Los Miserables

Los Miserables

Tuvimos que detenernos en el camino. La misión podía esperar. La escena, aunque rutinaria, no dejaba de ser fascinante. Merecía tomarse una foto para el recuerdo, pues somos hijos del olvido. Mi hermano tomo la cámara. Una mamá de edad madura y su hijo, un jovencito llegando a la mayoría; ella armada de una manguera tirando agua, él fajado con un cepillo lavando el frente de la casita de madera, a la salida de la carretera Baní-Ocoa. Una estampa típica del pueblo banilejo: ordenado, limpio, trabajador, honesto. Del Baní que conocí en mis mocedades y sigo amando.

Y en ese Baní, en un encantador pueblecito, adornado de iguales virtudes, ocurre lo impensable, lo terrible, lo desgarrador. No solo la tragedia de un desgraciado choque de vehículos uno cargado de pasajeros, entre los tantos accidentes causados por la irresponsabilidad de choferes que les importa un pito las leyes de tránsito y el respeto a la vida humana, dejando un saldo impresionante de muertos y heridos, algunos de gravedad. Lamentable y triste suceso. Pero nada tan aborrecible y degradante como el saqueo de las pertenencias de las víctimas, vivos y muertos, por una jauría de miserables, de gente rapaz, que cual hienas cobardes o aves de rapiña se agruparon para nutrirse del despojo de cadáveres y de víctimas indefensas.

No cabe en el alma humana mayor ruindad ni tampoco mayor desprecio. Releo Los Miserables, de Víctor Hugo, y me pregunto cómo y por qué habiendo en su novela tomados como ejemplo de virtudes dos titanes: Jean Valjean, alma buena y pura, ex presidiario, castigado injustamente, comprometido con el bien y la verdad; el otro, el Inspector Javert, servidor amante de la ley y el orden, perseguidor implacable, dos gigantes enfrascados en una guerra de principios éticos y morales que tiene como telón de fondo la Toma de La Bastilla, el fin de la monarquía, la Revolución Francesa. ¿Cómo se le ocurre al Maestro de las letras bautizar su gran novela con el nombre de “Los Miserables”? Y es que en torno a tanta grandeza, tanto amor y generosidad, tantos ideales e ilusiones sublimes, se desarrolla un drama humano, cruel, despiadado. Aparece, en contraste, en su novela, unos seres miserables, despreciables, viles, depredadores, corrompidos que no solo avergüenzan la especie humana. Esa relea de miserables se arrastra y se alimenta de toda bajeza, desplaza los genes de bondad, de amor, del sentido de la ley y la justicia, el respeto a la dignidad humana que existe en la intimidad del alma y puede contaminar como una jodida manzana podrida a todo el barril. Hugo intuye el peligro. Lo advierte. Lo sufre. En su novela, Cosette, abandonada en su orfandad, es humillada, explotada, ultrajada por esa ralea que rescata y cobija el amor de Jean Valjan.

Pero los miserables, en sociedades débiles como la nuestra, germinan. Sicarios, femenicidas, pedófilos, corruptos, depredadores van minando y ocupando espacios sin freno, sin moral que los contenga, sin ley que nos ampare.

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