Los límites del plagio

Los límites del plagio

Hace unos días la prensa internacional reveló que Graham Bell (1847-1922), podía no ser el inventor del teléfono. Hace unos años, el profesor Montaigner, del Instituto Pasteur de París, obtuvo por decisión judicial la paternidad del aislamiento del virus VIH, ante un profesor estadounidense que se abrogaba su paternidad. En el caso de Bell sólo una sentencia moral puede reprimir ese plagio; en el caso del SIDA, una indemnización monetaria y un reconocimiento científico.

En el mundo de las ciencias el plagio es moneda corriente y los métodos de investigación científica son más permeables al robo de ideas y proyectos por el hecho mismo que se trabaja en equipo y que se puede filtrar la información hacia otros laboratorios. Lo mismo sucede en el sector industrial en donde a diario se sustraen informaciones para producir un producto que ya había sido elaborado y estaba en espera de comercialización por una empresa determinada. En esta acción se trata de un plagio colectivo organizado por todo una estructura que ha dado lugar a una profesión: el espionaje industrial. En otros casos, tenemos la industria automovilística japonesa que no tiene ningún escrúpulo en copiar el deseign de vehículos europeos y estadounidenses logrando incluso perfeccionarlos.
Si en el pasado era posible que los inventos fueran propiedad de una sola persona. Era simplemente porque, tanto en la ciencia como en las artes, se procedía de la misma manera. La revolución industrial de finales del siglo XIX puso fin a ese pensar individual a favor de un trabajo en equipo destruyendo relativamente los límites de la paternidad de un invento, pero dejando libre la de un descubrimiento.
En el mundo de las artes es donde el plagio tiene una mayor sanción porque puede aniquilar al plagiario. Sin embargo, es también en las letras y las artes donde el plagio resulta más difícil de descubrir y donde se cometen las mayores injusticias con fines de arruinar una reputación. En literatura, por ejemplo, se reconoce un recurso para evitar la peste del plagio que es la “reescritura” y que consiste en utilizar elementos de otra obra e incorporarlos a una nueva. Hay quienes lo hacen de manera transparente, otros la revelan con una picada de ojo y hay los que la dejan a la cultura del lector y de los críticos. La reescritura es el enlace entre las obras de época diferentes y de la actual. Reescribir Don Quijote, como lo hizo Pierre Ménard, el personaje de Borges, no es un plagio, es una locura. Quien copia una obra textualmente y la firma no es un plagiario, pues para cometer plagio es necesario ingenio de simulación. Alexandre Dumas solía decir “en literatura el robo se hace con asesinato para que no quede nada de lo anterior”.
El plagio tiene los límites que producen los recursos que sostienen la creación en general. No se puede crear sin mirar hacia atrás. Bell será siempre el inventor del teléfono y Dumas el autor de El conde de Montecristo.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas