Los nuevos debates cambiarios

Los nuevos debates cambiarios

La creciente dinámica de los procesos globalizadores de las economías domésticas ha transformado la visión y esencia tradicional de los fenómenos económicos y, en consecuencia, la forma de diseñar políticas y estructurar el manejo de las variables económicas estratégicas. Esta nueva realidad del proceso de toma de decisiones ha tenido una fuerte incidencia en la esfera monetaria, financiera y cambiaria, lo cual se revela como un resultado inseparable de las nuevas tendencias de los mercados financieros internacionales. Si bien algunos arreglos cambiarios se han visto sometidos a fuertes presiones políticas y económicas, que en algunos casos han llevado a su colapso o han generado ciertos desencantos por los esquemas flexibles, estas experiencias han reanimado el examen de las ventajas y desventajas de las alternativas en materia cambiaria.

La internacionalización de las finanzas, la desregulación de la esfera monetario-financiera, la desintermediación, la titulización, la especulación, la innovación financiera y tecnológica, y la marginalización de los mercados de capitales, son tendencias de las finanzas globales que han estado condicionando los esquemas cambiarios y las posibles soluciones de los profundos desequilibrios financieros que enfrentan buena parte de los países en desarrollo. Sin embargo, a este entorno globalizado le es inherente una gran inestabilidad y profundos desequilibrios sistémicos que con mayor frecuencia genera importantes crisis financieras. Las expresiones más claras de estas crisis se han materializado en los mercados de cambio y bursátiles, aunque evidentemente ellas son el reflejo de desequilibrios mucho más profundos en el aparato técnico-productivo y de errores en la concepción y diseño de política económica.

Esquemas tradicionales.  Con la desintegración del acuerdo de Bretton Woods a principios de la década de 1970, el sistema monetario y financiero internacional perdió su capacidad de transmitir estabilidad a los sistemas de precios y sobre todo a las cotizaciones entre las monedas domésticas. Esto vino como resultado de la desaparición de las funciones monetarias del oro, así como por la imposibilidad de que surgiera un sustituto cercano que no fuera un pasivo de algún país. Ante la inexistencia de un ancla monetaria internacional que proporcionara estabilidad general al sistema, los hacedores de políticas domésticas enfrentaron la importante disyuntiva sobre qué variable priorizar: “estabilidad o flexibilidad”. En función de ello, pasarían a diseñarse entonces alternativas cambiarias. Los esquemas o arreglos cambiarios en América Latina han mantenido una relación especial con el dólar estadounidense, pues esta moneda ha permanecido como el medio de pago, denominador internacional y reserva de valor preferido de estos países, como resultado de los tradicionales vínculos comerciales con EE.UU.

Este estrecho vínculo con el dólar ha significado una mayor volatilidad en los tipos de cambio efectivos de las monedas de la región, en virtud de la flotación libre del dólar en relación con las monedas de las principales economías del mundo.

Así, la estabilidad económica y financiera de las economías nacionales tiene mayor posibilidad de ser efectiva bajo un tipo de cambio fijo (exige gran cantidad de reservas internacionales) ya que este establece la cotización de la moneda doméstica frente al resto de las monedas, obligando al Banco Central a intervenir en sentido contrario a la tendencia del mercado de divisas. Este tipo de esquemas favorece la decisión de tomar al tipo de cambio como ancla nominal en la economía, al orientar y guiar las expectativas inflacionarias de los agentes económicos. No obstante, los ajustes de desequilibrios externos coyunturales deben ser enfrentados por cambios en los niveles de gastos agregados en la economía, repercutiendo directamente en la dinámica económica. Si bien a un régimen de paridades fijas le son inherentes niveles inflacionarios bajos, no es menos cierto, que este desactiva la política monetaria dejando de ser un instrumento activo de política económica, además de sufrir el impacto de la volatilidad de los enormes flujos de capitales.

