Mariano Fortuny, pintor de éxito no alcanzó a encontrar su identidad

Mariano Fortuny, pintor   de éxito no alcanzó a encontrar su identidad

Mariano Fortuny tuvo una corta pero fecunda trayectoria artística en la que brilló en todas las técnicas que dominó: óleo, acuarela, pluma, aguafuerte o grabado
Máximo representante del orientalismo español, pintor de lo exquisito, del lujo y de lo refinado, de un costumbrismo barroquizante que se puso de moda entre la alta burguesía, Fortuny fue para este grupo el pintor más querido y demandado, admirado con el mismo entusiasmo dentro y fuera de España.

Un yugo creativo, pintar al dictado del mercado y para los ricos, del que trataba de desprenderse cuando le sorprendió la muerte, le frustró sus últimos años como pintor.

Quizá le hubieran bastado solo unos años más para lograr lo que su implacable autocrítica le pedía: dejar de crear bajo demanda, lejos de la moda, que le impedía evolucionar artísticamente, para poder llegar a una pintura que fuera reflejo de su individualidad, verdadera expresión de su talento. Pero su muerte prematura, acabó con esos anhelos y esperanzas de superación.

Y es que Fortuny Marsal (Reus, 1838 – Roma, 1874) cumple las dos condiciones que se presuponen a todo espíritu romántico: una vitalidad desbordante, reflejada en su pasión por su trabajo -pintaba a todas horas-, y no sobrevivir a la juventud, al morir con apenas 36 años.

El artista mostró desde niño una increíble habilidad para el dibujo. Huérfano con apenas 12 años, su abuelo paterno, alentado por su talento para el dibujo, lo saca de su Reus natal rumbo a Barcelona para formarlo como escultor incorporándolo a la Escuela de Bellas Artes.

Pronto destaca como pintor el joven por su técnica impecable, envidiada por su extraordinaria facilidad para el dibujo, con un espectacular sentido de la luz y el color, con una paleta viva -tan brillante como vibrante-, casi lúdica, que tanto identificó a Fortuny.

Sin embargo Carlos Reyero, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en pintura del siglo XIX, la mayor herencia artística de Fortuny al arte español y europeo es “su capacidad para captar de manera sintética los aspectos esenciales del personaje”, recurriendo a gestos o rasgos muy concretos, suficientes para darles vida.

Fortuny, “El marroquí”. Con apenas 20 años llega a Roma gracias a una beca de la Diputación de Barcelona, donde se empapa de los clásicos e instala su estudio. En 1860, al estallar la contienda hispano-marroquí, es enviado a Marruecos por la Diputación de la ciudad condal para plasmar los éxitos de sus tropas. Durante aquellos meses absorbe y hace suyas la abrasadora luz del norte de Marruecos y el exotismo del lugar y de sus gentes, unos tipos populares que van plagando sus lienzos. Aquella cultura le fascina, descubre un mundo, exótico y caótico, que le transforma y le remueve por dentro, que le marcará de por vida.
Incluso aprendió algo el idioma y vistió a la manera árabe durante el tiempo que vivió allí, con lo que pronto se ganó el apodo de “Fortuny “el marroquí”. Fue como si aquel espectáculo africano le hubiera descubierto su verdadera naturaleza todavía dormida, en una nueva pintura -aguafuertes y acuarelas- donde se libera del rigor de lo formal.

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