¡Oh Dios! ¿Y la autoridad sanitaria?

¡Oh Dios! ¿Y la autoridad sanitaria?

Cuando uno lee o escucha las “enormidades” que se suceden unas a otras en el amado terruño, no puede menos que elevar plegarias por la población desamparada.
No bien se ha repuesto el ciudadano de un escándalo, cuando otro mayor le conturba el ánimo y le produce las repulsas a que lo someten estas barbaridades.
Las menos imaginables situaciones se presentan a diario en nuestro territorio, y uno solo atina a preguntarse en qué demonios invierte el tiempo la autoridad que cobra al Estado dominicano por ofrecer un servicio confiable.
En estos días nos han vuelto a estremecer, dándonos a conocer que en la ciudad hidalga se expendía al público carne de pollo descompuesta, sin que nadie se molestara en denunciar tan semejante engaño y violación a las elementales normas de salubridad.
Los acontecimientos se han tornado tan frecuentes y espantosos, que uno se atreve a asegurar que las manecillas del “asombrómetro” nacional sobrepasaron ya las marcas máximas permitidas.
Mientras me dispongo a pergeñar estas notas, observo desde un ventanal que un muy desafiante “padre de familia” ha improvisado un puesto de “pizzas” en una zona residencial exclusiva, arrastrando todo tipo de suciedad, mugre y alimañas en el entorno habitable, sin que ningún funcionario se dé por enterado de ese atropello al ornato y a lo que representa una amenaza al consumidor.
Durante la pesarosa era de los 31 años – que el Señor nos proteja de volver a padecer – inspectores de sanidad vigilaban con harto recelo lo que se expendía al consumidor, so pena de castigo a quien incurriera en prácticas violatorias.
Hace tiempo que no escucho hablar de la existencia – y menos de la eficiencia – de una sección que se encargaba de controlar que esos factores generadores de enfermedades se asentaran en las vías públicas.
Resulta un contrasentido que, mientras nos ufanamos de contar con un creciente sistema de seguridad social, por otro lado dejamos a la población a merced de inescrupulosos mercaderes de porquerías, a la vista complaciente de la autoridad.
Estoy convencido de que nuestros hospitales están sobresaturados de pacientes, más por descuido y falta de orientación a la población, que por enfermedades probadamente evitables.

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