Medardo Germán murió en el olvido

Medardo Germán murió en el olvido

Su ejemplo fue uno de los más elocuentes y enaltecedores de cuantos se enamoraron del ideal más puro: liberar a los dominicanos de la férrea dictadura de Trujillo. Era un muchacho pobre, sin familia ni apellidos resonantes, desprovisto de amigos influyentes, de educación universitaria, de padres y hasta de un domicilio sólido.

La dignidad fue su única riqueza acumulada. Oponerse a Trujillo, derribarlo, consumía sus energías juveniles.

Francisco Merardo Germán Santos, limpiabotas y albañil santiaguero que no pudo escribir nunca su biografía porque ignoraba hasta el año exacto de su nacimiento y apenas sabía leer y escribir, es el patriota ignorado de los héroes de Junio de 1959 que sobrevivieron a la masacre de los ejércitos trujillistas, al sadismo de Ramfis, a las crueles torturas de “La 40”.

Estuvo tan solo, que al ser indultado en 1960 no se encontró a quien entregárselo por lo que fue devuelto a “La Victoria” hasta que apareció una tía que lo recogió. Contaba 49 años, había perdido contacto con la República y cuando se recuperó de la desnutrición y el trauma de la cárcel y los golpes, regresó a Venezuela a buscar a sus hijos y esposa pero ellos no le acompañaron. Entonces mitigó su soledad y su frustración con la compañía de Marina Méndez, una humilde mujer que le dio en Santo Domingo otro retoño, Giovanni.

En junio de 2001 el país se conmovió cuando lo vio de nuevo, semidesnudo, sus intimidades apenas cubiertas con un pañal desechable, moribundo, anciano, casi inconsciente en el lecho de un hospital público. ¿Quién iba a sospechar que ese desvalido anciano, impotente, abandonado, fue el valiente soldado que se preparó para pelear en la fracasada expedición de Cayo Confites y después se entrenó en “Mil Cumbres” para desembarcar con arrojo e intrepidez por Constanza?

Estaba consumido, pálido

Un cáncer en la próstata le había invadido el hígado. Con la vista perdida se iba de este mundo tal vez recordando sus gloriosos años de entrenamiento, extrañando los vástagos ausentes o pensando en la ingratitud humana.

Mayobanex Vargas, Poncio Pou Saleta y él eran ya los únicos supervivientes de la “Raza Inmortal” porque a Gonzalo Almonte Pacheco, el cuarto al que le permitieron vivir, lo eliminó la tiranía poco después de dejarlo libre. Vargas, un agricultor humilde que no ha variado sus principios revolucionarios ni cambiado el estilo sencillo del campesino, siempre buscó al desdichado compañero. Posiblemente fueron él, su hermana Marisela, el general Gabirondo Rondón, Agustina Cabrera, una samaritana, y sus escasos familiares los últimos en verlo con vida cuando acudían en su auxilio al verlo postrado, inerme, agonizante.

Bravo combatiente

Cuando casi se extinguía contó que sus padres eran “Ignacio e Inesita”. De la fábrica de zapatos donde laboró en Santiago, su patrón se lo llevó a Curazao a fabricar muebles. Allí se enteró de las luchas antitrujillistas del exilio y se marchó a Caracas donde conducía un camión.

Tuvo esposa y tres hijos y narran sus compañeros que deliraba por ellos tras las noches de torturas después de la expedición. “Fue difícil separarme, pero la libertad de mi pueblo estaba por encima de mi familia”, balbuceaba cuando creía perecer.

En las lomas, fue el valiente guerrillero que cubrió las espaldas de su comandante Delio Gómez Ochoa. Resistió ataques, burló emboscadas, apoyó con el fuego de su fusil la posibilidad de escape de otros luchadores, arriesgó su vida con arrojo colosal.

En julio de 1959, él y Poncio Pou se entregaron al sacerdote español Fernando Gaviño quien los llevó al general Mélido Marte. De ahí fueron conducidos a un poblado donde la multitud se les lanzó encima escupiéndolos, pidiendo que se los entregaran. Posteriormente fueron enviados a la Base Aérea de San Isidro, amarrados como andullo.

Aparentando cumplir acuerdos internacionales de respeto con prisioneros de guerra, Merardo y sus compañeros sobrevivientes fueron entrevistados por la prensa internacional, a pesar de que habían exterminado a todos los demás expedicionarios. Encerrados en celdas separadas, torturados física y psicológicamente, se les sacaba para llevarlos a los tribunales de justicia donde fueron condenados a 30 años de prisión, trabajos forzados y el pago de un millón de pesos de indemnización. Estuvieron presos hasta 1960.

En 1997, el Presidente Leonel Fernández asignó a don Francisco un modesto apartamento y una pensión de 10 mil pesos que apenas le permitía subsistir. Sobrepasó un infarto y tras la aparente recuperación continuó su trabajo en el aeropuerto como “encargado de parqueos”, oficio que pudo asignarle el general Gabirondo Rondón “porque era el único donde no se necesita ser instruido, sino honrado”.

Francisco Merardo Germán murió en Santo Domingo el 15 de agosto de 2001. Su fallecimiento pasó tan inadvertido como hoy, su recuerdo.  A sus tres compañeros de supervivencia les han designado, en vida, merecidas calles con sus nombres. Él no ha tenido mayor reconocimiento que el olvido.

En síntesis

Héroe olvidado

Descubierto en el 2001, abandonado en un hospital público, con cáncer de hígado y prostáta, Merardo Germán, despertó el interés inmediato que los medios permiten. Consiguió una pensión mínima y un apartamento. Sin embargo no pasaría mucho tiempo para que su nombre y su labor pasara de nuevo a las sombras. De donde no ha sido sacado ni para el merecimiento mínimo que tuvieron otros. 

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