NO QUIERO HÉROE

NO QUIERO HÉROE

POR RAFAEL REYES JEREZ
Especial para HOY
Aquella mañana parecía como cualquier otra. Nadie estaba seguro en este país y mucho menos si era opositor al Gobierno. Corría la etapa negra de los 12 años y Balaguer y su régimen de fuerza se ensañaban contra sus contrarios, principalmente jóvenes de la izquierda y los estudiantes de la UASD como de escuelas y liceos. No pasaba un día sin que un opositor fuera asesinado en cualquier punto de la ciudad y localidades del interior.

Yo estaba junto al entonces jefe de Redacción de El Nacional, Radhamés V. Gómez Pepín, un periodista inmaculado, consciente del momento político. Eran las 6:15 de la mañana. Me llamó y me dijo, casi en secreto: «Reyes, encontraron a los muchachos «. Se refería a Amaury Germán Arísty y sus compañeros. «Vete al KM 13 y medio de la autopista de Las Américas”. Me arengó como si me enviara a una batalla: «No quiero héroe». Exhortación a cuidar mi vida.

Y de hecho, el ataque bélico, donde hoy existe un monumento, concluyó poco más de las 6 de la tarde, tras doce horas. El Ejército y la Policía desplegaron más de 4 mil efectivos, tanques y aviones contra cuatro izquierdistas refugiados en una cueva. Un parque-monumento recuerda la hazaña de Amaury, Virgilio, la Chuta y Cerón Polanco.

Cada vez que yo salía a cubrir alguna situación recibía advertencias de Radhamés como de un padre hacia el hijo que protege. El 24 de septiembre de 1970 me asignó un servicio tras recibir la información de que habían matado a alguien en la calle Federico Henríquez a esquina Moca, frente a una gasolinera. Era el Día de Las Mercedes, sagrado para los creyentes. Eran más de las 6 de la mañana. Cuando llego, veo que el lugar está cercado por decenas de policías. Observo que una joven señora, embarazada y muy nerviosa, da paseos en el balcón de su casa y por la tensión no reparo en que la conozco. Ella me señala hacia los escalones y me deja dicho un trágico final. Cuando miro, el alma se me encoje. La ira brota en mí. Mandé el periodismo al carajo y voceé a los policías hasta del mal de que iban a morir. Yo conocía a Amín desde la UASD, era nuestro orientador, y su hermano Faisal jugaba baloncesto en el club Mauricio Báez que yo fundé. Entonces, Don Mahoma, el padre de Amín, llega al lugar y con los manos en la cabeza vocea: «bárbaros, han matado a un muchacho bueno y honrado».

Amín yacía boca abajo en la escalera, parte de su masa encefálica y sus lentes de aumento a su lado. Un grueso hilo de su sangre corría escalera abajo hasta el contén. Hermógenes Luis López, un asesino cabo de la Policía, fue acusado del crimen. Duró dos años en La Victoria. Terminó sus días siendo vigilante de una panadería de la av., 27 de Febrero casi esquina Chur- chill. Amín se había entregado, desarmado. El jefe de la Policía del momento era el general Rafael Guillermo Guzmán Acosta. Y, oh paradoja, el fiscal actuante era el doctor Tucídides B. Martínez, hermano del gran Orlando Martínez.

El día del sepelio de Amín la Policía armó una batida contra el cortejo. Estoy vivo porque a uno de sus agentes se le trancó la ametralladora. Otro día, la Policía cercó una manifestación de estudiantes de la UASD que iba hacia el Palacio Nacional por la avenida Independencia. Entre la gran multitud estaba el rector Jottin Cury, al que apresaron lanzándolo a una camioneta descapotada sin tener en cuenta su categoría. Los demás manifestantes fueron llevados al Palacio de la institución, situación que aprovecharon para estremecer la sede con slogans contra el Gobierno y la propia Policía. Resultó el más voluminoso arresto contra grupo alguno.

Un grupo paramilitar llamado «Banda Colorá», tígueres, militares y lúmpenes pagados, recorrían las calles sembrando el terror y asesinando a adversarios del Gobierno. Balaguer los apoyaba. La Policía, encabezada en ese momento por el célebre general Enrique Pérez y Pérez, era la protectora.

