Mi país, la Colombia de los noventa

Mi país, la Colombia de los noventa

En enero del año 2010 inició mi periodo de dos años como presidente de la Sociedad de Trasplante de América Latina y el Caribe conocida como STALYC. Organicé entonces la primera reunión de la Directiva y aprovechando la oportunidad de tener un grupo de líderes latinoamericanos en el campo de la trasplantología en nuestro país, celebramos un seminario en el hotel Hilton del Malecón. Dentro de las actividades sociales, tuvimos la suerte que coincidió con nuestra reunión una exhibición de Fernando Botero en el Palacio de Bellas Artes. Esta exposición de Botero era parte de una serie de trabajos del autor que se habían presentado en Colombia y otros países con diferentes títulos como “Violencia en Colombia” y “Una Mirada Diferente”. Si mi memoria no me falla, creo que el título de la exposición en Bellas Artes era “El Dolor de Colombia”. Botero plasma con esta serie de dibujos y óleos la cruda realidad que vivía Colombia en la década de los noventa.
Fuimos todos a ver la exposición sin darle importancia al título y esperando disfrutar de sus típicas rotundas figuras, que parecen jugosas y sensuales frutas que con su desmesura nos hacen sonreir. Esta vez la experiencia fue algo muy diferente, más que un placer, ver la exposición generó en mí un displacer, pero un displacer acompañado de sentido. Botero logró su objetivo de conmoverme ante la injusticia y el dolor hacia los demás.
Me movía de un trabajo a otro sin compartir palabras ni siquiera con mis invitados. Cuerpos torturados y despedazados donde ya no mora ninguna humanidad. Recuerdo, años atrás, sentir ese mismo remolino interno cuando contemplaba en silencio el Guernica de Picasso.
Salimos del Palacio de Bellas Artes sin cruzar palabras, cada uno reflexionando a solas en el dolor de Colombia. Mi reflexión seguro era diferente a la de mis amigos invitados, pensaba en mi país y me asaltaba la idea de que estábamos dando los primeros pasos para convertirnos en la Colombia de los noventa. Aunque no teníamos una guerra de guerrillas, sí teníamos factores que en mi parecer nos podrían llevar a una situación similar a la de las grandes ciudades de Colombia. Las actividades del narcotráfico se encontraban en su mejor momento y ya permeaban todos los estamentos de la sociedad. La corrupción política, las inequidades sociales, la proliferación de armas de fuego y una juventud frustrada y sin trabajo eran el mejor medio de cultivo para la delincuencia y la inseguridad social. Me vino a la mente entonces la idea de motivar a cada líder político a cada senador y diputado, todos los jueces y por supuesto a los cientos de generales y coroneles que tenemos, a venir a ver la exposición de Botero.
Me pareció una muy buena idea pero sabía que en la práctica era algo imposible de hacer. Imposible porque nuestros líderes políticos estarían muy ocupados trabajando en cómo quedarse o en cómo llegar al poder. Nuestros congresistas, durante la semana estarían ocupados pasando leyes que nadie cumple, ejemplo de ello son los mil doscientos setenta y siete funcionarios públicos que actualmente han ignorado hacer la declaración jurada de sus bienes. Y durante el fin de semana muchos de los congresistas van a sus provincias a ejercer su derecho al barrilito, o al cofrecito o como se denominen esos pesitos. Los jueces tampoco tendrían el deseo de ver la exposición de Botero porque estarían muy ocupados en asuntos más interesantes y rentables. Y nuestros generales también estarían ocupados resolviendo lo suyo y disfrutando la finquita recientemente adquirida. Me sentí deprimido por el sentimiento de incapacidad de no poder hacer nada para evitar lo que veía venir.
Unos seis años después veo a Santo Domingo como una ciudad hostil, peligrosa y sin un rasgo de ética ciudadana. Si todavía alguien tiene dudas de que nos estamos pareciendo a la Colombia de los noventa solo tiene que hablar con el Dr. Sarita, quien puede darle las horribles estadísticas de los homicidios del año pasado y quien fuera también objeto de un atraco cuando caminaba de día por un área supuestamente segura. Los asesinatos se han convertido en rutina ante una sociedad que ya ni siquiera reacciona a ellos, aunque se trate de una joven mujer embarazada. Salimos a la calle a disfrutar pero con la intranquilidad y la esperanza de que no nos pase nada y esto es el resultado de que en nuestro país en estos días la vida se da y se quita de una manera muy casual.
Colombia hoy, con la guerra llegando al fin, menor influencia de los grandes carteles, menos corrupción y mejor educación, es un país más seguro que en la década de los noventa. Solo espero que nosotros tengamos la visión y voluntad necesaria para cambiar el rumbo en que vamos. Desafortunadamente, en los próximos meses todo el país estará paralizado por las venideras elecciones.

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