Marcha, hastío y política

Marcha, hastío y política

En la tradición política nuestra, hacer de las calles el escenario de la insatisfacción ciudadana generó respuestas propias de una época caracterizada por la represión policial, persecución de voces disidentes al oficialismo y lucha por la democracia. Pasaron los años, desaparecieron los líderes históricos y la confrontación perdió la esencia social para dar paso a un activismo light fascinado por una clientela adicta a los beneficios que escogía a diputados, senadores, alcaldes y candidatos presidenciales distantes del reclamo popular.
En el corazón de los sectores democráticos, salvo José Francisco Peña Gómez, no hemos tenido una figura en capacidad de conectar la ira de los marginales con un proyecto de poder con reales posibilidades. Su muerte, liquidó la vía para transitar una ruta donde lo social se asocie con el hastío de la gente porque la clase dirigente, posterior a los líderes emblemáticos de altísima influencia entre mediados de los 60 y finales de los 90, tienen como agenda convertirse en presidentes debido a que el alcance de esa meta los convierte en amo de sus organizaciones.
El próximo domingo 22 la ciudadanía tendrá la oportunidad de gritar a todo pulmón su desagrado, no sólo con Odebrecht, sino extender la indignación con una larga lista de excesos, abusos y acciones dolosas. Además, el factor que irrita a todos consiste en la existencia de un tinglado judicial vinculado al uso de tecnicismo, chicanas y retorcimientos legales aliados por excelencia del club de vagabundos, amigos de traspasar fondos públicos en bolsillos privados, sin nunca ir a prisión.
Lo riesgoso de construir un proceso de toma de conciencia ciudadana alrededor de organizarnos para cívicamente reaccionar ante todo los desafueros del poder consiste en la inmadurez de dirigentes afanados en capitalizar vulgarmente el reclamo, y por ende, mal creer que el ritmo de las protestas terminan en el bolsillo de aspiraciones electorales. Así se daña la gesta cívica porque en el fondo, la clase partidaria tiene una elevada cuota de responsabilidad en la debacle ética que caracteriza la actual coyuntura.
Aquí tendremos que volver a redefinir la cultura de la protesta. En el sector educativo, ante el drama hospitalario, los jueces corruptos, el régimen de partidos y su escasa vocación democrática, la inseguridad ciudadana, el manejo del endeudamiento, la violencia intrafamiliar y sus alarmantes porcentajes, la política salarial y el impacto en mujeres y juventud que no trabajan ni estudian. Ahora bien, esa debe ser una tarea que no puede contaminarse con los tintes partidarios, y así, gana el país porque maduran las voces del reclamo llamadas a ser bien atendidas y entendidas en la búsqueda de grandes respuestas frente a temas muy dilatados en el marco de los reclamos sociales, económicos y políticos.
Un intelectual de la lucidez de Arturo Uslar Pietri simbolizó en la Venezuela del desencanto existente antes de que la ira encontrara a un coronel, una marcha conocida como la de los pendejos, que catapultó la toma de conciencia de amplios sectores en aquella nación. Después, llegó la acción militar. Aquí no existen condiciones para calcar un evento que nadie con verdadera vocación democrática aplauda.
No podemos perder la perspectiva, una marcha exitosa no se traduce necesariamente en endoso a partidos. Por el contrario, la formalidad partidaria del país es merecedora de una marcha de indignados. En lo inmediato, marchemos en paz y con respeto.

Más leídas