Los Goyito de hoy

Los Goyito de hoy

Quizá alguien entienda que están bien los sueldos estratosféricos para personas que no rinden ningún servicio en la Cancillería.
Es escandaloso que, en cada Ministerio, en cada lugar donde el titular tiene acceso a fondos públicos y autonomía para disponer de ellos, hay una nómina, una nominilla abultada, o muy abultada.
Se llamaba Goyito Polanco, general de la montonera. Había peleado en nadie sabe cuántos asaltos. Su trabajo, siempre, fue la guerra ejercida para beneficio personal. Hombre de valor a toda prueba, solo tenía vida cuando participaba en algún levantamiento contra el gobierno, no importaba cual. No era amigo de la paz, de ahí su vocación guerrillera y su constante estar en la manigua tumbando este gobierno y el otro también.
Hacía tiempo que ni lo convidaban ni él creaba un movimiento para irse al monte, Goyito estaba jodido hasta que atendió el canto de las sirenas del gobierno que le ofrecieron un sueldo, chequear todos los meses, una buena suma.
Llegó vestido de riguroso dril presidente blanco. El filo de su pantalón cortaba, un aplanchado perfecto. Entregó el bastón al mozo, se sentó y dijo en voz alta: vengan to’ pal ombligú, que yo me caigo la cuenta (vengan todos al ambigú, donde estaban los tragos y la comida) servicios de tragos). Se había vendido al gobierno. Dejó atrás su vocación de guerrero. Había logrado su objetivo.
Después de participar en marchas, caravanas, concentraciones, ser ocupante distinguido de la cola de un camión lleno de vociferantes seguidores del líder, cuando su partido llegó al gobierno se acabaron los sombreros antes de que le llegara el que serviría a sus ambiciones de sueldos lujosos y posiciones de mando.
Aún así, le había llegado su tiempo. Alguna puerta se le abriría porque, no podía ser.
Todo el discurso de seriedad, honestidad, trabajo, sacrificio por la Patria, hacía dado sus frutos: engañaron a los electores, usaron la guardia y la policía, emplearon dinero del erario para comprar voluntades.
En cualquier lugar se consigue una coima, una botella, una sinecura, entonces se inició el tiempo de hacer equilibrio para, de todos modos, caer en el fondo de la pendiente enjabonada de la corrupción.
Tanto vociferar, tanto discutir, tanto decir contra lo indebido para luego no sólo caer en la tentación de lo mal hecho, sino que se intenta justificarlo, como Goyito Polanco.
Los nuevos Goyito están en la Cancillería, en Obras Públicas, en donde quiera que hay autonomía para el uso de los fondos públicos.
Todo es fruto de que no se ejercen con seriedad y honestidad los controles en el gasto y que somos permisivos y, de una vez por todas nos dispongamos a crear las condiciones para terminar con esas prácticas que nos persiguen desde siempre.

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