En cambio, si bien un tipo de cambio flexible ha “posibilitado recuperar” la soberanía en la política monetaria y crear mejores condiciones para asimilar los desequilibrios externos sin debilitar el crecimiento económico, las intervenciones en los mercados han sido inevitables, las cuales han funcionado en forma adecuada cuando han existido mercados amplios y profundos, con capacidad de tolerar transacciones sin alterar demasiado los precios. Sin embargo, en los mercados de países en desarrollo, ha resultado difícil dejar que el mercado opere sin intervención alguna de las autoridades, a veces muy similares a la que tendrían lugar en un régimen de cambio fijo.

De este modo vemos cómo las economías latinoamericanas, que durante la década de 1990, adoptaron paridades cambiarias flexibles, no han obtenido resultados satisfactorios, por desequilibrios económicos estructurales y por la mayor sensibilidad a los cambios de las tasas internacionales de interés y la movilidad de los capitales especulativos. Eso ha traído dos consecuencias directas. Primero, la imposibilidad de beneficiarnos de una política monetaria independiente y contracíclica que amortigüe el impacto de choques externos, ofreciendo más bien un incremento de los tipos de interés real que obstaculiza a la inversión y al crecimiento económico sostenido. En segundo lugar, las depreciaciones como mecanismo de ajuste han tenido un menor efecto del esperado, debido al desajuste entre precio-demanda de las importaciones y precio-oferta de las exportaciones. Al mismo tiempo, el grado de indización del salario nominal ha imposibilitado el ajuste deseado de los salarios reales y en el incremento de los costos productivos.

Los nuevos esquemas.  Las dificultades para mantener un tipo de cambio de libre flotación que proporcione flexibilidad pero sin garantizar a su vez la suficiente estabilidad y protección de la economía doméstica ante las turbulencias de los mercados financieros internacionales han propiciado frecuentes innovaciones de esquemas cambiarios intermedios, llegando incluso a experimentar con más de uno de ellos. Entre estos destacan: (1) Fijar la moneda local a una canasta de monedas de los principales socios comerciales; (2) Establecer bandas de fluctuación cambiarias, entre las cuales, la moneda nacional se mueve por oferta y demanda; (3) Establecer un  tipo de cambio deslizante de acuerdo al diferencial de inflación, y (4) Una aplicación de tipos de cambios duales (poco utilizados hoy). Los esquemas cambiarios intermedios tratan de combinar la estabilidad de un régimen cuasi-flexible con la presencia de una regla que modere las expectativas inflacionarias, evitando así la apreciación real del tipo de cambio y su negativo impacto en el sistema de señales del mercado, repercutiendo en la asignación de los recursos y en la competitividad del aparato productivo.

El desencanto de las paridades flotantes como facilitador de flexibilidad para la gestión monetaria y fiscal ha motivado nuevos debates sobre los esquemas cambiarios en busca de que cada país cuente con una moneda de la mayor calidad posible. Por ello, un número creciente de economistas considera que las tendencias futuras derivarán en una marcada reducción del número de monedas existente en la economía mundial, o por lo menos en una cantidad limitada de políticas monetarias independientes.

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Los inconvenientes

Los inconvenientes en mantener un tipo de cambio flexible para los países en desarrollo no sólo se explican por la volatilidad de los capitales privados en el mundo, la insuficiente profundidad y diversidad instrumental de sus mercados financieros o por la pérdida de las funciones del tipo de cambio como ancla nominal de la economía. También tienen un peso explicativo importante los desequilibrios estructurales de estas economías, los cuales están relacionados con el grado de apertura externa que experimente el mercado del país, la movilidad y precios de los factores productivos, la flexibilidad de los mercados laborales, la estructura exportadora y el dinamismo de sus precios en los mercados internacionales, la forma de inserción de estos en el ámbito  internacional, el bajo nivel tecnológico o  también el manejo inadecuado de la política económica.

La cifra

49.21%  ha representado  la oferta monetaria en sentido estricto (medio circulante o M1) cubierta por las reservas monetarias internacionales del Banco Central la República Dominicana, entre los años 1989 y 2009.

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