Maestros de la discrepancia

Maestros de la discrepancia

El frecuente disentimiento entre las fuerzas internas de nuestros partidos y su pretensión de solo dar vigencia a lo que conviene a sus intereses particulares y no a los del país, son características incompatibles con la democracia representativa. Es una condición que se pone de manifiesto cada vez que estas organizaciones entorpecen los procesos que buscan dotar al país de herramientas democráticas como las leyes de partidos y de régimen electoral. En muchos años, más de lo que sería razonable, ha sido imposible articular un consenso para la aprobación de estos instrumentos tan necesarios.
Ahora los temas de discordia se enfocan en los métodos de elecciones internas de los partidos. Que si primarias abiertas o cerradas, que si simultáneas o no y, en fin, prevalece la falta de una concertación juiciosa que tenga por norte la satisfacción de las necesidades institucionales del país, por encima de las de los grupos. Una de las fuentes de distorsión y flaqueza institucional de la democracia local obedece a la poca cohesión de los partidos y al tenue respeto por la propia democracia interna.
Nuestros partidos deben aprender a ser consistentes en sus criterios y saber distinguir las ventajas y desventajas de sus frecuentes disentimientos, pero siempre enfocados en la conveniencia del país. Es hora de madurar en el ejercicio político.

Baní clama por seguridad

No es que la inseguridad ciudadana sea una condición exclusiva de Baní ni nada que se parezca. Se trata de que los asesinatos, robos, asaltos y otras violaciones han hecho que se unan en un solo clamor las fuerzas vivas de la sociedad banileja. El clamor ha unido en pronunciamiento a las iglesias Católica y Evangélica, así como al sector empresarial aglutinado en la Cámara de Comercio y Producción de esa comunidad. El derecho a la paz es constantemente pisoteado por la delincuencia y la autoridad no ha sabido dar la respuesta adecuada para ese estado de cosas.
En un país en el que ciertos derechos hay que arrebatarlos, exigirlos a gritos y con estridencia, es un recurso valedero que las fuerzas de la sociedad se unifiquen para exigir de la autoridad que haga lo necesario para preservar el respeto al derecho a vivir en paz.

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