Los cementerios tienen muchas lecturas posibles sobre la sociedad que los construye. El cementerio refleja los sentimientos profundos de la sociedad, su respeto a los muertos es muestra de sagacidad, de sociedad respetuosa, dispuesta a siempre reconocer el valor de los que se fueron. El estado de un cementerio, el mantenimiento, los colores, los olores, las flores, las visitas son testimonio de la gratitud de los que están en vida con sus muertos.
En estos días, de gran recordación, de misas, de testimonios de los que fueron del lado bueno y de los que se equivocaron; en estos tiempos de gran confusión moral, de sermones patrióticos, la sociedad dominicana en su conjunto debiera mirarse a si misma y preguntarse ¿Y dónde están enterrados esos hombres y mujeres que dieron sus vidas por la Patria?
Pues les invito a buscar la tumba de Jacques Viau Renaud: haitiano, poeta, que nació en 1941 y murió el 21 de junio del 1965, la muerte en nuestra tierra lo obliga a compartir la tumba de un ciudadano español, nacido en 1837 y muerto en 1900, Manuel Machado, por falta de espacio y de dinero, así es la vida!
¡Busquen a Pablo Rodríguez muerto el 15 de mayo de 1965, a Ramón Euclides Morillo muerto el 22 de mayo de 1965 en el asalto al Palacio Nacional; a André Riviere, aventurero francés, muerto aquí el 15 de junio de 1965, a Ilio Capocci, hombre rana, italiano de los hombres de Montes Arache, muerto el 19 de mayo de 1965, al Comandante Ramón Mejía del Castillo (Pichirilo) muerto el 14 de agosto de 1965, sin él, a lo mejor la historia de Cuba fuera diferente y Fidel Castro no hubiera podido realizar su hazaña; a Juan Miguel Román, muerto el 19 de mayo de 1965; al estudiante de medicina, Frank Díaz, de la Universidad, muerto a sus 23 años; a Yolanda Guzmán, muerta el 24 de abril de 1965, a Eduardo Abreu, muerto el 4 de octubre de 1965.
¡No, no se sorprendan si buscan a Parcifal Gautreau, a Juan Hernández (Kuki) y Víctor Mena, muertos en defensa de la patria, y los encuentran los tres enterrados en una misma tumba!
¡Tumbas compartidas, sin flores, sin lápidas, sucias y abandonadas, que reciben solo la visita solidaria de perros realengos, ¡qué sociedad ésta que lamenta sus muertos y no es capaz de darles una digna sepultura!