Manifiestos capitalistas

Manifiestos capitalistas

David La Hoz ha replicado precozmente (Hoy, 23 de octubre de 2016) mi antepenúltima columna sobre el capitalismo dominicano y –cayendo en la peligrosa manía fundamentalista de “la rabia de concluir”, contra la que nos advertía Albert O. Hisrchmann de la mano de Flaubert- objeta cuestiones que dejo ampliamente aclaradas en mi anunciado artículo de la semana pasada sobre el Estado fuerte y la economía social de mercado. Si no se hubiera precipitado a la crítica, La Hoz habría caído en cuenta que coincidimos en más de lo que pudiera pensarse a simple vista, pues es obvio que lo que defiendo y en gran medida él también –como explícitamente reconoce- no es más que el capitalismo socialmente responsable o con rostro humano, es decir, la economía social de mercado que, a fin de cuentas, es el sistema económico constitucionalizado, junto con el Estado Social y Democrático de Derecho, en la reforma de 2010. Lo que he dicho y reitero una vez más ahora es que esa economía no será realmente de mercado mientras no haya un mercado liberado de las prácticas anti competitivas llevadas a cabo por sociedades comerciales, empresas disfrazadas de “sindicatos” y organizaciones “sin fines de lucro” que en realidad son de lucro sin fin y tampoco será social hasta tanto los clientes del Estado se transformen en verdaderos ciudadanos y las prestaciones sociales asignadas medalaganariamente por el Estado se vuelvan derechos sociales fundamentales exigibles directa e inmediatamente al Estado por sus titulares.
Pese a la naturaleza progresista de mis planteamientos, La Hoz me presenta como “un conservador a ultranza”, como “el principal intelectual orgánico del capital”, “el más sincero y honesto representante del poder hegemónico”, aunque, por suerte, me distingue frente a quienes él considera “los piratas intelectuales que pululan en el patio”. Como son acusaciones viejas de las cuales me defendí en su momento y que La Hoz tan solo repite, basta con referir al lector a mi defensa (“El mito de la ‘dictadura de partido único’”, Hoy, 12 de agosto de 2016), aprovechando mejor esta columna para abordar lo que es verdaderamente importante, o sea, aquello en lo que difiero fundamentalmente de La Hoz, en este caso, la identificación de quien debe ser el motor de la pendiente e inminente revolución capitalista dominicana.
La Hoz entiende “que el problema del capitalismo criollo no lo representan ni la oligarquía ni los burgueses emergentes sino la dispersión y estratificación del pequeño burgués que es el sector mayoritario de nuestro país y que es el que hace de pirata trepador, de lumpen, de antisocial. Es el que nos conduce hacia el segundo centenario de la fundación del Estado Nación sin poseer las dotes de una sociedad burguesa desarrollada y mucho menos consciente de su rol histórico”. Aquí nuestro crítico asume el discurso en torno a la pequeña burguesía de gran parte de la izquierda dominicana, inspirado en la letanía marxista del pequeño burgués como oportunista al borde un ataque de nervios por el riesgo de proletarización, pero que, en el fondo, no es más que el pesimismo elitista de López, Lugo y Peña Batlle. Si las masas populares, en nuestra tradición pesimista conservadora y oligárquica, eran haraganas, brutas e ilusas, para la intelectualidad de izquierdas, la pequeña burguesía resulta ser trepadora, intelectualoide y oportunista, a menos que sus miembros den un “salto dialéctico” y, con la debida “conciencia de clase”, pasen a militar en el campo de la revolución. La realidad es que, por lo menos en el caso dominicano, desde la Independencia, pasando por la Restauración y llegando hasta la oposición a las intervenciones militares estadounidenses y a los gobiernos de Trujillo y Balaguer, los grandes movimientos políticos y sociales han sido fruto del accionar de esta clase, reserva de un enorme potencial moral y de una extraordinaria capacidad de asumir causas universales y nacionales.
Y he aquí la clave: la revolución capitalista será popular o no será. ¿La razón? Los dominicanos hoy, en lugar de proletarios, queremos ser propietarios, contribuyentes y no clientes del Estado. Descartado por dictatorial un proyecto de “capitalismo de un solo burgués” a lo Trujillo y por excluyente uno basado en una sola clase, es claro que hoy la verdadera revolución dominicana es concretar la vieja tradición del liberalismo social iniciada en el siglo XIX por Pedro Francisco Bonó y Ulises Francisco Espaillat, quienes siempre defendieron la pequeña propiedad, recargando y actualizando este ideario con: (i) el acceso a la propiedad inmobiliaria titulada, (i) la bancarización y el destrabe del crédito, (iii) la formalización de la economía; y (iv) el fomento de la pequeña empresa. Lógicamente, quedan latentes muchos problemas “glocales” que hay que necesariamente encarar: la contradicción capitalismo/ecología (Boff); el desempleo estructural o “fin del trabajo” (Rifkin) y la necesidad de ir a un modelo económico creador de empleos, oportunidades y emprendimientos; como solventar el Estado social en medio de la crisis del Estado fiscal; la cuestión del control del poder de las megacorporaciones globales y los demás “poderes salvajes” (Ferrajoli) del mercado; y los riesgos de la tecnología, la biogenética y la sociedad de la información. En todo caso, como afirma Zizek, “es fácil imaginar el fin del mundo […] pero no se puede imaginar el fin del capitalismo”. Por eso, todos somos manifiestos –u ocultos- capitalistas pues, pese a las desigualdades que genera (Piketty) y que deben ser enfrentadas por el Estado Social, el capitalismo, como afirma Hernando de Soto, es “la única carta disponible”, “el único sistema que conocemos que aporta los instrumentos requeridos para crear valor excedente masivo.” No por azar cada vez que despertamos de un sueño –o, mejor dicho, terrible pesadilla- comunista o populista, el capitalismo todavía está ahí.

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