Obispo Reilly: el calumniado

Obispo Reilly: el calumniado

En la semana del tres al nueve de abril de 1961 se inició para monseñor Tomás F. Reilly un calvario de ignominias, humillaciones, burlas, calumnias y acusaciones sólo detenido por el ajusticiamiento de Trujillo, que le sorprendió preso en la Base Aérea de San Isidro de donde lo sacó Joaquín Balaguer “salvándolo de toda venganza”.

 El siete de ese mes, las primeras páginas de El Caribe y La Nación lo acusaron de ser orientador y artífice de un vasto complot terrorista que comprendería destrucción del puente “Tenguerengue” y los incendios del automóvil de un inspector del Partido Dominicano y del estadio deportivo de San Juan de la Maguana.

 Las “informaciones” ofrecían nombres y apellidos de presuntos colaboradores del  sacerdote, sus fotos y detalles de las tramas como si un  efectivo equipo de detectives bien entrenados hubiese realizado minuciosas investigaciones. Los pormenores fueron fabricados con singular maestría. Trujillo creó esa falsedad para condicionar el ánimo general a aceptar el encausamiento y la expulsión del combatiente cura, requerido por Teodoro Tejeda Díaz, procurador fiscal del Distrito Nacional. Fernando A. Silié Gatón, juez de Instrucción de la Primera Circunscripción, dictó el auto en el cual se solicitaba el enjuiciamiento.

 En el ínterin, Reilly fue difamado diariamente por Radio Caribe y en el “Foro Público” de El Caribe. “Bandolero de San Juan, gringo inescrupuloso y ebrio, obispo al servicio del crimen, conspirador con sotana, monstruo con sotana que nos ha enviado el Vaticano, servidor del fascismo en la época en que esa doctrina dictatorial bañaba en sangre al mundo”, fueron algunos de los miles de epítetos proferidos contra el purpurado que había llegado a la República en 1948. Él y Panal, por ser extranjeros y no tener parientes que pudieran ser afectados por el régimen, asumieron principalmente el enfrentamiento contra la tiranía aunque Trujillo atacó sin piedad a miembros del clero nacional.

 Pero no sólo Reilly fue blanco del escarnio de los colaboradores del  “Jefe”. El 6 de abril, el padre Bernardo O’Connor, de la misma orden de los Padres Redentoristas a que pertenecía Reilly, fue acusado de traficar marihuana y otros estupefacientes. La inventada crónica recogía el testimonio de una señorita cuyo nombre nunca se mencionó, que fue ingresada a una clínica víctima de un ataque de “deliriun tremens”. Calificaban a este clérigo de “maleante internacional que abrazó hace años el sacerdocio para encubrir las más viles y escarnecedoras actividades”.

 Vincularon a los padres Bartolomé Mantas, Daniel Olabarret Vicente, Jesús Molinero Hazim y Bartolomé Fandos Martín en este comercio inexistente. El acoso y las mendaces acusaciones provocaron la salida de algunos. El 14 de abril partieron rumbo a Estados Unidos los sacerdotes John Luis Schomberg y John W. Kelly.

 Reilly resistió. El 13 de abril turbas trujillistas con pancartas pidiendo su salida del país atacaron su vivienda y la casa curial y él debió refugiarse en el cuartel policial a sabiendas de que los manifestantes eran protegidos y dirigidos por las mismas autoridades.

 Cada día oradores trujillistas pedían la expulsión de Reilly. Los primeros en pronunciarse en un mitin al que dijeron acudieron 25 mil personas, fueron Víctor Garrido, Joaquín Garrido Puello, Camilo Suero Moquete, Isaías Herrera Lagrange, Santiago Lamela Geler, Arturo Ramírez Fernández, Víctor Garrido hijo, Pedro J. Heyaime, Francisco Valenzuela Mateo, Flor Paniagua de Namnún, Víctor Manuel Montes de Oca, Yamil Michelén, Austria Pérez, Federico Villalona, Manuel Danilo Piña, Milton L. Rosa y Alejandro Montes de Oca, casi todos sureños que luego fueron imitados por nativos de otros pueblos.

 El 19 de abril, perseguido, amenazado, con un desfile diario de protestas de empresarios, comerciantes, periodistas, funcionarios, hacendados, maestros, jueces, pidiendo su extrañamiento del país, Reilly decidió alojarse en el colegio Santo Domingo, de monjas, de lo que hicieron mofas La Nación y Radio Caribe. Luego sería encarcelado.

 Después del tiranicidio, ofreció con libertad su generosidad y  amor a la feligresía de San Juan de la Maguana y Las Matas de Farfán. Nacido en Boston el 20 de diciembre de 1908, renunció en 1977 cuando cumplió 75 años. Al poco tiempo, aquejada su salud, se retiró a su provincia religiosa en Estados Unidos donde murió el 21 de junio de 1992. Sus restos se trasladaron a Santo Domingo el 26 de ese mes y el 27, luego de una misa  en la Catedral, una caravana fúnebre los acompañó a San Juan de la Maguana, donde reposan. Ese día el ayuntamiento local lo declaró de “Luto Municipal” y colocó la bandera nacional a media asta.

Noticias salían del SIM. El reconocido periodista Radhamés Gómez Pepín era reportero de El Caribe en los meses en que se producían los ataques contra Reilly y figuraba en las entrevistas con las autoridades judiciales que lo encausarían. Cuenta que obedecía órdenes del director de ese periódico. “No eran entrevistas, eran dictados”, significó.

 Respecto a las declaraciones de Trujillo narra: “Yo me ponía a tiro para que él me viera, yo no hacía preguntas. Al final él me preguntaba: ¿Qué te parece? Y yo respondía: Muy bien”.

 En el caso de Reilly manifestó que “eso lo llevaron escrito, y era embuste, así como uno decía el Benefactor de la Patria sabiendo que era mentira”. El ejercicio  era difícil. Gómez Pepín piensa que el documento acusando a Reilly pudo haber sido fabricado por el Servicio de Inteligencia Militar, “pero lo llevaba el director”. Cuando le llegó la nota de Reilly, debió trabajarla.

 “Yo iba donde me mandaban”, afirma refiriéndose a las entrevistas con el juez de instrucción. Pero él y sus compañeros estaban conscientes de que todo era invención. “Y lo comentábamos discretamente. Imagínate, en la redacción estaban Ferreras Manuel, Fefé Valera, eso era candela”.

Premio a Trujillo. En este mismo periodo Trujillo anunció la instalación de una refinería de petróleo que instalarían técnicos franceses, que no se materializó entonces,  y también fue galardonado con el premio literario que ostentaba su nombre, por la obra “Fundamentos y política de un régimen”. Recibiría dos mil 500 pesos por haber escrito “el mejor libro” durante 1960, nada menos que junto a Armando Oscar Pacheco, Pablo Rosa, Antonio Tellado hijo y Lupo Hernández Rueda, seleccionados para otros premios por otros géneros.

 Manuel A. Amiama, Ramón Emilio Jiménez y Manuel Valldeperes integraban el Jurado del “Premio Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina”, que distinguió  al “Perínclito”. Le dedicaron artículos y editoriales destacando el valor ideológico y pragmático, la claridad expositiva, profundidad ideológica, política y doctrinaria de este volumen que, obviamente, nunca escribió Trujillo.

 A 50 años del celebrado homenaje nunca se ha revelado el nombre del verdadero ganador.

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