Mi hermano Peng Sien. Hasta luego, hasta siempre

Mi hermano Peng Sien. Hasta luego, hasta siempre

Finalizo esta serie como la comencé: Siempre seremos nueve… siempre juntos. Parece increíble que hace casi dos meses que se nos fue Peng Sien. Un año difícil. Tres meses de luchas, sorpresas, sufrimientos y nostalgias. Todos sabíamos que después de un diagnóstico tan grave, el final estaba escrito. Teníamos la esperanza de desafiar con voluntad un designio tan terrible. Peng Sien luchó hasta el último suspiro. Soportó con entereza el dolor y demostró, ¡una vez más! Que era un guerrero que luchaba y aceptaba la derrota con dignidad.
Cada uno de sus ocho hermanos tenía un vínculo especial con él. De hecho entre los ocho se entretejen relaciones y redes que solo los miembros de nuestra cofradía y los muy cercanos quizás puedan entender.

Estaba ligada a Peng Sien porque compartí con él sus ideas por un mundo mejor. Mi compromiso no llegó a sus niveles. Estuve más vinculada al trabajo social a través de las ONG vinculadas al trabajo educativo con los campesinos, aunque hice mis pininos en la actividad política a su lado. Sin embargo a mediados de los años 80, cuando regresé de Francia con mi doctorado a cuestas, me dediqué más a la vida académica, aunque participé en diferentes instancias de la sociedad civil.

Peng Sien era un hermano y un verdadero hijo. Después de años de conflictos con nuestro padre Miguel, supo darle amor y apoyarle. Cuando Mildred y Peng Sien regresaron a vivir a Santiago, después de pasar un largo periplo por La Vega y Santo Domingo, fueron a vivir con nuestros padres en aquella inmensa casa que papá había construido con tantas ilusiones para que sus nueve hijo, las abuelas y algunos primos que vivían en casa, tuviesen un lugar digno. En ese momento, a inicios de los 80, habíamos alzado vuelo. Suk Lang y su esposo Víctor habían regresado de Estados Unidos después de hacer sus maestrías, y también se quedaron a vivir con nuestros padres. En la parte de abajo vivían papá, mamá y la abuela Andrea. Y arriba, en dos apartamentos, las dos familias.

En el año 1986, durante un viaje por Asia, papá fue hospitalizado por una neumonía. Cuando le hicieron los análisis, el resultado fue terrible: cáncer de pulmón. Al regresar comenzó la larga agonía de las quimioterapias y el deterioro físico de nuestro padre. ¿Y qué creen? Peng Sien asumió la tarea de ser el enfermero nocturno de papá. Aprendió a inyectarlo, y lo hacía con tal amor y delicadeza, que nos dejaba maravillados a todos. Papá lo miraba maravillado. En su mirada le decía tantas cosas. Se hablaron sin palabras. Se dijeron cuánto se amaban con gestos de ternura. Peng Sien y Suk Lang, y sus respectivas parejas, se convirtieron en los verdaderos soportes emocionales de mamá durante todo el proceso de la enfermedad de papá. Así pues, aquel hombre vertical, defensor hasta lo indecible de sus ideas, luchador por los menos favorecidos para que tuvieran una vida más digna, era también un hijo amoroso.

El dinero era solo una forma de comer, vestir y educar a sus hijos. Nunca fue un objeto de sus preocupaciones. Durante toda su vida, Peng Sien vivió de la manera más austera posible. Solo nos pidió ayuda en casos extremos. Prefería vivir su precariedad con hidalguía y orgullo.

Lo recuerdo siempre trabajando. Era un ducho en la computadora. Hacía sus horarios en los empleos para sobrevivir. Y luego seguía la jornada de sus compromisos sociales y políticos. En los últimos tiempos dedicaba su tiempo a diseñar un modelo de organización de las cooperativas que decía sería revolucionario para estas instituciones. Después dedicó tiempo a la Marcha Verde. Recuerdo que nos mandaba fotos cuando estaba sentado en su silla junto a otros compañeros esperando que llegaran los ciudadanos que vendrían a firmar el libro verde. Participar en las marchas era uno de sus mayores compromisos. Sin embargo en las que se organizaron en mayo de este año 2017 iba para hacer presencia pero decía que estaba muy agotado para caminar. Siempre iba acompañado de su hijo Carlos. Ya el monstruo que lo llevaría a la tumba se estaba haciendo presente. Sacaba tiempo para estar presente en las reuniones de su partido, Opción Democrática. Según me cuentan sus compañeros era muy asertivo en sus observaciones y críticas.

Siempre lo recordaré con su pelo largo y blanco, símbolo quizás de su rebeldía innata. En las reuniones familiares era uno de los que más jugaba en los juegos de mesa. En diciembre, en los intercambios de regalos que tradicionalmente organizamos, se esmeraba en preparar algo con sus manos. El otro día, Muyien leía una larga introducción que hizo Peng Sien para explicar el dulce que preparaba. Cuando lo leía en la reunión todos nos poníamos a interrumpirlo y a burlarnos de él. Hoy recuerdo esos episodios con nostalgia y tristeza. Casualidades del destino, hablo de la Matatana de la familia, Muyien, que hoy cumple un año más de una fructífera vida.

Adiós hermano. No olvidaremos tus molestias de pasarnos tu dedo índice por la nariz para molestarnos; o cuando llegabas y en un descuido pasabas tu mano por la cara destruyendo el maquillaje y convirtiendo a tus hermanas en payasas con un pintalabios corrido. Adiós hermano, no olvidaré mis conversaciones secretas contigo cuando me explicabas por qué debía asumir el compromiso político. No olvidaré tus llegadas subrepticias a la casa, cuando llegabas de alguna marcha o protesta, y me pedías que te cubriera para que papá y mamá no te descubrieran.

Adiós hermano. Siempre estaremos unidos. Siempre seremos nueve.

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