Me había tocado cubrir muchas de las fechorías de la banda que llegó a amenazarme de muerte. En tres ocasiones la Policía allanó mi casa. El recordado profesor Alberto Malagón dijo una vez en su cátedra de periodismo en la UASD, de donde soy egresado, que no se explicaba como yo estaba vivo todavía.

Gracias a mis relaciones con un funcionario de la embajada de México logré sacar del país a decenas de jóvenes de izquierda cuyas vidas estaban en alto riesgo. Entre ellos el ex guerrillero Gonzalo Pérez Cuevas, Manfredo Casado Villar y los hermanos Grullón, del barrio Cristo Rey,

Mucha gente no sabe que el periodista Radhamés Gómez tuvo un serio altercado con miembros de la Policía que se presentaron en el periódico «El Nacional en Lucha». Estábamos cerrando la edición de ese día en el local del antiguo sindicato de trabajadores de la prensa cuando llegó la Policía para incautar los ejemplares y se armó un forcejeo. Desde el Palacio Nacional desautorizaron la acción de los uniformados.

En esos días llega la expedición del coronel Caamaño por playas Caracoles que puso en vilo al Gobierno de Balaguer y al país. Silvio Herasme Peña, a la sazón director, me dijo hacia las 10 de la mañana: «Prepárate, el hombre llegó, te vas con dos fotógrafos (Valentín Pérez Terrero y Martín Santos Fabián ) y un chofer de Unachosin». Me tocó el palo histórico de ser el primer periodista en cubrir la llegada de Caamaño y la exclusiva mundial sobre su presencia en el país.

En el periodismo sucede que grandes figuras que desfilaron por El Listín, El Caribe, La Información El Nacional, Patria, La Noticia, y que dejaron un legado de honestidad y capacidad, a diferencia de muchos políticos actuales y pasados, dejan un vacío porque la profesión no es la misma ni los tiempos son iguales. Andrés Frías hijo, articulista de la Nación, ya en sus últimos días, le pregunté la diferencia entre los periodistas de antes y los de hoy y me dijo: que antes sabían escribir y no pedían.

Nunca en mi vida había andado armado, pero las amenazas en mi contra hechas por la banda y otros sectores me hicieron llevar un revólver que me facilitó un colega. Cuando acudía de madrugada a Radio Ahora, en el mismo edificio de la revista y cuyo noticiero yo codirigía, ponía el arma debajo del asiento. Nunca supo Radhamés que en esa etapa yo andaba armado y tampoco se lo dije. Siempre temí que la banda irrumpiera en el periódico y nos matara a todos El Nacional de la época contó con uno de los mejores equipos de periodistas en el país. Entre ellos su director Freddy Gatón Arce, el mismo Radhamés Gómez Pepín, Silvio Herasme Peña, Chuchito Álvarez, Miguel Ángel Prestol González, Miguel A. Hernández, Rafael Núñez Grassals, Víctor Grimaldi, Huchi Lora, Pedro Caba, Ramón Reyes, Juan José Ayuso, Francisco Álvarez Castellanos, Orlando Martínez y Héctor Díaz Polanco.

Otro caso curioso que llevo en mi memoria, sucedió hacia las 11:00 de la mañana del día 11 de Septiembre de 1970 cuando el Gobierno iba a inaugurar el puente sobre el río Soco, que conduce a San Pedro de Macorís. El presidente Balaguer no había llegado al acto y entonces quise aprovechar para preguntarle al general Juan René Beauchamps Javier, jefe del Ejército, si era cierto que estaba en su poder el fusil que trajo Caamaño en la guerrilla, y contestó que sí.

El general Enrique Pérez y Pérez, secretario de Las Fuerzas Armadas, intervino y dijo: “ustedes los periodistas lo que tienen que hacer es averiguar lo que está sucediendo en Chile, que acaban de tumbar el gobierno”. El presidente Salvador Allende, primer presidente socialista de América, había sido derrocado por el general Augusto Pinochet.

Ya, en una anterior ocasión en el Palacio de la institución, aproveché para preguntarle al general Pérez y Pérez que cuándo era que la Policía iba a acabar con la «Banda Colorá». Me respondió: “usted se refiere a la banda Flavio Suero”, en referencia a un sector de izquierda de la UASD que con su nombre honraba a un joven izquierdista asesinado por la propia Policía Nacional.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas