigración, se hará reo del crimen de lesa patria por haber contribuido de manera ostensible a la pérdida de nuestra nacionalidad. Es hora de rememorar la sentencia de nuestro Padre de la Patria: Nuestra República será libre e independiente de toda potencia extranjera, o se hunde la isla.