Maniatados por ausencia de patriotismo

Maniatados por ausencia de patriotismo

El siglo XXI, con el avance avasallante de las comunicaciones, ha convertido a los dominicanos en unos seres carentes de sentimientos patrióticos. Procuramos por todos los medios insertarnos en un modernismo que ha destruido todos los valores morales y familiares que antes eran los soportes esenciales para la convivencia armónica de la sociedad.
La violencia generalizada obliga a los ciudadanos temerosos a refugiarse prácticamente las 24 horas del día en sus hogares y aún así no se sienten seguros. La agresividad de los delincuentes, jóvenes en la mayoría, arrasan en todos los lugares atropellando a las ciudadanía indefensa, principalmente mujeres. Apaciguados por la Operación Centella asesinaban a infelices arrancándoles sus celulares u otras propiedades, manteniendo en constante zozobra los sectores que son sus predios favoritos de sus fechorías cometidas impunemente.
El avance de las nuevas costumbres y hábitos es de cómo el egoísmo impera por sobre todas las cosas. Cada quien procura satisfacer el personalismo atropellando a los demás. Y los objetivos de ahora no son los mejores como se conocían en antaño. Ahora las ambiciones llevan a rozar los limites de lo lícito y vivir peligrosamente en un terreno cuajado de las tentaciones más diversas para caer en el campo minado de lo mal hecho.
De vez en cuando brotan los valores que alguna vez le dieron brillo a la nación. Prácticamente, después de 1965 y la revolución de abril, se apagaron las inquietudes morales y patrióticas para buscar cada quien sus beneficios. La cultura norteamericana lo inundaba todo con sus atractivos ofrecimientos a través de mejores sistemas de comunicación.
Nos brindaban en bandeja de plata los placeres de la vida sibarita fruto del blanqueo de dinero debido a una expansión de la demanda norteamericana de las drogas. Son inmensas las riquezas que genera ese negocio y se traducen en mejores artículos para el disfrute de las nuevas clases emergentes en competencia con las añejas sociedades de nuestros países. De ahí la proliferación de bancas de apuestas y casinos, residencias de lujo, apartamentos modernos en las centenares de torres construidos hacia el cielo como nunca para cambiar la costumbre de los dominicanos de vivir pegados al suelo.
Al brindarnos en bandeja de plata, y copiando esos modelos de vida sin obligaciones ni esfuerzos, se ha ido insertando ese proceder en las mentes de las nuevas generaciones. Muchas de estas con una buena formación profesional o técnica abandonan esos esfuerzos y se enganchan a buscar el placer que significa estar a las once de la mañana de un día laborable desayunando en un restaurante de lujo. O en almuerzo a las cuatro de la tarde consumiendo los deliciosos manjares gourmet y bebidas que ofrecen destacados restaurantes, compartiendo entre amigos e inversionistas potenciales el placer de disfrutar lo que tienen en abundancia. Tal es la cultura que se nos vende día a día por todos los medios audiovisuales y escritos con esa propaganda recargada, que aparte de la que bombardea el gobierno de sus realizaciones, el resto del espacio es para incitarnos a disfrutar de la vida con el consumo de bebidas alcohólicas.
Dentro de esa sensación de derrumbe y ahogamiento de los valores tradicionales surgen grupos que hacen presumir que podría ocurrir un cambio en el país. Esto salvaría a la nación de un cataclismo que incluso no sería descabellado que nos veríamos ahogados por la masa silente de occidente, que ya más de dos millones de esos seres humanos encuentran en el país su sustento. Podría volverse a resucitar aquello de la una e indivisible que Boyer pregonaba en 1822.
El detonante del escándalo de la Odebrecht ha señalado un nuevo punto de arranque para la vida institucional hemisférica. Es un antes y después para no ser más indiferentes con la corrupción imperante en nuestras sociedades. Antes era poco que nos importaba la exhibición desmedida de riquezas contaminadas. Hasta lo celebrábamos puesto que fueron más hábiles que las autoridades. Se disfrutaba la corrupción existente y se aceptaban a los que exhibían impunemente sus fortunas mal habidas, ya que provenían del Estado.
Ahora se producen movimientos cívicos de indignación y los sectores sociales manifiestan sus rechazos de cómo el país ha sido violado más que nunca por quienes tenían menos escrúpulos y más agallas para ser cómplices en el cohecho. La ciudadanía indignada percibe y avizora acciones judiciales para castigar a los corruptos como nunca lo fueron los del pasado enriquecidos desde entonces con fortunas que perduran hasta nuestros días. Todavía mantienen vistosas y vigorizantes complicidades con las autoridades de turno. Se mantiene maniatado a todo un pueblo temeroso de hacer valer sus derechos de vivir en armonía.

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