¡Nosotros! responsables de nuestras calamidades

¡Nosotros! responsables de nuestras calamidades

En el mercado turístico nos vendemos como un país muy hospitalario, alegre y servicial. Eso ha sido un imán, que aparte de las playas, de los excelentes hoteles, buena promoción y excelentes vías de comunicación, ha catapultado la llegada de visitantes estimados para este año por más de seis millones.
Esa es la cara bonita de nuestra realidad, ya que las porquerías y desechos morales los barremos hacia dentro. Pretendemos ocultarlo para ocultar nuestras graves deficiencias para que los forasteros no se den cuenta ya que ellos vienen a gastar sus ahorros en nuestras playas, montañas y atractivos coloniales de la capital.
Y adosada a esa realidad tan atractiva que se les ofrece a los visitantes en hermosas promociones, corre paralelo la situación interna de una descomposición social. La misma está configurada por la desintegración del núcleo familiar y de cómo se perdieron los valores del respeto a los demás. Tales valores una vez en nuestra historia nos distinguieron como una sociedad apacible y subdesarrollada, de carácter levantisco pero que llevaba en sus entrañas muchos valores morales de sustento de la sociedad.
La violencia ha sido llevada a grados extremos con la multiplicación de los bandoleros con sus asaltos muchas veces mortales. También el caos en las calles por la agresividad en la conducción de los vehículos por el desorbitado crecimiento del parque vehicular. Y lo peor es que cada quien actúa egoísticamente para atender sus propios intereses de alcanzar sus objetivos, sin importar a quién se perjudique. La consigna es alcanzar el máximo beneficio al más corto tiempo de emprender un negocio.
El siglo XXI se ha convertido en la era del egoísmo tan distinta aquella de la década de los 70 del siglo pasado, bautizada como la era de acuario. La era del amor y de ahí el desenfreno sexual que se registró en Estados Unidos y Europa, que lo de ahora deja chiquito aquellas casi travesuras.
Todos somos culpables del pensamiento y líneas de conducta que tienen desencaminada a nuestra sociedad. Las generaciones están muy condicionadas a una forma de pensar que para la tradición dominicana provoca sorpresa por la libertad que cada quien exhibe. Tal cosa era impensable todavía a finales de la década del 80 del siglo pasado.
En los sectores humildes, por la pobreza en que viven, son los proveedores de los delincuentes que en aumento cada día, así como por la forma de utilizar los motores tienen amedrentada a la población. Ya en muchos barrios hay un toque de queda cada noche y los colmados se protegen con rejas para evitar ser atracados. No importan las cámaras de vigilancias, y aun cuando sean grabados al instante del delito, son pocos los detenidos.
Pero en otros niveles sociales más elevados el camino del delito o del disfrute de sus riquezas toma otro camino más sofisticado. Aquí, el ejemplo de ver el nivel de ostentación de muchos con el disfrute cada día de los sitios exclusivos de comida, diversión y descanso, incita a otros a igualarlos. Los jóvenes ejecutivos o profesionales descendientes de personas que lucharon para forjar una sólida posición social y económica los desprecian e ignoran esos sacrificios.
Las generaciones de ahora se apartan de sus orígenes y alegan que sus progenitores fueron muy tímidos. Según ellos, no supieron aprovechar las relaciones hasta con los políticos que estaban en los gobiernos. Aun cuando se sabe de grandes y sólidas fortunas que se forjaron a la sombra de fuertes lazos con poderosos políticos o dictadores.
Pero las generaciones de ahora tienen prisa. Creen que se les acaba el tiempo y todo quieren lograrlo para de una vez. Si invierten no pueden esperar el tiempo razonable para que la inversión fructifique. Por eso no es raro como el lavado de dinero toma otros senderos más intrincados que roza con el negocio de las drogas. Por eso el director de la DGII habla de la gran evasión existente. Mientras tanto, nuestra capital crece y se eleva al cielo con la abundancia de tantas torres de más de 20 pisos que no solo son para peloteros y artistas exitosos, sino que nuevos ricos forjados al amparo del poder pueden darse el lujo de sustentar una riqueza para tratar de purificarla.
Nosotros somos los responsables de nuestra calamidad social en que estamos sumergidos. Todos los valores que sostienen la moral y la honradez se han distorsionado. Ya nadie espera el tiempo razonable para la generación de riqueza de cualquier inversión. Todo tiene que ser rápido y se atropella a quien pretenda interponerse en su camino, incluso hasta el familiar que trata de impedirlo o corregirlo.Nosotros somos los responsables de nuestra calamidad social

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