Misa de réquiem para Patología Forense

Misa de réquiem para Patología Forense

“Todo tiene su final,/ nada dura para siempre,/ tenemos que recordar / que no existe eternidad…”; así arranca con su canto el fallecido ídolo puertorriqueño Héctor Lavoe. El Instituto Nacional de Patología Forense surgió a finales de la década de los ochenta del pasado siglo producto de una lucha tenaz de la combativa Asociación Médica Dominicana. Con ello se pretendía transformar la Comisión de Patólogos de la AMD en un órgano de carácter oficial que realizara todas las autopsias de naturaleza médico- legal requeridas en el territorio de la República. El gobierno del Dr. Balaguer finalmente accedió a crear mediante decreto la nueva entidad forense. Durante el tiempo que estuvimos en la conducción de dicho organismo resistimos estoicamente todo tipo de presiones y amenazas destinadas a que calláramos o modificásemos los resultados arrojados por el examen de un cadáver acerca de las causas reales de una muerte acaecida en oscuras circunstancias. Si bien es cierto que producto de esa posición intransigente en defensa de la verdad y la transparencia de los informes, nos granjeamos la mala voluntad de alguna que otra autoridad de turno, no es menos cierto que también nos ganamos la confianza, el cariño y el respeto de amplios sectores del pueblo dominicano. Ni las ofertas de dinero, puestos o prebendas consiguieron torcer nuestro espíritu indomable de servir con honestidad y pulcritud, aunque con semejante conducta arriesgáramos la vida. Nada de qué avergonzarnos, ni cola alguna que puedan pisarnos; hemos sido coherentes, marchamos con la frente en alto y el espíritu satisfecho por el deber cumplido. Gracias a las madres e infantes, adolescentes, jóvenes y adultos que con sus idas a destiempo ofrendaron sus cuerpos, lo que permitió recoger las evidencias que demostraron la certeza de que los muertos hablan, dicen sus verdades y no mienten, como suelen hacer muchos vivos. Aprendí a leer e interpretar al revés el lenguaje de autoridades sin escrúpulos cuando hablaban de enfrentamientos e intercambios de disparos, en donde las víctimas resultaban con heridas de bala en la nuca y espalda. Conocí de falsos certificados de defunción por muerte natural cuando el fenecido tenía el dorso molido a palos.
Gracias a esas vivencias no tuve que arribar a los 77 años del respetado abogado dominicano Dr. Ramón Antonio Veras, para darme cuenta de aparentes dotes éticas de gente que en el fondo no eran otra cosa sino “hipócritas, simuladores, practicantes de la doblez, el disimulo, el engaño y la falsía”. Esos miles de cadáveres me enseñaron que debemos oír a todos y creer a nadie, hasta comprobar mediante el estudio, si lo alegado se corresponde o no con los hechos. Convencido de que el pueblo dominicano es inteligente, sabio y bueno, sé que en un tiempo prudente podré valorar lo que en su momento representó el Instituto Nacional de Patología Forense. Por ahora, bien que se merece una misa de réquiem la fallecida institución.
Seguiré mi camino con la frente en alto. Ni el peculado, ni el soborno, ni el chantaje pudieron hacer nido en mi ser. Cierro con estos Versos Sencillos de Martí: “Con los pobres de la tierra,/ quiero yo mi suerte echar:/ el arroyo de la sierra/ me complace más que el mar”.

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