Los intelectuales [dominicanos] y la intervención militar norteamericana, 1916-1924

Los intelectuales [dominicanos]  y la intervención militar norteamericana, 1916-1924

Analizar con lo jurídico a secas la intervención militar norteamericana que comenzó en abril de 1916 y culminó el 29 de noviembre de ese mismo año con la proclama del capitán Harry S. Knapp es quedarse corto y no ver, como lo vieron Lugo y Flores, que la estrategia de los Estados Unidos comenzó con la intervención de Cuba en 1898, con la anexión de Puerto Rico el mismo año, con la derrota de España en la guerra hispano-norteamericana y con el control de Centroamérica y todo el Caribe como paso previo al control del canal de Panamá, previo también al desmembramiento de esa provincia colombiana para asegurarse el control del comercio internacional a través de la navegación marítima desde Europa.
Ninguno de los firmantes de la protesta de la Academia Colombina, si no yerro, era comerciante importador de mercancías desde los Estados Unidos. Todos eran abogados, profesores normales, periodistas, razón por la que no puede atribuirse a intereses que pudieran ser lesionados al atacar frontalmente a los Estados Unidos como país imperialista.
He aquí los nombres, apellidos y profesión de los firmantes de la protesta de la Academia Colombina: Dr. César Tolentino, profesor de la Escuela “Normal Práctica” de Santo Domingo. Luis C. del Castillo, diputado al Congreso Nacional, profesor e inspector de Escuela “Normal Práctica” de Santo Domingo. Carlos Larrazábal Blanco, profesor del Instituto Incorporado “Salomé Ureña”. Lic. Fabio A. Mota, profesor de la Escuela “Normal Superior” de Santo Domingo. Profesor Pedro P. Peguero, director de la Escuela “Normal Práctica” de Santo Domingo. Antonio E. Alfau, profesor e inspector de la Escuela “Normal Superior”. Lic. Alcides García [Lluberes, DC], profesor secretario del Colegio Incorporado “Santo Tomás”. M. N. ^Maestro Normalista, DC] Viriato Fiallo, miembro de la Junta de Enseñanza, profesor de la Escuela “Normal Superior”. Dr. René. Fiallo, profesor de la Escuela “Normal Superior”. Lic. Rafael Estrella Ureña, Dr. Conrado Sánchez, Sr. Luis E. Alemar, Lic. Diego de la Barrera. (Paulino Ramos, obra citada, p. 39).
¿Cuál fue el destino histórico de estas personalidades después de la evacuación de las tropas de ocupación militar yanqui el 12 de julio de 1924?
Es muy extraño que Emilio Rodríguez Demorizi no mencione, salvo error de mi parte, la existencia de la Academia Colombina en su documentado libro “Sociedades, cofradías, escuelas, gremios y otras corporaciones dominicanas” (Editora Educativa Dominicana, 1974) y sí documentara la existencia de la Junta Nacional Colombina fundada el 24 de febrero de 1923 (p. 139). Academia Colombina que jugó un papel estelar en la lucha en contra de la intervención americana del 16-24 y está conectada con la lucha de la Comisión de Damas, primera en lanzar un documento fechado el 24 de mayo de 1916 en contra de dicha ocupación, ocho días antes que la protesta de la sociedad colombina. Fue la pequeña burguesía alta, letrada, la que enfrentará con mítines, protestas, proclamas y otras actividades cívicas al imperialismo, pero la opción militar la dejará en manos de las clases campesinas, sin apoyarla.
Sea como fuere, ya vimos antes el destino de algunos miembros de la Academia Colombina que figuraron, respecto a esta sociedad letrada, en la denuncia tardía del Congreso de la Prensa dominicana en 1920: Este César Tolentino, doctor en medicina, es el mismo que figura en representación del periódico “La Información” de Santiago como miembro prominente de aquel Congreso que presidió Horacio Blanco Fombona. La misma conducta de Luis C. del Castillo fue situada, al igual que la de Rafael Estrella Ureña, ambos horacistas, pero que se alejaron de ese partido en razón de su desacuerdo con el empréstito de 20 millones de dólares y la ratificación de la Convención de 1907, y a quienes encontramos firmando esta protesta de la Academia Colombina. Al igual que al Dr. Conrado Sánchez, quien figuró en 1920 como representante del periódico “El Pueblo” y ahora como miembro de la citada Academia.
Los demás, futuros historiadores de prestigio como Larrazábal Blanco y Luis Alemar, les encontramos en la biblia de los colaboradores del trujillismo, unos activos, otros desabridos o francamente hostiles como Larrazábal Blanco. Alcides García Lluberes, René Fiallo y Viriato Fiallo no figuran en el libro de Rodríguez Demorizi. Pero el resto, Fabio A. Mota y Antonio E. Alfau serán colaboradores entusiastas de la dictadura. Solo Conrado Sánchez no figura en “Bibliografía de Trujillo” ni en el libro donde Rufino Martínez les pasa juicio a los intelectuales de viso que se entregaron al trujillismo después de la evacuación de las fuerzas militares yanquis, pues los ocho años que duró aquella ignominia fue solo un paréntesis para que volvieran a adueñarse del país los bolos y coludos de la época de Concho Primo.
De Pedro P. Peguero, Conrado Sánchez, René Fiallo y Diego de la Barrera no he encontrado en Rufino Martínez ni en “Bibliografía de Trujillo” noticias acerca de su conducta luego de la desocupación de las tropas yanquis y el advenimiento al poder de la dictadura de Trujillo en 1930, luego del tránsito de Horacio Vásquez y su caída. Pero quienes no figuren en estos dos contenciosos, puede que figuren en la semiótica de la acción del trujillismo. Lo cual amerita una investigación puntual.
De Viriato Fiallo se sabe que nunca se inscribió en el Partido Dominicano y que para sobrevivir sirvió la modesta posición de médico de la Casa Vicini y que tuvo una participación sobresaliente en la lucha en contra de los remanentes del trujillato como líder de la Unión Cívica Nacional, aunque cometió la torpeza, guiado quizá por sus protectores, de participar en la conjura que dio al traste con el orden constitucional que encarnó Juan Bosch desde febrero a septiembre de 1963. En la historia lo importante no es como se comienza, sino cómo se termina. Los historiadores del futuro, no los de la historia inmediata, le juzgarán y verán cuál de sus dos acciones tuvo un peso mayor, aunque el Ayuntamiento del Distrito Nacional, esa olla de grillos de los intereses más variopintos del espectro político criollo, nominó una calle en el polígono central con su nombre, al igual que casi todos los golpistas contra Juan Bosch tienen la suya en la Capital. ¡Cosas veredes, mío Cid!
Durante la gestión de Johnny Ventura como síndico del Distrito Nacional, Andrés L. Mateo y yo le entregamos, a nombre de la Casa del Escritor Dominicano, una carta con la lista de los grandes escritores dominicanos que merecían una calle en la Capital, pero se nos hizo el caso del miso.

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