Los evangelios y otros escritos canónicos

Los evangelios y otros escritos canónicos

Jesus de la Rosa.

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Los intentos de examinar críticamente los documentos de los primeros tiempos de la era cristiana, aplicando métodos científicos en uso, casi siempre han chocado con la opinión formal de las iglesias cuyo teólogos han preferido presentar dichos pliegos como artículos de fe, como textos sagrados donde cada palabra se debe a la Revelación. Al efecto, el Papa Pío XII, haciendo uso de la palabra en un Congreso internacional de historiadores celebrado en Roma en 1965, repitió de nuevo que “para los católicos la cuestión de la existencia de Jesús es asunto de fe y no de ciencia”. Tal vez ésa sea la causa de que, muy a pesar de la profusión de trabajos dedicados a los diversos aspectos de la historiografía del cristianismo primitivo, todavía se esté a la espera de un estudio laico más acabado sobre un tema como ése de tanta trascendencia e importancia histórica.
El problema de las fuentes del cristianismo primitivo se caracteriza por su excesiva complejidad. Apareció en el siglo primero, entre los judíos de la diáspora, allá donde se encontraban después de la dispersión. Se difundió con bastante rapidez en las provincias orientales del Imperio Romano, especialmente, en Asia Menor y en Egipto. Hacia principios del siglo siguiente, la nueva religión penetraba en Grecia. Durante la primera mitad de ese mismo siglo, ya tenía muchos adeptos en Roma y durante la segunda mitad, los tenía en la Galia, África del norte, señaladamente en Cártago, donde la comunidad cristiana era una de las más considerables de la época. En el Siglo III, la Iglesia, convertida en fuerza política, empezó a imponerse a los poderes romanos. Legalizado a principios del Siglo IV, el cristianismo se convirtió, sin mayores tardanzas, en la religión oficial del Imperio. De este modo, a los tres siglos del nacimiento de Jesús, aquel culto, antaño tan combatido, se transformaba en el credo dominante de Roma. Conviene señalar que la difusión del cristianismo no siempre siguió una trayectoria ascendente. Durante esos trescientos años, conoció periodos en que su aceptación ascendía vertiginosamente y épocas en que era catastrófica la disminución del número de sus fieles. El espectacular triunfo del cristianismo sobre las demás religiones de la antigüedad sigue siendo un acontecimiento de primordial importancia que como tal requiere una explicación científica. La falta de espacio nos impide profundizar más en ese tema.
Los documentos unidos a la historia del cristianismo y que han llegado hasta nuestros días podemos dividirlos en dos grandes grupos: escritos cristianos y no cristianos. Al primer grupo pertenecen: los documentos reconocidos como sagrados por la Iglesia Católica y Ortodoxa e incluidos en el Nuevo Testamento; los escritos debidos a los apologistas o defensores de la fe cristiana; los apócrifos, escritos no incluidos en el Canon, por diversas razones; los fragmentos de escritores cristianos opuestos a los dogmas de las Iglesias; y las inscripciones papiros, monumentos arqueológicos y otros remanentes de las primeras comunidades cristianas. A las fuentes no cristianas pertenecen las obras de los escritores judíos y greco –romanos de los primeros siglos de nuestra era. No fue hasta principios del Siglo XVII, con el progreso general de los métodos de estudio de los documentos históricos, que comenzaron los enjuiciamientos críticos de cuestiones que se aceptaban antes como verdades reveladas. El análisis crítico de los documentos de la literatura griega, como los poemas de Homero, reveló algunas contradicciones debido a la superposición de textos compuestos en épocas distintas y bastante alejadas la una de la otra. El estudio relativo a la historia romana de los tiempos más remotos arrojó resultados análogos. La aplicación de los nuevos métodos de investigación histórica a los estudios de los Evangelios no tardó en ponen en evidencia ciertas inconsistencias de los dogmas tradicionales de las iglesias católicas y ortodoxas.

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