Los violentos

Los violentos

JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
En sociología y por lo tanto, en economía política, se ha descuidado una categoría social que llamaré «los violentos». De hecho, Marx los tuvo muy en cuenta y hasta los bautizó laicamente con el nombre de Lumpenproletarios, literalmente proletarios andrajosos. Pero ahí se quedó empeñado en explicar la historia, por una lucha de clases entre los capitalistas y los proletarios con trabajo, aunque estuviesen cierto tiempo en el ejército industrial de reserva. Eso, al menos, dice en el tomo I de El Capital cuando expone su teoría del desarrollo capitalista.

No me gusta el término de lumpen por suponer que su origen está en el fracaso de lograr trabajo y que son pobres. Hay Lumpens pobres y los hay ricos. Lo importante para mí es que son violentos e inaceptables socialmente. Me parece que en los libros sagrados judíos y cristianos, la presencia de grupos violentos contrapuestos a los honrados y pacíficos, sean aquellos pobres o ricos, sí aparece con claridad meridiana.

Pero antes, una nota sobre el Marx concreto. No vaciló en «Las Luchas de Clases en Francia de 1848 a 1850», en expresarse así ante el lujo e inmoralidad de una parte de propietarios vagos que en vez de crear riqueza «mediante la producción, se dedicaba al escamoteo de la riqueza ajena» y «a los apetitos más malsanos y desordenados que chocaban con las mismas leyes de la burguesía»: Esa parte de «la aristocracia, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa. Las fracciones no dominantes de la burguesía francesa clamaban ¡corrupción! cuando en 1847 presentaban públicamente los mismos cuadros que por lo general llevan al lumpenproletariado a los prostíbulos, a los asilos y a los manicomios, a los jueces, al presidio y al patíbulo». Clarividente era Marx y en realidad un crítico moralizador de su propia clase, la burguesía.

Peligrosa, me parece, es la tendencia a hacer depender todo mal social de la pobreza, olvidando que aún en familias millonarias no es raro encontrar jóvenes de ambos sexos sumergidos en el mundo de las «naciones», «bandas» o «gangas». Este supuesto nos lleva a hacernos creer que la lucha contra la violencia se reduce a rescatar a los violentos de la pobreza o a aliviarla, cuando en realidad, la violencia, la que usa armas, amenazas y robos, se está registrando en todas las capas sociales como para sorpresa y dolor viven padres acomodados de buena educación, religiosidad y familia.

Tras esta aclaración, unas breves notas históricas sobre la violencia en el Antiguo Testamento.

1. La violencia histórica.

Grande es la tentación de comenzar por el principio de la historia registrada en la Biblia: el fratricidio de Abel por Caín. Pero puede decirse que se trata, más bien, de un tipo de violencia individual que colectiva. Por eso voy a transcribir, ya hacia el siglo VII a. C., unos párrafos del salmo 72 que revelan, como muchos textos semejantes, la coexistencia de una sociedad dual de «sabios» y «violentos» y no sólo de «pobres» y «ricos» como tendemos instintivamente a dividir la sociedad. En realidad, el fenómeno fundamental es el de lo «socialmente tolerado o aceptado» y lo «socialmente intolerable» aunque fáctico.

Dice el Salmo 72 de la versión hebrea (71 de la grecolatina): «…envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados

Para ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos;

no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás;

por eso su collar es el orgullo y los cubre un vestido de violencia; … insultan y hablan con maldad.

y desde lo alto amenazan con la opresión…

Así si son los malvados: siempre seguros acumulan riquezas»

En el Profeta Amós leemos de los jueces inicuos:

«Sé bien sus muchos crímenes e innumerables pecados; estrujan al inocente, aceptan sobornos, atropellan a los pobres en el tribunal (por eso se calla entonces el prudente, porque es un momento peligroso)»

La violencia de los «malvados» y la cobardía de los «prudentes», el lujo de las mujeres ricas (Isaías 3 y 4) y el abuso de los gobernantes (Isaías 10) para mencionar algunos de los pasajes anunciantes de castigos para la ciudad pecadora, completan el cuadro literario pero realista de violencia de la sociedad judía y la de todos los tiempos.

