Mentes brillantes han dañado a los dominicanos

Mentes brillantes han dañado a los dominicanos

Por cerca de 20 años, ha estado en gestación y desarrollo un movimiento perturbador de las tradiciones dominicanas, para desviarlas e introducir otros valores negativos, que convierten al ciudadano en un ser dócil y maleable a las corrientes de moda, en que ya no existen los valores familiares, de unidad, patriotismo, compañerismo, que eran la base de una convivencia armónica.

La tarea ha sido llevada con habilidad hacia el sendero de la buena vida, derrumbe del núcleo familiar con una elevada tasa de divorcios, y cada miembro por su cuenta, incitando al disfrute del cuerpo sin cortapisas y el acaparamiento de recursos económicos, no importando los medios para obtenerlos, estimulado por las influencias externas de otras sociedades, que han desechado sus valores tradicionales para hundirse en un agujero del desorden moral.

Los valores a los que habíamos vivido apegados, los que ya pasamos de 60 años, no resisten y se dañan ante el impacto de las novedades que llegan del exterior, o se generan en el seno de la sociedad, para estimular una actitud que solo importa arrebatarle a los otros lo que les pertenece, dando lugar a esas grandes escisiones familiares por herencias, patrimonios y empresas que colapsan rápidamente.

El derrumbe social, o cambio de rumbo de la sociedad, viene impulsado por un hábil y novedoso programa de manipulación de las actitudes, para borrar los temores ancestrales del bien y del mal y no tomar en cuenta la hora de arrollar con el prójimo, y permitir que otros más hábiles logren alcanzar sus objetivos de dominio del país en todas sus vertientes de la sociedad, la familia, la economía, la justicia, la educación y el desarrollo.

La brillantez de la mente que está llevando a cabo este plan, con cerca de 20 años de ejecución, lento, firme e inexorable, se refleja de cómo la sociedad se ha transformado en sus valores, la corrupción ha dejado de ser una lacra y es ya una virtud que se celebra, estimulando para que otros la imiten y se premia a quienes han podido acumular fortunas que no resisten ninguna investigación para determinar su origen.

No es extraño que ese estímulo a la corrupción ha permitido una prosperidad llamativa en que el narcotráfico y el lavado de dinero es algo irrebatible, que no permite argumentos justificativos y se traduce en el disfrute de quienes ocupan posiciones gubernamentales, asiduos comensales a los exclusivos restaurantes que existen en la capital, Santiago o Casa de Campo, viven en torres de superlujo y monumentales residencias enclaustradas, muy bien protegidas, evidenciando de cómo se han ido erosionando la sociedad y las conductas de los valores, que alguna vez dieron razón de ser a nuestros ciudadanos.

Es una labor muy fina de lavado de cerebro y de conducta para insertar nuevos propósitos de la vida, que se permite la asociación de grupos con objetivos comunes, y que si son políticos, es grave, ya que esa opulencia solo se logra con la malversación de recursos públicos, que la mayoría de las veces se han traducido en impulsar aspiraciones presidencialistas. Si dedican a llevar a cabo esos apetitos, desde sus cargos públicos de importancia, lo descuidan en sus funciones, y por más que quieran aparentar pulcritud de manejar los recursos, algo se les pega del organismo que encabezan y no renuncian de sus posiciones para que así la ciudadanía pudiera creer en ellos.

Los dominicanos somos testigos, en este siglo XXI, de una mente brillante que ha trabajado, hasta con los orígenes de la Ley 168-13, para destruir todos los valores que pudieran frenar las ambiciones y corrupciones, dando al traste con la mentalidad tradicional para alegar que todo está permitido, penetrando por un sendero del adormecimiento cívico que impide una reacción a tiempo para sacudirnos de esa hipnosis, que con habilidad y dinero ha oscurecido la mentalidad de las inquietudes cívicas, que por años caracterizaba a los dominicanos del siglo pasado, cuando se inició el proceso de aniquilamiento de los valores que antes le habían dado lustre al país por muchas décadas.

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