Media naranja  

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ÁNGELA PEÑA
¿Otro Pacto de Civilidad?

No son la mayoría, pero en la República Dominicana hay un número de sempiternos inconformes, aquellos que todo lo critican y nada encuentran provechoso, que viven acabando con el diálogo y echando inmerecido lodo sobre la figura de quien se ha convertido en el padre de la concertación: monseñor Agripino Núñez Collado. Al margen de las infundadas infamias y calumnias vertidas sobre el Prelado de Su Santidad, quien, a propósito, nunca se presenta sin que lo llamen, justo es aspirar a que llegue un día en que políticos y gobernantes de posiciones encontradas se pongan de acuerdo sin tener que recurrir a mediadores. Monseñor de seguro se alegrará sobremanera porque podrá descansar de tantas inesperadas e inoportunas convocatorias, tomarse merecidos descansos y dedicarse a su vocación de maestro y sacerdote.

Lamentablemente están equivocados los que piensan que la clase política nacional ha alcanzado tal grado de madurez y progreso. La violencia, el fraude, el irrespeto, el chantaje, la extorsión, las trompadas y los desafíos no se fueron cuando este papel de apagafuegos lo desempeñaron tan espontánea y valientemente don Rafael Herrera, monseñor Polanco Brito, don Julio Postigo, Salvador Pittaluga y otros que intervinieron para que reinaran el entendimiento y la paz. En ese sentido, la sociedad de hoy es tan primitiva como la de entonces y los aspirantes quieren imponerse a cualquier precio, con la agresión física, la ofensa verbal, la falsificación, la estafa y todos las demás marrullerías  heredadas de caudillos de actuación no muy lejana.

Hoy se mueven discretamente muchas fuerzas oscuras queriendo entorpecer el proceso político que está casi al doblar de la esquina. Las denuncias no son un secreto rumor sino afirmaciones contundentes que airean con desenfado comentaristas de los medios de comunicación, sin que nadie los desmienta. Las papeletas abundan tratando de comprar conciencias, intentando doblegar voluntades, extorsionando árbitros. Hay cuestionamientos a jueces electorales, impera la tozudez de algunos líderes y hay quienes advierten confusión en las intenciones obstinadas de uno que otro dirigente.

Parece que se impondrá otra vez un nuevo pacto de caballeros, una declaración de principios, un acuerdo de compromiso entre candidatos, iglesias, gobernante y otros testigos, como ocurrió en el 2003 cuando Hipólito Mejía, entonces primer magistrado de la nación, firmó junto a Leonel Fernández, Hatuey de Camps, Eduardo Estrella, Elena Viyella de Paliza, Rufino Álvarez y los monseñores Agripino Núñez, Francisco José Arnaiz y Ramón Benito de la Rosa y Carpio aquel histórico documento que permitió fortalecer la credibilidad en los órganos del sistema electoral.

El debate de ahora se está tornando desalentador y lo que el pueblo ve y escucha son sólo los dimes y diretes que se ventilan en periódicos y paneles radiados y televisados. Lo más grave son los arreglos que, según runrunes, se planifican en secreto. Hay abundancia de billetes y ya aquí la dignidad no vale una guayaba podrida. Lo que mueve corazones es el vil metal.

Los detractores del diálogo y la concertación desean, con justicia, que dejen al pueblo y a los aspirantes expresarse sin la mediación de padrinos. Eso fuera lo ideal. Pero es preferible otra comisión de seguimiento que garantice un clima de paz a posibles atentados desestabilizadores. Bastante desasosiego tenemos ya con la creciente delincuencia social. Hay que detener los propósitos de ésta otra que actúa siempre bajo la sombra, encubierta con la engañosa estampa de una invariable indumentaria dominguera.

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