Los extraños de Ferguson, Misuri

Los extraños de Ferguson, Misuri

“El problema del siglo veinte es el problema de la línea de color”. Así abre W.E.B. Du Bois “Las Almas del Pueblo Negro”, unos de los más preclaros ensayos sociológicos de la pasada centuria. Escrito en 1903, su autor analiza la centralidad del problema racial en la sociedad estadounidense de entonces y le pronostica larga vigencia. Agosto de 2014, esa “línea de color”, lejos de ser borrada, continúa su cruda demarcación contra el pueblo negro en Estados Unidos, pueblo al cual Lorca llamó un pueblo rey “prisionero en trajes de conserjes”.

Los recientes acontecimientos en Ferguson, Misuri, testimonian. Michael Brown, un joven afroamericano y desarmado, fue ultimado de seis balazos por policías blancos sin justificación alguna. Inmediatamente conocidas las circunstancias, la indignación se apoderó de la comunidad afroamericana, sometida por la historia a la vejación permanente, al acoso social, a la desconfianza. Hace apenas meses, la Justicia de ese país absolvía al policía que mató en 2012 en condiciones similares a Trayvon Martin, otro joven negro, en Florida. La semana pasada en San Luis le tocó a Kajieme Powell, de 25 años, acribillado de doce disparos por una patrulla que en lugar de interpelarlo y apresarlo por supuesto robo de donuts, decidió su muerte en apenas 15 segundos. Eric Garner, afroamericano de 43 años y asmático, fue estrangulado por la policía de Nueva York el pasado 17 de julio, al ser interpelado violentamente por vender cigarrillos de manera ilegal. Dejó huérfanos a seis hijos. En todas estas historias, la obsesión de los victimarios con los jóvenes de piel negra parece haber prevalecido al momento de operar criminalmente, como si no se tratara de simples detenciones policiales, como si detrás del inconsciente social común de estos agentes represivos, estuvieran presentes dos siglos de odio irascible y de prejuicios de blancos contra negros en Estados Unidos.

El gobierno teme que las protestas ganen otras regiones del país, en especial, esos bastiones de la juventud negra empobrecida, pateada por la discriminación permanente y por la infame estructura autoritaria de distribución de riquezas y de reproducción social casi perfecta que hoy gobiernan en Estados Unidos. Porque pobreza, racismo y control político son un tinglado que convierte a los negros en extraños en su propia tierra. Según el censo, la población de Ferguson es 60% afroamericana, pero su cuerpo de policía tiene 50 agentes blancos y solo tres negros. En las instancias superiores de decisión colegiada, solo dos miembros son negros (uno en Junta del cabildo, otro en la Junta de la escuela, etc.). En el año 2013 se realizaron en Ferguson 519 arrestos, de los cuales 483 sobre negros contra solo 36 sobre blancos.

Imposible pensar en Ferguson y no escuchar a Tupac, príncipe del rap americano ido a destiempo, cuya denuncia de la condición juvenil afroamericana en 1996 es de una alucinante actualidad. Decía Tupac en su canción Cambios: “Hay guerra en las calles y en el Oriente Medio. En lugar de guerra a la pobreza, ellos le hacen la guerra a la droga para que la policía me moleste”.

Ferguson encierra dos siglos de oprobio de la República norteamericana hacia sus esclavos y sus descendientes. Mayoritarios, los negros de Ferguson son minorías políticas que viven como parias, como extraños y sospechosos en sus propias tierras. La presunción de culpabilidad son sus carnets de identidad. Pregunto entonces, junto aTupac: “…no puede un hermano [negro] tener algo de paz” en los Estados Unidos de América.

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