El Apocalipsis de Juan, el último libro del Nuevo Testamento, pinta este panorama de modo desgarrador, pero añade el vaticinio de una nueva tierra más justa, donde la violencia desaparecerá:

«Así, de golpe, precipitarán a Babilonia, la gran ciudad…

También los comerciantes de la tierra llorarán y se lamentarán, porque su cargamento ya no lo compra nadie…

Los que comerciaban en estos géneros y se hicieron ricos

a costa de ellos, se detendrán a distancia por miedo de su tormento…

El son de cítaras y músicos de flautas y trompetas no se oirá… ni la luz de lámparas brillará más en tí ni voz de novio y novia se oirá más en ti,

Porque tus comerciantes eran los grandes de la tierra

…y en ella se encontró sangre de profetas y consagrados

y de todos los asesinados en la tierra» (c. 18)

Violencia vivida y liberación esperada resumen la historia social de la humanidad. Los pobres, por supuesto, son los violentados; muchas veces los ricos los violentos.

2. Explorando las causas de la violencia

Aunque la pobreza no sea la única causa de la violencia, nadie niega que una buena parte de esta tenga en ella varios de los factores que la determinan. La pobreza, sin embargo, no engendra tan fácilmente la violencia.

Un primer camino para explicar el paso de la pobreza a la violencia, lo dio Durkheim cuando analizó la inmigración del campo a la ciudad por familias que huyen de la falta de oportunidades y de activos como tierra y financiamiento y que no cuentan en la ciudad con una red protectora de familiares. Esa familia se encuentra sin la presión social de vecinos exigentes del cumplimiento de normas de comportamiento que sí experimentaba en el campo.

Carente de ese control social y enfrentada literalmente a la supervivencia no «sabe» qué hacer -la anomía o carencia en la realidad de la vida de las normas socialmente recomendadas- que postula el círculo virtuoso de familia-educación-empleo. Sobrevivir es la regla número uno; la número dos: consumo y ni hay modo ni tiempo ni expectativas de éxito en un imposible círculo virtuoso. Por otra parte, las normas morales, religiosas y sociales más o menos aprendidas en la familia o en el vecindario, no son reforzadas y ni siquiera confirmadas por la vivencia urbana.

La ciudad sí ofrece, en cambio, vías alternas que ignoran el famoso círculo y que se ven confirmadas, tanto por su palpable existencia como por la necesidad personal de afirmarse como individuo frente a familia, amigos y escuela. Las alternativas principales son tres: prostitución más para ellas que para ellos en competencia con la posibilidad de ser amante, pública o incógnitamente, sin excluir la maternidad como salida de la dictadura hogareña; robo y narcotráfico aunque sea en sus inicios en la categoría de mulas. Las tres alternativas son propensas a la violencia. Una hipótesis de trabajo diría, empero, que la entrada en cualquiera de esos ramales no tiene que ser violenta, ni siquiera en la de robo.

Habría que explicar entonces el origen fáctico de la modalidad violenta. Una posible interpretación se basa en la universalidad de «ritos de iniciación» exigentes y con frecuencia prolongados para la entrada en grupos alternos de amigos. Estos ritos están ligados a la declaración pública de emancipación familiar y pueden durar años como en el rito de la escolaridad (diplomas, bachillerato…) respecto al empleo, incluso, en el círculo virtuoso.

La esencia del rito es superar pruebas dolorosas de capacidad. Sospecho que quien quiere entrar en un camino alterno tiene que demostrar tarde o temprano que puede codearse en relación inicial de sumisión con sus dirigentes y cabecillas, lo que supone probablemente que puede hacer, como ellos, cualquier cosa que escandalice a «la sociedad». Sospecho, además, que la esencia del rito es mantener el anonimato hasta que la violencia explote públicamente.

3. Represión de la violencia

Si es problemático el diagnóstico de la violencia y por su peligrosidad hasta la constatación de la misma -número de locales o de personas que distribuyen drogas, de «naciones», etc.- mucho más problemática es la metodología para su represión.

