¡Nos juzgan y juzgamos constantemente!

¡Nos juzgan y juzgamos constantemente!

Coincidencialmente, ya van varios escenarios en los que recientemente he escuchado y tratado el tema de cuán común es opinar de la vida del otro, llegando hasta a emitir juicios a favor o en contra, como una manera de “mirar la paja en el ojo ajeno sin mirar antes la viga de nuestro propio ojo”, olvidando que “con la misma vara que medimos seremos medido”.
Con esto me refiero a la tendencia de juzgar a los demás por aquello que pensamos y que hacemos, a pesar de que lo neguemos. Si tú eres capaz de mentir, tendrás mayor probabilidad de pensar que los demás también mienten y de dudar de las personas que te rodean. Si tú conduces por encima de los límites de velocidad, tenderás a pensar que los demás tampoco respetan los límites de velocidad, porque muchos juzgamos más por nuestro actuar que por el actuar de los otros, y pensamos que si nosotros somos malintencionados, el resto también lo es.
La verdad es que en ocasiones, nuestra mente opera en modo piloto automático, debido a toda la carga genética que llevamos dentro, fruto de todo lo que han vivido nuestros ancestros a través de años y años de evolución, tanto física como mental, lo cual evita que inconscientemente no tomemos en consideración ciertos aspectos que nos definen como personas a la hora de actuar ante ciertas situaciones.
Los seres humanos somos capaces de pensar, decidir voluntariamente y juzgar nuestros actos, gracias a que utilizamos la razón, a diferencia de los animales que sólo utilizan sus instintos. Y la razón nos permite moldear nuestra conducta de acuerdo con principios y valores que son la base de la formación cívica y ética.
Todo lo que hacemos o dejamos de hacer tiene consecuencias de magnitud distinta, positiva o negativas.
En ocasiones, ciertas acciones se deben más a un prejuicio que a una intención voluntaria, por eso debemos cuidar nuestros juicios, ya que estos reflejan nuestros pensamientos y nuestras propias acciones.
Por eso es que detrás de muchas de las acusaciones que hacemos a los demás, están nuestros propios errores, limitaciones o defectos y es un error juzgar a los demás desde criterios externos a sus propias características.
El Espíritu Santo de Dios reside dentro de creyentes genuinos, por lo que Su presencia dará como resultado demostrando el “fruto del Espíritu” en sus vidas (Gálatas 5:22-23). Y el dar frutos es la única evidencia visible por la que podemos discernir si alguien es realmente salvo o no. Así que cuando el caminar de una persona no va de acorde a su boca, debemos ser muy cautelosos con ellas.
No es poco frecuente juzgar a los demás conociendo poco de ellos. Pese a que no nos gusta que nos juzguen de manera incorrecta, es habitual juzgar a otras personas todo el tiempo. Nos juzgan y juzgamos constantemente, incluso muchas veces sin darnos cuenta del daño que hacemos. Lo peor de todo es que pasamos tanto tiempo juzgando a los demás, que muchas veces no invertimos el tiempo necesario en mirarnos y reconocer nuestras propias limitaciones.

Lo más importante de todo esto ahora es que, para entender las causas de por qué juzgamos o criticamos a los demás, los científicos llevan tiempo investigando que zonas del cerebro actúan cuando hacemos eso, y resulta que como nos basamos en prejuicios y en trivialidades, se ha identificado que existe un área del cerebro que se activa cuando tratamos de entender por qué los otros actúan como actúan. Esta área se llama unión temporoparietal, y se encuentra entre el lóbulo temporal y el lóbulo parietal del cerebro.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas