Los insectos se convierten en pequeños guardianes de cultivos

Los insectos se convierten en pequeños guardianes de cultivos

Belén Delgado
EFE/REPORTAJES

Aterrizar en Antalya es como caer sobre una gran sábana blanca que aparece repentinamente tras sobrevolar sus imponentes montañas. Los plásticos de los invernaderos han tomado la llanura de esa provincia del sur de Turquía, en la costa mediterránea.

El enclave, conocido por ser un destino turístico de sol y playa, concentra una décima parte de la producción agrícola del país.

Sus verduras y hortalizas alimentan el dinámico mercado local y se exportan a socios comerciales como los países de la Unión Europea (UE). Pero en este mundo globalizado de feroz competencia, la agricultura tradicional no basta y los productores saben que deben adaptar sus técnicas si quieren mejorar sus rendimientos de forma sostenible.

En el distrito de Aksu, el turco Ömer Sargin se dedica al cultivo de pepinos, pimientos, melones, sandías y tomates en apenas una hectárea de invernadero como los que se ven desde el cielo.

Sus conocimientos en agricultura los aprendió de sus padres. Tras recibir la visita de los ingenieros del Ministerio de Agricultura, decidió cambiar de técnica al ver que estaba «equivocado».

Su error, comenta, consistía en utilizar pesticidas químicos dañinos para la salud y la naturaleza. «Quiero aumentar la calidad de los alimentos sin tener la preocupación de que mis hijos puedan sufrir algún tipo de problema comiéndolos», sostiene.

Sargin participó en una de las llamadas escuelas de campo, talleres que se repiten en otras partes del mundo con el fin de promover el uso de métodos de control biológico en la lucha contra las pestes.

Las continuas amenazas que se ciernen sobre sus cultivos han llevado a los agricultores a replantearse cómo combatirlas con eficiencia.

“En lo primero que pensaban normalmente era en los pesticidas sintéticos”, dice la experta del Ministerio turco de Agricultura Leyla Kahveci.

A su juicio, los productores “daban poca importancia» al control biológico, que actualmente está ganando terreno”.

Ese sistema, todavía minoritario, forma parte de un modelo de gestión integrada de distintas técnicas respetuosas con el medio ambiente.

Consiste en introducir insectos depredadores que acaben con los organismos dañinos, usar plaguicidas biológicos naturales y adoptar prácticas para que las plantas estén sanas y resistentes cuando haya más probabilidad de que se produzca un ataque de las plagas.

En Turquía, el séptimo mayor productor agrícola del mundo, un obstáculo para el desarrollo sostenible es el bajo nivel de formación de los agricultores.

Corren el riesgo de emplear mal los pesticidas y perjudicar así la salud de las personas y el ambiente. Aunque todavía hay pocos que se decanten por los métodos alternativos de control, se está intentando revertir esa tendencia con campañas de concienciación y distintas publicaciones.

Además del entrenamiento, Kahveci destaca también los esfuerzos para analizar los pesticidas antes de otorgarles la licencia necesaria para emplearlos en el campo.

«El principio es usar los químicos solo como última opción», destaca la especialista. Si no se consigue atajar la peste, entonces se puede pasar al control químico, tratando siempre de utilizar aquellos productos menos dañinos, con menos residuos, y tomar las medidas de protección adecuadas.

Abanico de medidas naturales. Antes de llegar a ese extremo, el control biológico de pestes ofrece numerosas posibilidades. Solo hay que verlo en uno de los invernaderos de Antalya. Su entrada está sellada por una tela fina que frena a los insectos que llegan con el aire de fuera.

Una sustancia blanca en el suelo cierra el paso por tierra a los posibles «invasores» que intenten colarse en las suelas del calzado de los visitantes.

Ya dentro, la radiación solar que penetra a través de los plásticos sirve para desinfectar el suelo.

Entre los pasillos verdes, de donde cuelgan grandes pimientos amarillos, coloridas trampas pegajosas buscan capturar a los insectos, a los que se identifica rápidamente para prevenir la transmisión de enfermedades.

Cuando los agricultores turcos combinan ese tipo de métodos en sustitución de los químicos, reciben una etiqueta especial para colocar sus productos en el mercado.
Es el premio a un trabajo laborioso y lento, con el cual acceden a las grandes cadenas de distribución.

¿Qué ganan con esos certificados ecológicos?. Para empezar, vender su mercancía a un precio mayor que el que se pagaría en los mercados tradicionales.

Para Turan Özalp, productor de pimientos, la transición le ha llevado casi una década. Durante tres años se estuvo preparando junto a su otro socio en una mínima parte de sus parcelas.

Desde hace ya cinco emplean el control biológico en las ocho hectáreas que poseen y, según cuenta, han logrado finalmente ser rentables. «El coste del trabajo se reduce por los beneficios del control», afirma Özalp, que agradece el apoyo del Gobierno.

Y es que sin los subsidios que recibe, de unos 160 dólares por cada 0,1 hectáreas de terreno, reconoce que le hubiera costado mucho más adaptarse al nuevo sistema.

Opción minoritaria pero en expansión. Los incentivos económicos y la capacitación facilitan ese cambio. Decenas de países, en colaboración con la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), han desarrollado escuelas de campo para fomentar el manejo integrado de plagas.

En Mali, por ejemplo, una comunidad dedicada al cultivo de algodón consiguió eliminar casi por completo el uso de plaguicidas tóxicos optando por el extracto de árbol de nim y otros productos naturales.

Otras zonas ya tienen interiorizadas las alternativas a los químicos desde hace tiempo. En la provincia española de Almería, donde los invernaderos inundan el paisaje, casi toda la producción de tomate se efectúa mediante la gestión integrada y el control biológico de plagas.

Y en muchas plantaciones de café en Colombia el combate a la dañina plaga de la broca se libra con insectos «enemigos» y la recolección manual de los granos infestados.

La experta de la FAO Yong Yang considera importante que los agricultores acepten métodos como los pesticidas biológicos, aun funcionando más lentamente que los químicos, y que con su producción sean capaces de satisfacer la demanda.

A las limitaciones del mercado se suma el hecho de que los países dan definiciones distintas a los productos de control biológico de pestes.

Así es mucho más complicado registrar lo que entra legalmente y lo que se aplica en las fincas.

«Antes de usarlos, las autoridades necesitan revisar sus riesgos potenciales y sus efectos en las personas y el ambiente», remarca Yang. No vaya a ser que esa solución se vuelva un nuevo problema.

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