La mayor dificultad de los años de infancia de Rafael Pichardo no fue su lucha tenaz por sobrevivir a la pobreza y precariedades propias de un muchacho de estrato social humilde que creció en una comunidad remota, o la falta del cariño y el apoyo materno, sino el maltrato físico y sicológico que recibió de su madrastra en el hogar paterno.
Pichardo, hijo de un campesino gallero y mujeriego, pasó los primeros años de su infancia en el hogar paterno. Curiosamente, su progenitor no tomaba alcohol y odiaba el cigarrillo. Pero su atracción insaciable por las féminas dejó un batallón de 42 vástagos con distintas mujeres, seis de ellos con la madre de Rafael, quien vivió los primeros años de su niñez en el hogar que en ese momento su padre compartía con su compañera.
“La señora que era la concubina de mi padre nunca me trató. Ella era haragana y cambiaba de humor o estado de ánimo de un momento a otro, como el viento. Un día estaba contenta, y al día siguiente estaba furiosa. Cuando estaba como una fiera, parecía que odiaba, y cualquier objeto que tenía en las manos lo lanzaba sobre mí, sin medir las consecuencias. Era una situación terrible para niño que se levantaba a las 4:00 de la madrugada a trabajar sangrando caucho”
Fue una etapa difícil para Rafael. Su padre mostraba indiferencia frente a las quejas del niño por las constantes manifestaciones de violencia sorda, física, obsesiva por parte de su madrastra, a la que cotidianamente agregaba el maltrato psicológico, con insultos verbales que agredían la estabilidad emocional del pequeño. No tenía forma de romper las cadenas emocionales.
En ese ambiente incierto, inestable y preocupante, lo sorprendió la edad de 13 años sin asistir a la escuela. Por iniciativa propia se interesó en aprender a leer y escribir. Recibió ayuda de “Mon”, un profesor de la comunidad que lo motivó y le sugirió que fuera a su hogar en horas de la noche para alfabetizarlo. Incluso, para motivarlo; le regaló un libro de texto escolar de la época. Así inició la ruta del aprendizaje.
“En realidad, mi padre no quería que yo estudiara, pues él era iletrado y no se ocupó en que yo asistiera a la escuela. Lo que siempre le interesó era que me levantara todos los días a las cuatro de la mañana, con el estómago en piyama, a sangrar los árboles de caucho y en la tarde a achicar becerros. Esa era la rutina de mi vida”.
Rafael asistía a la escuela primaria en la comunidad Majagual Adentro, en horas de la tarde, recorriendo un tramo de siete kilómetros y medio por un camino empinado y pedregoso.
En 1971, con 16 años, se trasladó a Santo Domingo a vivir en casa de su madre. En los años subsiguientes aprendió sastrería, hasta convertirse en un cotizado artista en la creación de prendas de vestir masculina.
Distinción gratificante. “Una de las ocasiones más gratificantes de mi vida ocurrió en 1991, cuando la Cámara Americana de Comercio me hizo un reconocimiento por mi trayectoria en la industria de la aguja. Para esa época tenía mucha experiencia en la fabricación de prendas de vestir, específicamente en pantalones jeans. La marca Passiton la registré en la década de los 80, y es reconocida a nivel nacional e internacional por su calidad.
En esa actividad estaba presente el embajador de los Estados Unidos en nuestro país, el señor Paul Daniel Taylor, a quien le impresionó mi disertación. A la hora del almuerzo, el diplomático me invitó a compartir en la mesa. Sostuvimos una amena conversación, en español. Fue un día memorable para mi. Gracias a una iniciativa del diplomático, quien me dio una tarjeta personal, con su firma en el reverso, para que fuera al consulado norteamericano. Mi familia y yo obtuvimos el visado para viajar a los Estados Unidos. De esa forma mi familia y yo obtuvimos el visado para viajar a territorio norteamericano.
“Golpe de suerte”. “La marca de pantalones que producimos fue un golpe. Un día encontré un botón que decía Passiton y me emocioné, y en principio lo asocié con el nombre de un caballo, que me gustan bastante, pero luego cambié de idea y decidí registrarlo como marca comercial de la industria que presido. Todo salió perfecto. Con el nombre registrado, comencé la producción. Gracias a Dios he mantenido la calidad del producto, porque tiene excelente confección y es muy solicitado en las grandes tiendas y negocios de las plazas comerciales.
No puedo dejar de mencionar el esfuerzo, la dedicación y la ayuda que tuve de mi primera esposa, la madre de cuatro de mis hijos, a quien agradezco la confianza, el apoyo, la entrega, el sacrificio, el impulso y colaboración decidida en la iniciativa para construir la empresa. Si he de ser justo, sin su apoyo no estuviera actualmente en el sitial empresarial que ocupo.
No me quejo. Soy un hombre de trabajo. Siempre he tratado de mantenerme cerca de Dios, porque estoy consciente de que el Todopoderoso es lo más grande que existe. Gracias a ese Dios, en el que creo muy fielmente, he tenido muchas oportunidades en mi vida y las he aprovechado al máximo, de forma honesta, para estar en el sitial en que actualmente me mantengo”.