Todo intento de ofrecer terapias antiviolencia se asemeja en nuestro actual grado de obstinación en no reconocer la realidad al de hallar una vacuna contra el SIDA. La más abogada de ellas es la represión policial, olvidando, como ya está archiprobado hasta en una investigación realizada en Bagdad en el siglo XI (once), que el o la policía vive con su familia en los mismos barrios donde pulula la violencia. Pero dejando de lado estas dificultades prácticas podemos fijarnos en la experiencia Centroamericana de Guatemala, Honduras y El Salvador con sus leyes contra las «maras» o jóvenes organizados en bandas violentas.

En esos tres países, según información del interesante «Tiempos del Mundo» del 16 de diciembre, el número estimado de pandilleros, de «maras» es impresionante: 30,000 en Honduras, 20,000 en El Salvador y 10,000 en Guatemala.

Las leyes recién aprobadas por Congresos de países de muy débil seguridad ciudadana -¿cómo la nuestra?- han permitido el arresto de 5,500 mareros y 1,700 jefes sólo en Honduras. En El Salvador el 74% de los detenidos confiesa haber estado previamente en la cárcel mientras que el 23% ha matado a alguien, el 47% estaba bajo el influjo de drogas al cometer actos de violencia y el 41% había sufrido maltratos familiares.

«Los tres gobiernos… han lanzado en el último año y medio, fuerzas de la policía y del ejército a las calles para enfrentar a miembros de violentas pandillas dedicadas a asaltos y robos, tráfico de drogas, crímenes y sangrientas venganzas entre agrupaciones rivales».

El éxito a corto plazo de estas leyes y de estas acciones ha sido muy apreciable en términos de seguridad y se han desarticulado muchas organizaciones pero, como era de temerse, las ya antes congestionadas penitenciarías rebosan de presos y los programas de rehabilitación han colapsado.

Se sospecha que a mediano plazo la inseguridad se incremente de nuevo: los jóvenes encarcelados que han entrado en contacto con verdaderos profesionales del crimen serán liberados en los próximos cinco o diez años (las condenas son muy severas) sin que la sociedad les pueda crear oportunidades de salud, educación, recreación, trabajo y vivienda. Por eso la OEA, UNICEF y el Instituto Interamericano de Derechos Humanos relativizan los resultados alcanzados. «Lo que se ha hecho es resolver el problema sólo en apariencias»: se ha intentado más reprimir que rehabilitar. En realidad se está creando una bomba de tiempo.

Como dije, para mí el problema es mucho mayor que el de crear empleos, misión imposible a mediano plazo, sino lograr un incremento tal de la productividad que los ingresos devengados marchen concordes con un consumismo carente de sentido humano y con tecnologías que causan más desempleo que nuevos puestos netos de trabajo. La violencia es, entonces, una simple y peligrosa etapa del proceso económicosocial que vivimos y que sólo se domesticará, de acuerdo a una «desprestigiada» tesis maltusiana, cuando la población latinoamericana decline sustancialmente, lo que puede llevarse 50 años.

CONCLUSIÓN

¿Tendremos que convivir con la violencia por tantos años? No lo creo, pero el costo de no hacerlo será muy elevado: la pérdida de libertades que conlleva toda represión estatal de ritmo creciente. A la sociedad le interesa, sin embargo, el corto plazo, sobre todo, en un tema tan trascendental como el de la violencia.

Probablemente por ahí marcharán con o contra todo tipo de bendiciones, los esfuerzos del Gobierno.

Pero como dijera profundamente el secretario de Interior y Policía, Franklin Almeida Rancier, en la puesta en circulación del libro del general Juan Tomás Taveras, sobre la redefinición del rol de la Policía y como no quieren entenderlo los archiconservadores del país, esa ruta conduce a la tiranía y al desprecio del ser humano. Es fácil la seguridad con tiranía, Trujillo lo logró. Es difícil, muy difícil, la seguridad con respeto a los derechos humanos.

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