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Retrocedamos tres mil años y situémonos con la imaginación en las llanuras de Arabia y Berberia, famosas por los caballos de gran fogosidad, brío y ligereza que en ellas se criaban.
Las galeras fenicias zarpan con rumbo a España junto con el hierro, los tintes, las especies y las frutas, que son su carga habitual, llevan ahora caballos de esa noble raza salvaje.
Pasan varios siglos. Aquellos animales andaluces, orgullo de España.
De ahí pasan al Oeste estadounidense. Ese Oeste del canto y la leyenda; del bisonte y del reno, del oso gris y del indio de las llanuras.
En toda la vasta región no hay ni un solo caballo, y los indios de todas las tribu, paunis, comanches, dakotas, tienen que recorrer a pie sus dilatadas tierras en lentas y penosas jornadas, llenas de todo tipo de penurias para poder trasladarse de un lado a otro con una valentía incomparable en aquellos tiempos idos, que tenían que vencer para lograr de un lugar a otro, pero ya acostumbrados podían vencer esas vicisitudes, pero con la llegada del noble bruto, la situación de los indios cambió en forma completamente diferente. Esta columna es para dar conocimientos.