ÁNGELA PEÑA
Pedro Peix, que tan valiosos aportes ha hecho a la literatura y a la difusión de la cultura en la República Dominicana, es un incondicional de la Zona Colonial, principalmente del Conde, que casi es imposible recorrer sin encontrarlo, siempre elegante y generalmente solitario. ¿Por qué será tan reservado y distante ese escritor laureado y laborioso de cuyas experiencias literarias podrían enriquecerse tanto sus escuchas?
Se convirtió en el «enfant terrible» de la joven literatura de los 70 porque fue el primero de su generación que creó una obra al margen de la guerra y de las luchas políticas de la época que envolvían a los poetas y escritores de esos tiempos, no pendientes de que la vida era también amor, pasión, deleite, naturaleza, desamor, serenidad, olvido, que el mundo seguía, como titulaba un cuento René del Risco. Hijo de diplomáticos, había estado viajando, dedicado en el extranjero a su formación profesional.
Cuando publicó «El placer está en el último piso» el estrecho mundillo intelectual criollo se escandalizó. Pedro se convertía con este libro en el primero de su generación que escribía novela. Una novela erótica que muchos calificaron de pornográfica. Esa obra, defendida por muchos que la consideraban amatoria, carnal, no lujuriosa, hizo que lo catequizaran como escritor maldito. Pero Peix tiene personalidad, talento, sabe escribir y no es holgazán ni vive del cuento. Se impuso al reperpero que levantó su obra y reapareció años más tarde formando parte de «Peña de tres», el legendario programa de televisión que hacía junto a Tony Raful y Andrés L. Mateo, y que dio difusión al escritor nativo.
Después se lanzó a una tremenda labor cuentista y no hubo concurso de este género, en Casa de Teatro, en el que no resultara distinguido. Ganó primeros, segundos, terceros premios, menciones. Era el ganador habitual de esa actividad que durante años ininterrumpidos patrocinó E. León Jimenes con el entusiasmo de Freddy Ginebra.
Una de las obras más importantes de Pedro Peix es «La loca de la plaza de Los Almendros», a la que siguió «La noche de los buzones blancos», inspirada en la ocupación norteamericana de 1916. Su bibliografía es inmensa. Detallarla ocuparía muchas páginas. Es de los pocos que se ocupan de que sus libros tengan presentación acorde con las normas de las ediciones modernas. Todos tienen magníficas portadas y geniales ilustraciones.
Al tiempo que editaba libros, Peix escribía artículos para la prensa que podían ser literarios, sociales, políticos. Pero hace tiempo que no se ve su nombre en los periódicos. En los últimos años el medio de difusión que utiliza para expresar sus ideas, es el de las fotocopias que va dejando donde Macalé, en La Cafetera o en el llamado «Palacio de la Esquizofrenia», donde es fijo, pero siempre solo, sin cherchas ni peñas, imponente, imperturbable, inconmovible. Dios o príncipe. Sus trabajos distribuidos en forma tan original, los busca la gente con avidez.
La obra de Pedro Peix fue al fin reconocida en la pasada Feria del Libro, cuando se le dedicó una calle en la Plaza de la Cultura y se editó el conjunto de su obra narrativa bajo el título «El amor es el placer de la maldad». Jimmy Hungría, cronista, crítico, estudioso de la vida cotidiana, tuvo a su cargo la recopilación.
Siempre trajeado, nítido, lozano, Pedro Peix está en el Conde o caminando alrededor del parque Independencia. Generalmente solo. Tal vez siente desprecio por la mediocridad imperante, quizá es antisocial, tímido, o probablemente no desea que nadie interrumpa su pensamiento creativo, lúcido, prolífico, Él es así y de esa manera hay que respetarlo, admirarlo, quererlo. Su temperamento no entra en contradicción con su fecunda obra.