Motociclistas: Una aporía socio-jurídica

Motociclistas: Una aporía socio-jurídica

Rafael Acevedo

En mi libro sobre sociología del espacio vial, definí el motociclista (dominicano) como un actor social cuyo rol-estatus es extremadamente ambiguo, legalmente perverso, difícil de manejar cultural e institucionalmente. Cualquiera ambigüedad de rol-estatus suele serlo.
Un militar que no sabe si su papel es cuidar la soberanía y evitar la entrada de extraños e indocumentados, o si consiste en ayudarlos a que entren con seguridad a cambio de un soborno; un policía que no sabe si al ver a un hombre meando en la calle su deber es llamarle la atención o incluso detenerlo, o solo aconsejarle que lo haga detrás del árbol.
Inconsistencia de estatus significa, por ejemplo, que un motorista no adopta un comportamiento vial como lo establece la ley, equivalente a la de un automovilista, como dice la ley: con derecho pleno a un carril; y prefiere comportarse como bicicleta o velocípedo, haciéndose impredecible, escabulléndose por entre las filas y los carriles y subirse a la acera cuando le parece. Lo peor suele ser que esos actores ambiguos deslíen el sistema de expectativas recíprocas entre los diferentes actores, provocando innumerables confusiones y accidentes, conduciendo con tal temeridad, siendo el terror del tráfico urbano; convirtiendo las autoridades en inoperantes e indefensas, conceptual y técnicamente.
Hendrik Kelner, el tabaquero más instruido y charlista itinerante de salones principales del mundo, nos explicaba recientemente que era posible que el dominicano que compra una motocicleta represente la aspiración de muchos criollos de la libertad absoluta, de violar cualquier cantidad de reglas y leyes con total impunidad.
Acaso, como desquite de clase, o rememorando la décima ancestral cibaeña, de que “el hombre para ser hombre cuatro cosas ha de tener: su caballo, su revólver, su bohío y su mujer”. De modo que el caballo, es decir, la moto, es lo primero en esa secuencia aspiracional. Es por lo mismo que nos hemos aferrado al automóvil individual privado, y postergado absolutamente el transporte colectivo de pasajeros. El motociclista es un actor social polifacético.
Hay moto-conchistas, transportistas profesionales; mensajeros de empresas o “free lancers”; motociclistas del barrio, como los “deliveries”, que manejan sus máquinas en sentido contrario en cualquier calle de Naco y Piantini, sin que ninguna autoridad ni vecino siquiera lo note, ni se queje; porque el asunto está más allá de su poder de control social y porque brinda servicios apreciados a la clase media urbana (la cual termina por no ver el hecho, su percepción se anula). Y ahora los UBER-Motoristas, que son una interesante innovación. En Ciudad México existen los “I-Boy” (en inglés) o “Ahí voy” (en mejicano), que rescatan de los taponamientos, llevándolo a usted al trabajo y su carro a su marquesina.
Necesitamos estudiar y entender a los motociclistas. Darnos cuenta de que a menudo solo cuando uno de ellos, audazmente, rompe una fila interminable de automóviles, es que usted, entonces, puede colarse gracias al desorden creado por el motociclista. De hecho, el caos ocasional suele ser una “solución” al desastre programático de leyes inadecuadas y autoridades que no entienden, o no funcionan.

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