Manuel Rueda

Manuel Rueda

Hoy es la clausura de la XVIII Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, dedicada a Manuel Rueda. Dieciséis años después del deceso, muchos contemporáneos escucharán, por primera vez, el nombre del autor de “Retablo de la Pasión y Muerte de Juana La Loca”, Premio Tirso de Molina 1995. Entre convención y triunfo, conflictos y proyecto de Reforma de la Constitución, para permitir la postulación del Presidente Danilo Medina Sánchez, en el año 2016. Entre renuncias y sustituciones, incendios forestales e impunidad de los miembros de sindicatos de choferes, no puede perderse, otra vez, este erudito.

Miles visitaron el Pabellón que expone vida y obra del maestro. Algo se preserva entonces, además, la Fundación Corripio ha publicado “Testimonios. Manuel Rueda”, libro enhebrado con admiración y cariño, por José Alcántara Almánzar, deudor de ternura y enseñanza. Es una compilación de la grandeza desconocida de un ilustre dominicano (Monte Cristi 1921). En el libro: “Están los músicos que testimonian su admiración por las apasionadas y seductoras interpretaciones del inigualable artista del teclado; los escritores, los lectores que lo seguían con fervor en las páginas de sus libros y escritos; los amigos que lo quisieron, más allá de sus luces y sombras, porque sabían que era fiel en los afectos, un hombre bueno, intelectual honesto, pensador brillante…” escribe, reverente, José. Y confía en “un estudio profundo sobre su obra”.

Y es que vivo fue leyenda y eso es muy difícil. Portentoso e imponente, su voz de quejido sabio asustaba, podía decir al mejor que no era nadie. Cuando lo hacía, el rigor de su juicio era tal, que la persona aludida caía rendida frente a la contundencia, al tino de la opinión.

Un melómano contaba, siempre arrobado, la manera magistral que tenía para conseguir del piano un sonido único, con la identidad de sus manos.

Pudo hacer culto de la arrogancia porque tenía con qué. El narrador, compositor, investigador, poeta, músico, dramaturgo, fue incansable, inagotable. Isla Abierta, suplemento cultural emblemático de este periódico, fue joya pulida con esmero, para que cada entrega estremeciera.

¿Cómo logró ser y hacer tanto este hombre? ¿Cómo, desde el agreste paisaje de la infancia, que lo persiguió hasta la cumbre, enarboló una historia continua de aciertos permanentes? ¿Cómo pudo establecer el connubio entre Anaisa y Mozart, entre las ondinas, las ánimas y las ciguapas, entre fuego y esparto, entre clerén y vino? ¿Cómo contar la satrapía como si bordara con zafiros el saco de henequén de la infamia?

Gracias a una beca, estudió en el Conservatorio Nacional de Chile y fue el mejor pianista de su promoción, año 1945. Regresó al país en el año 1951 y fue designado director del Conservatorio Nacional de Música, desempeñó la función durante 20 años. Aquí obtuvo seis Premios Nacionales por sus obras: “La trinitaria blanca” (teatro), “Por los mares de la dama”(poesía), “Las edades del viento”(poesía), “El rey Clinejas”(teatro), Papeles de Sara y otros relatos” (cuentos) y “Bienvenida y la noche” (novela).

En el Preliminar de “Papeles de Sara” distingue el tiempo del novelista y el tiempo del poeta y se confiesa más poeta que otra cosa. Él es todo el tiempo, todos los géneros. El hombre que quiso ser y el que fue. Lúdico, mordaz, pródigo, exigente. Ternura de nodriza, fuerza de titán en cada estrofa. Sus obsesiones de cedro y celosías, su fijación de amor y temores, los tules y cardos, el misterio insondable de la isla partida, están en su bibliografía. Manuel Rueda es imprescindible para quien pretenda algo más que el garabato de la urgencia, el aplauso breve de la boutade virtual, de la grotesca caligrafía que premian dictados de cuota y de deudas con los prejuicios de la industria cultural. Modelo no puede ser hoy, que ya no hay tiempo. Modelo imposible para la mediocridad impresa, para tanto lauro a la vulgaridad y la estulticia. Él es más que la victoria del viento. Es indeleble. Irrepetible.

 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas