Mandela visto por un psiquiatra

Mandela visto por un psiquiatra

Nelson Mandela, el Líder que no claudicó, ni se doblegó a 27 años de cárcel. El que no almacenó odio y, mucho menos, se corrompió ante el poder y la vanidad humana. Él marcó a varias generaciones, para convertirse en una referencia universal. ¿Qué le hace ser diferente al resto de los actores sociales de su generación y de sus iguales ¿Por qué él y no otros? ¿Por qué se convierte en un estadista y no en un simple y banal gobernante? Mandela no es un milagro. Es un hombre de carne, huesos y debilidades. Con un desarrollo Infanto-Adolescente desigual y excluyente como todo el que vivió las limitaciones socioeconómica y estructural de la pobreza, la discriminación, el racismo y la explotación de blanco contra negros.

Esas condicionantes, algunos la aceptaron por acatamiento psicosocial; otros le buscaron respuestas simbólicas, y una gran parte entró al conservadurismo, pesimismo y se arrodillaron ante la ideología colonialista.

Mandela decidió participar, militar, defender los propósitos, y asumir junto a otros las demandas sociales: luchar contra el racismo, la xenofobia, la explotación y esclavitud de millones de negros sudafricanos que vivían en condiciones miserables; ante un mundo silente, indiferente, insolidario y desigual.

Asumió el riesgo, aceptó pagar las consecuencias: cárcel, maltratos, humillaciones, burlas, atropellos, sufrimiento, dolor y privación por años de su familia y sus amigos. 27 años confinado y encerrado como el “terrorista más peligroso”. En un ambiente hostil, tóxico e insano, propio para que un hombre se convirtiera en un animal salvaje, preñado de emociones negativas: miedo, frustración, vergüenza, ira, rabia, rencor, resentimiento, odio, sed de venganza, o lo peor aún, negociar, claudicar, ceder los propósitos, despersonalizarse, adaptarse a las circunstancias para salvar y mantenerse, o de atrofiar los sueños y esperanzas de los suyos. Madiba (el abuelo) se creció y adoptó la inteligencia emocional y espiritual; fortaleció su espíritu y alimentó sus principios, su coherencia y su firmeza, desarrollando actitudes emocionales positivas: amor, alegría, compasión, altruismo, solidaridad, felicidad, integración, paz y, mucha tolerancia.

Así llegó a la presidencia. Se convirtió en un estadista que logra la equidad, la igualdad y la integración de negros y blancos. De una Sudáfrica libre, independiente, sin exclusión. A sus 76 años, con todo el poder, lo abandona para no ser uno más que llega y se apropia, ni le seduce, ni le conquista el poder por el poder.

Nelson Mandela es un hombre diferente, pero no desigual. Un líder resiliente, moral, coherente, altruista, que deja un legado al mundo, a los hombres, a la política, a la filosofía, a la espiritualidad. Hoy, ese legado y ejemplo ha puesto de manifiesto la existencia de un ser humano del que nos sentimos orgullosos y en gratitud eterna. Mandela no ha muerto.

Ayer lo sembraron, porque hombres como él no se entierran. Terminó como afirma John Stuart Mill. “Solo son felices los que centran su interés en algo distinto a su propia felicidad”: la mejora de la humanidad o la felicidad de los demás.

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