Nueva Orleáns no es un desastre natural

Nueva Orleáns no es un desastre natural

MANUEL CASTELLS
El colapso de Nueva Orleáns no es un desastre natural sino una calamidad social y política. El huracán Katrina (mujer tenía que ser) no golpeó directamente Nueva Orleáns. Su impacto en la costa de Misisipí fue devastador. Pero no comparable a lo que ha ocurrido en Nueva Orleáns. En esa histórica ciudad la destrucción provino de la inundación por ruptura y desbordamiento de las aguas porque los diques protectores no eran suficientemente altos.

La ciudad, construida bajo el nivel del mar entre lagos y el río Misisipí, se hizo precaria en las últimas décadas porque su protección natural de marismas ha sido erosionada por el desarrollo inmobiliario. Clinton declaró una amplia área no edificable. Pero Bush eliminó la protección federal y la erosión se acentuó.

Hace tiempo que los expertos denunciaron que los envejecidos diques necesitaban reparación. En junio del 2002 el periódico local Times-Piscayune predijo que un huracán de nivel 3 inundaría la ciudad.

En abril del 2001 un informe del Congreso identificó Nueva Orleáns como zona potencialmente catastrófica y recomendó una modernización del sistema de diques. El proyecto fue rechazado porque costaba 14.000 millones de dólares (es el gasto de un mes en Irak). Además, ante las dificultades presupuestarias derivadas de la guerra, Bush ha recortado fondos civiles. En junio del 2005 redujo en 44% los fondos del Cuerpo de Ingenieros de Nueva Orleáns de los que depende el mantenimiento del sistema de diques y drenaje.

La inundación ha sido selectiva. La zona de hoteles y el histórico barrio francés fueron golpeados por la tormenta, pero apenas inundados. Los diques eran más vulnerables en zonas populares de Nueva Orleáns, que han sido las más afectadas. Es una de las ciudades más pobres de Estados Unidos, con un 67% de población negra. Fue esa población la que más sufrió. ¿Por qué no se fueron? En su mayoría porque no pudieron. Hay un 20% de pobres en la ciudad, muchos de ellos no tienen coche y, sobre todo, no tienen dinero ahorrado ni ningún sitio adonde ir. Un diario local, pocos días antes del huracán, cuando ya se sabía que venía, estimó que había 100.000 personas sin coche. La orden de evacuación sólo pudieron seguirla las familias de clase media, con coche, ahorros y conexiones. Pocos de ellos están hoy entre las víctimas.

La catástrofe está marcada por clase y raza. Las autoridades dieron la orden de evacuar sin ningún plan, sin proveer transporte, sin asegurar refugio. Lo único que hicieron fue abrir el estadio de fútbol y allí fue la gente desesperada. Pero nadie había previsto retretes, duchas, comida, agua, nada. Al cabo de un día el lugar se convirtió en un infierno. Antes de que llegara ayuda pasaron cuatro días, cuatro largos días en una gran ciudad, en la que cientos de miles de personas deambulaban sin rumbo por aguas infectadas de ratas o se parapetaban en sus techos mientras el agua subía, esperando una ayuda que en muchos casos no llegó a tiempo.

¿Por qué? Ineficiencia y desorganización, desde luego. Pero también falta de recursos. La Guardia Nacional de Luisiana, el recurso en estos casos, tiene el 35% de los efectivos y casi todos sus vehículos anfibios en Irak. Y la gobernadora de Luisiana tiene como única obsesión mantener el orden, y ha permitido que se tire a matar, incrementando la tensión. La agencia federal para emergencias no fue capaz de organizar la ayuda hasta que el Ejército tomó el tema en sus manos: la prioridad concentra en los militares la capacidad operativa.

Es significativa también la lenta reacción del presidente Bush y del Congreso. En el primer día de catástrofe ni siquiera interrumpieron las vacaciones. En Internet circuló una foto de Bush tocando la guitarra. Y a la secretaria de Estado ‘Condi’ Rice la vieron en el teatro en Nueva York y comprándose pares de zapatos en la carísima tienda Ferragamo de la Quinta Avenida. Anécdota: a una señora que la increpó, la echaron a patadas. Es posible que la relativa indiferencia al sufrimiento de estos refugiados tenga una coloración racista. De hecho, el presidente del Congreso (republicano) declaró que sería mejor no reconstruir Nueva Orleáns.

En este contexto hay que situar el pillaje y la violencia que se desataron en Nueva Orleáns, lo que más ha alarmado a la élite del país. ¿Por qué disparan contra helicópteros de rescate? ¿Cómo pueden verse en el país de la democracia bandas armadas en camionetas aterrorizando y disparando, mientras la policía se atrincheraba en sus comisarías o abandonaba sus puestos porque la situación era, según un policía, «como en Somalia»? En parte, fueron gentes desesperadas que sin comida ni bebida saquearon para sobrevivir. Y de paso, muchos se llevaron lo que pudieron. Algunos para canjearlo por comida. También asaltaron almacenes de armas.

Por otra parte, ocurre que en muchos barrios pobres de Estados Unidos la situación social es explosiva, sólo se mantiene con policía y si los jóvenes ven la posibilidad de revancha, se la toman, aunque sea por unas horas. Hacen explotar todo en su desesperación. Y ahora empiezan los incendios. Es otra forma de suicidio antisistema. El desastre de Nueva Orleáns, en toda su tragedia humana, denota la debilidad fundamental del coloso estadounidense, tan desarrollado militar y tecnológicamente, como socialmente subdesarrollado y políticamente descontrolado. Su crisis nos afectará a todos.

El autor es catedrático emérito de Sociología de Berkeley y miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras de España.

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